Capítulo XVII (LCA)

Una vez en su habitación, Paladyx reflexionaba sobre los últimos hechos, le parecía increíble pensar en los giros que había dado el asunto. A nadie más aparentemente le importaba que tres estudiantes hubiesen muerto en las últimas tres semanas, tampoco le parecía verosímil imaginar que esos misteriosos hombres tan elegantemente ataviados y semejantes a autómatas pudiesen ser seres extraterrestres. Mucho menos podía aceptar la teoría de que el director y sus dos sobrinos fuesen de otra raza, una que quería apoderarse del mundo mediante un acondicionamiento de la mente humana, tal y como Filruex lo había colegido alguna vez en sus desvaríos. Todos los abusos cometidos debían ser producto solamente de una psicosis, pues siempre solía ver cosas que otros seres no. Se recostó, estaba alterada y no lograba conciliar el sueño. Decidió ir a la mesa y buscar un vaso de agua, le vendría bien, barruntó.

A pesar de querer refugiar su cerebro en sueños apacibles, éste la traicionaba y le solicitaba una indagación más profunda. Sin otro remedio para su incipiente curiosidad, optó por encender la computadora y busca en internet información que le pudiese resultar útil. Descubrió que en diversas páginas se trataban los temas que a ella le competían. Se hablaba del moldeamiento de mentes propagado por los gobiernos y del adoctrinamiento como una forma de mantener la ignorancia en las personas. Y todo parecía ser con el fin de que éstas no se percataran de los grandes problemas en el mundo, que limitasen su comprensión, que no se interesaran por aprender, sino solo por recibir dinero y solazarse en la fiesta, el sexo y el juego. Realmente era evidente, información que siempre había estado frente a sus ojos y que, de alguna misteriosa forma, jamás había querido ver. Pensó que entonces ese era el engaño universal, la blasfema mentira que a los humanos se les ha hecho creer como verdad. El mundo adoraba conceptos impuestos por un reducido grupo de gente que se encargaba de perpetuar la miseria y la injusticia, compensando el vacío espiritual que imperaba en la sociedad con toda clase de distracciones.

Una persona, y solo una, se le vino inmediatamente a la cabeza: Lezhtik. Ni siquiera Filruex la había conmovido tanto con su forma de hablar. Aquel sujeto la había cautivado desde siempre, aunque últimamente no se hablaban mucho. Recordaba cómo antes, durante aquellos paseos por el bosque de Jeriltroj, solía escuchar todas las teorías que le eran relatadas por aquel soñador. Ella prestaba atención e intentaba convencer a Lezhtik de que escribiese todo lo que en su mente había. Era complicado dada la situación tan precaria en que se hallaban; además, las editoriales difícilmente se animaban a publicar obras de autores nuevos, no era lucrativo. Se entristeció al pensar que ya nunca más volvería a escuchar aquellas teorías, pero se alegró al pensar que ahora Lezhtik se dedicaba a plasmarlas. Como sea, entre más se sumergía al intentar hallar un límite para el abismo de vomitiva suciedad que el humano había cavado y en donde se sentía tan cómodo, más lejano le parecía el fondo. Y casi imposible de comprender se le presentaban la vileza y estupidez de una raza tan inferior.

Algunos artículos hacían referencia a razas que vivían entre los humanos utilizando una apariencia como la de estos, con la única diferencia visible en sus ojos. También se decía que dichas criaturas estaban vinculadas con una antigua civilización que habitó el planeta hace años y que creó al ser humano. El por qué se fueron y dejaron al humano aquí, a merced de las fuerzas de la naturaleza y a su suerte, no estaba claro. Se hablaba de dimensiones paralelas y de mundos bajos o altos, donde criaturas con otro nivel de energía y vibración habitaban. Por otra parte, encontró información referente a sectas execrables y sumamente vetustas vinculadas con la banca y los gobiernos, con las compañías multinacionales y las técnicas de control mental. Se decía de estos que su principal símbolo era un ojo y también una pirámide, aunque no se tenía la certeza. Muchos actores, escritores, empresarios, políticos, gente de todas las distintas clases y sectores de la sociedad estaban dentro de esta ignominia y de otras igual de poderosas. El fin era el sometimiento de la mente, la habilidad para controlar y poseer, para mandar y apoderarse de la energía interna. Para Paladyx, no estaba claro de qué manera se conectaban las razas de criaturas con apariencia de reptil con las antiguas civilizaciones que ilustraban seres alados y con las sectas que supuestamente dominaban el mundo. El sueño al fin comenzaba a hacer estragos con su razón, por lo cual finalmente cedió y se perdió en un profundo descanso…

–El bosque, el bosque. Ve al bosque, es el lugar indicado –murmuraba una voz siniestra.

–¿Para qué? ¿Qué hay ahí? –respondió Paladyx en sus sueños.

–Todo, ahí está todo. ¡Ve al bosque! ¡Rápido, niña! ¡Ahora mismo! ¡Ve, Paladyx! No debes perder más el tiempo –repetía aquella voz imperativamente.

–¡No quiero! ¡Detente, por favor! ¡Déjame en paz!

Paladyx despertó súbitamente de su sueño. En él, había visto a dos hombres siendo devorados por agujeros inmensos. En éstos, a su vez, parecía imperar una fuerza desconocida, en parte divina y también demoniaca. Emanaban sombras amorfas que reían estúpidamente del contorno de los vórtices ominosos, también un vacío eterno y oscuro se percibía en su interior. Finalmente, cuando se aproximaba a la superficie de dichos agujeros, que parecían más bien portales, era arrastrada por unas manos blancas con puntos negros perfectamente distribuidos. Lo único que logró ver una vez en el interior de los portales, que parecían haber formado uno, era un lugar que jamás olvidaría, donde el tiempo y el espacio le parecían tergiversados para la existencia. Ahí, unos acendrados ojos de un inefable color morado la seguían irremediablemente. Además, en un relampagueo, observó razas y universos de todas las eras colapsando. Finalmente, observó como el hombre y la mujer formaba uno solo, poseyendo un único miembro sexual. Despertó sudorosa y solo encontró la inmanente oscuridad de su habitación. Había olvidado apagar su computadora, y le parecía como si alguien o algo la hubiese estado observando todo el tiempo. También, de su vagina emanaban fluidos en abundancia combinados con sangre.

 En los días siguientes, Paladyx quiso contar a alguien lo que había soñado, pero nadie estaba para escucharla. Lezhtik seguía solitario y Filruex continuaba desaparecido. Algo le oprimía el pecho, tenía un presentimiento, una corazonada. Constantemente iba en solitario al bosque de Jeriltroj y creía ser perseguida y vigilada por criaturas de naturaleza desconocida. Sin embargo, siempre terminaba convenciéndose de que todo era parte de las comunes alucinaciones que siempre había sufrido. Entonces llegó el día en que las visiones de seres similares a los reptiles la atormentaron más de lo normal. Paranoica, se encerraba en su cuarto y se inyectaba dosis peligrosas de heroína. Pasadas unas cuantas horas, se hallaba irreconocible y divagando, en un completo estado vegetativo. En su cabeza imperaban sugerencias deplorables, como las de sus sueños: “¡Ve al bosque! ¡Al fondo del bosque! ¡Vamos! ¡Ve, Paladyx!”.

Uno de aquellos malditos días en donde la presión fue demasiada para la pobre Paladyx, ocurrió un suceso horrible. La muchacha, presa de una alucinante desesperación, tomó un taladro y pensó en perforarse la cabeza. Tal vez así, colegía, podrían cesar esas voces y visiones que la martirizaban hasta llevarla a la demencia. Hacía años que vivía en ese estado y lo que en sus visiones había atisbado era abominable. Toda clase de seres deformes y vomitivos, mitad animales y mitad humanos, la perseguían. Atisbaba seres que parecían provenir de otras dimensiones y que hablaban en extrañas lenguas. Diversos paisajes y entornos eran concebidos por su cabeza sin parar, todo un pandemónium se abría ante sus ojos en sus más vivaces sueños. En ocasiones, sentía que nunca despertaría, que se quedaría atrapada con una endemoniada divinidad que poseía ambos sexos, la cual no lograba identificar como perteneciente a algún mundo. Desde la aparición del nuevo director, todo había cambiado, todo se había intensificado, y las visiones se habían tornado más execrables que nunca.

Sin lograr resistir más aquel tumulto de imágenes perturbadoras en extremo, salió de su habitación y posteriormente de su hogar, corrió tanto como pudo, tanto que los pies descalzos le sangraban. Por fin, llegó al lugar que le dictaba esa voz misteriosa: el bosque de Jeriltroj. Se encontraba a la entrada, recibiendo los violentos silbidos del aire que resoplaba ferozmente. Le parecía que aquella noche algo ocurriría con ella, que no volvería a ser la misma. Pensó por unos instantes en Lezhtik, en la imagen tan acendrada con que éste se había solidificado en sus pensamientos, tan distinta de esas figuras abominables que nunca dejaban descansar su cabeza. Decidida a aplacar de una vez por todas aquellos murmullos atroces, se adentró en lo profundo del bosque, alcanzando el lugar donde se decía que solía aparecer el monje a meditar en otros tiempos. Con los pies ensangrentados, la mirada perdida y la heroína haciendo efecto, se desplomó y clavó su mirada en tres pequeñas madejas con arabescos sumamente raros. Lo único que logró diferenciar fue una enorme G en la parte superior de cada una.

–¿Hay alguien aquí? Si tienes el valor, ¡muéstrate, cobarde! –gritó con la voz casi desgarrada por la fuerza que con que vociferó aquellos gritos.

Sin embargo, nadie respondió. Solo el silencio se mostraba entre la espesura de las tinieblas. Por alguna razón descabellada, a Paladyx le parecía que algo se escondía entre aquellos arbustos. Sí, algo la perseguía, algo más allá de su esquizofrenia. No podía ser posible que verdaderamente creyera como cierta esa historia de mal gusto acerca de una raza de reptiles con apariencia humana que querían dominar la facultad y, posteriormente, el mundo entero. Pero todo era confuso, estaba tan sola y triste, tan desamparada en una realidad que se tornaba cada vez más repugnante y agresiva. Recordó entonces aquellos días en que pasaba horas sufriendo con los psiquiatras, esos días en que esa señora que reconociese como su madre todavía buscaba hacer algo por ella…

–Entonces ¿hay algo que se pueda hacer, doctora?

–Me temo que no, lo único que queda es seguir con el tratamiento. Por desgracia, los últimos análisis no lucen bien.

–¿Qué quiere decir con eso? ¿Acaso notó alguna anomalía?

–No, todo lo contrario. Los análisis no revelaron nada. Mire, sé que desde hace tiempo ha estado gastando una cantidad exuberante de dinero en esto, pero hay que ser pacientes. Pensamos que las próximas pruebas revelaron algo que éstas no pudieron.

Paladyx escuchaba atentamente la conversación recargada en la puerta del consultorio, atenta a todo lo que se dijese. Era solo una niña, pero bien sabía las molestias que ocasionaba en aquellos doctores, los cuales no conseguían averiguar qué estaba mal en su cerebro. Todo había comenzado cuando, años atrás, había conocido a un pastor, a un gran amigo. Él era distinto, era sincero. No predicaba la creencia en una religión, sino en un dios, cualquiera que fuese su forma. Creía que ir a la iglesia no significaba absolutamente nada, pues era un mero acto de hipocresía. Lo que importaba era la forma en que se buscase el progreso espiritual y esa paz que la mayoría de las personas habían perdido. Convivir con aquel pastor significó un cambio radical en la forma de pensar de Paladyx, pues logró abrir su mente y hacerle creer que más allá de su posible esquizofrenia se hallaba algo real, un mundo que solo ella podía observar, uno que permanecía oculto y paralelo para la mayoría de los humanos.

–Entonces ¿quiere usted decir que serán necesarias más pruebas?

–Lamentablemente sí. No es fácil el caso de su hija, parece tener procesos mentales complejos. En las placas los resultados han sido dudosos tanto para los especialistas como para nosotros los menos letrados en interpretaciones prácticas. La teoría indica una tendencia esquizofrénica en potencia, pero no podemos asegurarle nada.

–¿Cree usted que está loca? ¿Será necesario encerrarla en un manicomio?

–Aún no podemos determinar eso con exactitud. Solo quiero comentarle que las siguientes pruebas están mucho más caras que las anteriores y, por desgracia, no contamos con descuento alguno.

–Está bien, doctora. Le agradezco su atención, pero necesito reflexionar sobre ello. Usted sabe, mi bolsillo no es un banco. Necesito meditar lo más conveniente, pues, después de todo, quizá ni con esas pruebas se cure.

–Señora, no podemos asegurar algo hasta realizar más análisis. La esquizofrenia se puede controlar, hay tratamientos efectivos.

–¿Al triple de los estudios actuales? Yo no soy una persona con un gran ingreso. Gracias por todo, pero no creo que esto esté funcionando.

Paladyx pasó aquel día sintiéndose culpable por haber arruinado la vida de aquella señora que conocía como su madre. Si tan solo fuera normal, si únicamente no viera esas cosas. No entendía por qué tenía que ser así. Si acaso dios o la naturaleza le habían otorgado ese don que para ella era solo una maldición. La vida le parecía solo una tragedia desde su nacimiento, jamás hubiese querido venir al mundo en tales condiciones. Pero nada podía hacer para cambiarlo, nada le quedaba que pudiese representar en ella algo más que un estorbo. Su supuesta madre dejó de pagar las consultas, se perdió en el vicio y se dedicó a la vida galante. Los años pasaron y su condición empeoraba cada vez más. Lo único que podía calmar someramente el dolor y las alucinaciones era, curiosamente, las drogas. En ellas había encontrado el refugio perfecto, esa compañía que tanta falta le hacía, ese padre que nunca tuvo…

Y a pesar de todo, Paladyx era inteligente, era diferente al resto. Aún con sus adicciones y sus rarezas, con su dolor y su esquizofrenia, había despertado. Mostraba siempre un gran interés en las cosas paranormales, quizá por su condición. Creía fervientemente en aquello que la ciencia no podía explicar. Le atraía en demasía el estudio del misticismo, la magia, el ocultismo y la brujería; también era gran partidaria de la parasicología y la clarividencia. Había logrado realizar algunas técnicas de telepatía y podía predecir ciertos hechos. De hecho, pensaba que, si la carrera de filosofía le parecía atractiva, era por la libertad que en las distintas corrientes encontraba. Pero ahora todo había cambiado, el nuevo orden había corrompido los principios de libertad y creatividad. Paladyx se sentía, al igual que sus compañeros del club, con la obligación de defender lo más valioso que tenía el humano: su escasa divinidad.

–¡Sabía que vendrías! ¡Fuiste muy ilusa al venir sola aquí, niña tonta! –exclamó una voz que le parecía familiar sobremanera.

–Necesitamos explicaciones ahora mismo. Tú estabas ahí y tendrás que decirnos lo que pasó antes de que acabemos contigo, zorra impúdica –dijo otra voz que también le resultaba conocida.

–¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es lo que quieren de mí?

–¿Querer de ti? ¿Nosotros? Pero ¡qué idiota! –exclamó riendo una de aquellas voces malditas–. Tú nos estorbas al igual que tus amigos. Ya casi acabamos con la mayoría de ustedes, ahora te toca a ti.

–¿Quiénes son? ¿Por qué nos persiguen?

–Todos ustedes preguntan lo obvio. Pero te lo diremos antes de acabar contigo. Nosotros somos en realidad dos personas que tú ya conoces, pero bajo una forma distinta. ¡Míranos, golfa!

Entonces frente a Paladyx aparecieron el nuevo director y el profesor Saucklet. Había algo extraño en su aspecto, como si no fueran ellos mismos.

–¿Qué están haciendo aquí? ¿Ustedes han planeado todo esto?

Los dos tipos permanecieron en silencio y luego una lluvia misteriosamente comenzó a caer. La situación se complicaba para Paladyx, pues estaba inerme ante el poder de aquellos seres no humanos del todo.

–Por supuesto que sí. Ustedes son los únicos que se interpone en nuestro camino. Ya casi lo conseguimos, solo nos restan tres, incluyéndote.

Paladyx se percató de que se referían a Filruex y a Lezhtik. En los sujetos que observaba, no podía sentir emoción alguna, estaban vacíos.

–¿Qué le pasó al director y al profesor Saucklet? –inquirió la joven valientemente–. Sé que ustedes no podrían ser ellos. Sus energías no coinciden con las de los seres humanos, ustedes vibran de otro modo.

Los dos sujetos quedaron impávidos, ¿cómo había logrado aquella joven descubrir su gran secreto? Sencillamente no lograban entenderlo, su sorpresa fue escalofriante.

–Tienes razón –respondió el director–. Parece que eres especial, puedes ver más allá de lo que otros no. Ahora entiendo que eres valiosa, eso hará el espectáculo más interesante.

–¿Qué demonios son ustedes? ¿Qué pretenden hacer con la facultad?

–Te lo diremos antes de mostrarte nuestra verdadera apariencia –contestó el profesor Saucklet.

–¿Verdadera apariencia? No puede ser… Entonces ¡era cierto!

–Sí, ramera. Escucha bien, pues seguramente esto te tomará por sorpresa –dijo el director–. La verdad es que no esperábamos que alguien aquí pudiese reconocernos, pero tú lo has hecho.

–Nosotros somos de una raza diferente, una que habita el bajo mundo, las dimensiones inferiores a las cuales los humanos ocasionalmente viajan durante los periodos astrales o cuando alguna sustancia los transporta –informó el profesor.

–Esto que vez es únicamente un traje, nuestra apariencia es sumamente distinta a la suya. Venimos aquí por energía, una que solo los humanos tienen. Nos alimentamos del miedo, la tristeza, la angustia, el estrés, las peleas y discusiones, los engaños y las infidelidades; en pocas palabras, de todos los sentimientos y sensaciones negativas que emanan de ustedes –dijo el director mientras miraba desesperadamente a Paladyx.

–Ocasionalmente, venimos aquí cuando un portal se abre a causa de una distorsión en los universos intrínsecos, cruzamos y buscamos sobrevivir. Muchos de nosotros estamos infiltrados en la política, la banca internacional, la religión, la educación, el entretenimiento, el cine, etc. Hemos estudiado a los humanos y sabemos mucho más de lo que se imaginan. Jamás comprenderían nuestro poder –expresó el profesor.

–Y no solamente eso. Sabemos mejor que ustedes cómo funciona su cerebro y su subconsciente. Gracias a esos conocimientos hemos podido aplicar técnicas de control mental y de sumisión. Existen sectas que nos han conectado con nuestros antepasados, los forjadores de la vida, los iniciadores de la esencia del universo. Sabemos cosas que ustedes, humanos miserables, nunca sabrán. Sabemos sobre su origen y también sobre su destino. Sabemos cómo curar sus enfermedades, cómo sobrevivir sin alimento, cómo vencer a la muerte y controlar el tiempo. Sabemos tanto de su mundo que hemos decidido que no lo merecen. Por desgracia, no hemos aprendido a sustituir la energía que los sentimientos negativos proporcionan, y ustedes son los únicos proveedores de tal cosa en este plano.

Paladyx no podía pronunciar una sola palabra ante el discurso del director, quien parecía conocer a la perfección la miseria del mundo humano.

–Y entonces ¿por qué hacen esto? ¿Qué ganan con el acondicionamiento que imponen a los estudiantes?

–Ya te lo dijimos, nos alimentamos de la energía provocada por sus sentimientos negativos y sus malas acciones, nos fascina saborear cada emoción pesimista. Además, ellos nos han prometido abrir el portal para nuestros antepasados a cambio de ofrecerles zombis que puedan utilizar –expresó el profesor mientras parecía encorvarse más de lo normal.

–Es un trato justo, nosotros nos quedamos con la energía y ellos con los cuerpos vacíos y las mentes secas. Juntos, hemos dominado y controlado las guerras y el dinero, decidimos quién vive y quién muere. Desde tiempos muy lejanos, casi mitológicos, hemos adoctrinado a la humanidad y no hay algo que puedan hacer para detenernos –exclamó el director con los ojos fijos en Paladyx.

–Ahora lo entiendo todo, por eso el nuevo orden en la facultad, por eso buscan eliminar a aquellos que recurrían a las actividades sublimes, por eso reemplazaban nuestra rebeldía con entretenimiento para que jamás los estudiantes se quejaran –replicó Paladyx sintiendo unos escalofríos sórdidos en todo el cuerpo.

–Así es, tú lo entiendes, pero ya nada se puede hacer. Los estudiantes, y también el mundo entero, creen ser libres e independientes cuando en realidad son controlados mediante el dinero y el consumismo. Tenemos la prostitución, las drogas, las fiestas, los videojuegos, el fútbol y demás elementos que funcionan maravillosamente en la mayoría. Afortunadamente, lo esencial ya lo hemos logrado, pues absolutamente todos tienen un punto débil, todos están acondicionados de una u otra forma. Los únicos que nos estorban son los pocos que aún quieren crear, soñar e imaginar; aquellos que hacen cosas con amor y pasión, que se niegan a aceptar la vida trivial que impera en la sociedad.

–No concebimos que los humanos puedan ser sublimes y realizar obras maravillosas, pues su naturaleza es vil y nauseabunda para tales fines. Necesitamos que sigan los patrones impuestos, que haya guerras y disturbios, malentendidos, infidelidades, corrupción y todo tipo de influencias negativas –detalló con una voz abrumante el profesor, sonriendo con malicia ante la mirada aprobatoria del director.

–Por suerte, cada vez menos personas quieren realizar tales cosas, ahora todos han abandonado sus sueños. Este holograma les ha arrebatado lo único que los diferencia de los muertos y todos lo han aceptado gustosamente, ni siquiera se han percatado de lo que les hemos extirpado, pues desde su nacimiento se les programa para no notarlo. Los humanos están destinados a perecer entre su propia estupidez e ignorancia, son criaturas indeseables y asquerosas, pero la acumulación de energía negativa que emanan nos alimenta espléndidamente. Por eso debemos darle las gracias a tu raza, porque gracias a su nauseabunda esencia nosotros hemos podido crecer –vociferó y rio demencialmente, con una desmedida entonación, el supuesto director, secundando al profesor lambiscón que siempre lo seguía.

Finalmente, después del funesto y acertado coloquio, la joven bruja contempló la máxima locura que quizá ni siquiera ella hubiese imaginado en los misteriosos libros que buscaba. La carne de aquellos sujetos se rasgó y emergieron dos seres sacados de la peor pesadilla, como surgidos de los más insondables y pútridos abismos en las eternas y olvidadas dimensiones donde se parapetan saberes de anómala y vetusta esencia, tan distinta y superior a la humana. Aquellos dos seres se mantenían erguidos en dos patas, pero eran nada más y nada menos que una copia de los reptiles que se conocen en la Tierra, aunque sus colores y sus formas parecían más sofisticadas y cromáticas. Sus ojos denotaban pura maldad y ambición, como los de los políticos y los millonarios, o como los actores participantes en ritos satánicos. Sí, eran ojos perfectamente ahítos de odio, ira y maldad. Esos reptilianos seres apestaban a azufre y a quién sabe qué otra sustancia ignota; además, carecían de alma y de cualquier sentimiento. Todo lo que requerían era energía negativa emanada de los humanos, execrables acciones, superfluos y vómitos pensamientos.  Se alimentaban principalmente de la sombre que yacía en toda criatura humana, ahí donde se acumulaban todos los deseos ominosos y secretos que jamás se compartirían con nadie más.

Sin pensarlo dos veces, Paladyx intentó huir, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos. Una de las garras de aquella criatura, mitad humana mitad reptil, la había capturado. Pudo sentir la fetidez inicua que poseía la piel de aquella blasfemia; además de que, en el contacto, una virulenta llaga apareció en su mano tan pronto como fue rozada por el reptiliano ser. No solo era un dolor físico el que la laceraba, sino uno espiritual. Rápidamente, algo nefando se extendía y contaminaba su espíritu, gangrenándole el alma y pudriendo sus deseos inefables.

–¡Suéltame, miserable! ¡No dejaré que alguien como tú me haga daño!

–No lo comprendes, ¿cierto? Nosotros ya no necesitamos hacer algo más sino esperar. Tenemos gente en todos los ámbitos, grupos de empresas que funcionan como lo queremos, organizaciones religiosas, monopolios, sectas, tiendas, vicios. ¡Todo tu mundo ha sucumbido ante nuestro poder! –exclamó al borde del delirio el reptil que antes era el nuevo director–. Hemos logrado que las personas nos entreguen sus vidas a cambio del falso dios que ellos adoran, ese conocido como dinero. De tal modo que casi ningún humano se atreve a crear ni es curioso, todos han cambiado sus sueños por billetes y materialismo. Por otra parte, se tiene una reproducción desmedida que a nosotros nos conviene, pues gracias a eso las condiciones de pobreza aumentan sobremanera y las personas se ven forzadas a trabajar en condiciones paupérrimas. He ahí nuestro principal éxito, el que la humanidad siga reproduciéndose inconscientemente, pues así es como se ha podido implantar la visión que tener hijos estúpidamente, como todos lo hacen, brinda un posible sentido a las vidas miserables de los humanos. En verdad que tu raza me produce una burbujeante mezcolanza de asco y placer, pues, mirarlos a todos tan putrefactos y felices en su miseria, me alimenta muy bien. Si acaso tuviese sus absurdos sentimientos, diría que solo pena y lástima me producen, pero nosotros no poseemos ese tipo de cosas, nuestras mentes funcionan de un modo sucedáneo a la insensibilidad.

La noche transcurrió sin que nadie notase lo ocurrido con aquella joven que poseía habilidades impresionantes para la magia y el ocultismo, esa mujer rebelde que, a pesar de su doloroso pasado ahíto de tormentosos recuerdos, nunca se rindió a la subordinación del nuevo orden. Quedó ahí tirada, aterrada ante esos seres mitad humano mitad reptil que planeaban dominar el mundo mediante el control mental de los seres, enviciándolos y distrayéndolos. Pensaba, pese a todo, que eso era imposible, que lo había soñado solamente. El sueño terminó por menguar sus ideas, confundiendo su cabeza, mezclando aquel suceso con la altísima dosis que se había de DMT que se había fumado antes de ingresar al bosque. Verdaderamente debía estar loca para imaginar algo así, pero el suceso era demasiado vívido.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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