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Catarsis de Destrucción 07

Suicidarse a cualquier edad es muy bueno, pero suicidarse a temprana edad siempre será algo mucho mejor. De cualquier manera, ¿qué sentido tiene existir en una horrible realidad donde el amor, la justicia y la esperanza son meras divagaciones colapsadas en el caos más blasfemo y sepulcral?

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La vida tal como se vive actualmente es algo sumamente indeseable, algo que debería ser abolido cuanto antes por el bienestar de todos. Resulta nocivo permanecer en un sistema aberrante como este que nos despedaza internamente cada día y nos absorbe toda esperanza; todo posible despertar ha sido de antemano configurado para fracasar y dejarnos en un estado de máxima confusión. Nuestro naufragio es inminente, pero creemos que algún siniestro espejismo podrá salvarnos de la condena inexorablemente destinada a devorarnos; ¡cuántas fantasías han infestado nuestra percepción de lo real! Aunque, en parte, no puedo culparme ni tampoco al resto. ¿Quién en su sano juicio podría soportar la existencia en este sórdido pantano de depravación infame? Por suerte, la muerte siempre está ahí esperando con paciencia divina nuestro retorno al origen de cada tragedia… Quizás entonces lo entenderemos y lo veremos todo con otros ojos un poco menos terrenales, un poco menos humanos. Y, ciertamente, ¡cuán humanos somos todavía! ¡Cuán limitadas son nuestras perspectivas y concepciones! Nunca podremos ir más allá; al menos no mientras continuemos atrapados en el juego de los opuestos, en la dualidad y la oposición entre la luz y las sombras. No podemos concebir que, en el fondo, el bien y mal sean uno solo; quizás, inclusive estén tan perfectamente entrelazados como la verdad y la mentira. Mentes inferiores como las nuestras no podrían aceptar algo así, puesto que, al parecer, el ser humano requiere siempre clasificarlo y definirlo todo en sus funestos prejuicios y teorías.

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Me gustaba mirarte fijamente y embriagarme de tu delirante esencia, pues eso me proporcionaba un poco de tranquilidad en esta apabullante tormenta que es la miserable existencia humana. No obstante, pronto todo terminará para mí; ya no habrá más lamentos de amargura ni tampoco lágrimas de sangre en mi inmanente e infinita agonía… ¡Ay! Si tan solo nacer en este plano abyecto no simbolizase una impertérrita tragedia o un inconveniente sumamente aciago, quizá mi sonrisa no sería pisoteada a cada momento por la sombra de la nostalgia perene que infesta mi compungido corazón cada fatal madrugada sin tus caricias fulgurantes. Creo que estoy perdido, que este abismo en el que me encuentro enclaustrado desde tu partida se convertirá en la tumba de mi alma atormentada por una vida de sufrimiento sin límites. Cada vez me aproximo más al punto de no retorno, a la convergencia inexplicable con aquello que susurra del otro lado del espejo atroz. ¿De qué sirve oponerse? ¿De qué sirve tener esperanza? ¿Para qué volver a autoengañarse con magistral soltura? Nunca seremos capaces de amarnos a nosotros mismos en el silencio que no tiene origen ni final, mucho menos en esta grotesca pesadilla que somos obligados a soñar. Pues ¿acaso no es todo esto producto de mi execrable imaginación? ¿Cómo podría no ser así cuando a cada instante siento una bestia alada carcomiendo mi pensamiento y devorando mi espíritu sin color? Solamente divago, tan solo me miento a falta de algo mejor y más plausible; ¡horrores inauditos que emergen desde mi locura recalcitrate y me dejan paralizado sin posibilidad alguna de la más mínima compasión! Ecos de angustia infernal que no cesan de farfullar sermones sombríos, aunque a veces no tenga otra cosa mejor en qué creer o ninguna otra sepulcral ilusión con la cual poder disociarme de manera vehemente y definitiva.

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Debo admitirlo: cuando te vi por vez primera, jamás imaginé que llegaría a amarte tanto ni tampoco que llegaríamos a sufrir tanto como consecuencia de este trastornado desamor. El encanto suicida, empero, será mi único consuelo esta noche que apesta a muerte y donde la melancolía es mi única amante. Tus caricias serán borradas de inmediato cuando de mis venas la sangre bote y se escurra por la pintoresca alfombra donde tantas veces besé tus bellos pies. Mi ángel suicida, mi eterno e imposible amor… Al fin y al cabo, nuestro destino era separarnos eternamente y lastimarnos tristemente. Ahora veo con toda claridad que el amor humano es la más inefable de todas las mentiras y que tus labios escarlatas muy pronto habrán de reposar en los de alguien que no seré yo. ¡Mucho mejor! Quiero que mi agonía y mi sufrimiento coronen la tragedia de mi muerte fulgurante; que todos los recuerdos de tus caricias y tus besos se disuelvan en el color de la nada para siempre. Te amaré más de lo que te he extrañado, pero no puedo aceptar la idea de que ya no volveremos a estar juntos… ¿Para qué vivir así? La catarsis de mi espíritu ha alcanzado su fin y ya nada ni nadie podrá devolverme la esperanza ni mucho menos la alegría. Aquellos días terminaron y, con su ocaso insoportable, arrastraron de mí cualquier posible salvación o felicidad. Debo matarme a continuación, ¿sabes por qué? Porque solo así podré acaso dejar de amarte…

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Y la verdad es que ya no queda nada en mí para continuar, absolutamente nada que pueda hacerme sentir que vale la pena seguir aquí… Creo que es momento de recurrir al cálido abrazo de la muerte y descansar en paz por siempre. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tuvo esta lóbrega entelequia de locura y devastación? Nuestro destino era hacernos daño y luego experimentar una nostalgia infernal que nos carcomería las entrañas y el corazón hasta la hora fatal. Aún recuerdo el divino sabor de tus besos y la fragancia tan delirante que impregnaba cada una de tus caricias en mi alma atormentada. Entonces creía que podíamos estar juntos pese a todo; sí, que valía la pena intentar conocernos y amarnos un poco más. El tiempo, no obstante, me demostró lo equivocado que yo estaba y la pésima ironía en la cual siempre me refugié a causa de mi inmanente melancolía. Supongo que decirte cuánto te amé y te amo todavía suena ahora un poco trágico, hasta incluso improbable para ti. Pero la verdad es que no puedo evitarlo, pues es algo que está en mí y que no puedo ni quiero silenciar pase lo que pase. Sí, podría quizá pretender que no te pienso, que no te extraño y que no quiero salir como un demente a correr de madrugada por las calles de esta ciudad donde tantas veces compartimos un mágico momento dentro del vacío cósmico… Lo único que no podría pretender jamás es no haberme enamorado de ti y no haberte amado de una manera que terminaría por destruir mi espíritu ya de por sí roto y enloquecido. La cuestión más inaudita es… ¿Resulta siquiera concebible intentar olvidarte cuando cada partícula en mi deprimente interior te sigue amando igual o quizá mucho más que antes?

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El suicidio era entonces, al fin y al cabo, lo único que me quedaba… Sí, era mi única esperanza en una vida tan absurda y nauseabunda de la cual jamás elegí formar parte. Mi único pecado fue haber nacido siendo humano y, por supuesto, estar condenado a morir siendo esclavo de la grotesca pseudorealidad y de mí mismo. Es esto algo irreparable y enloquecedor: una tragedia cuyo divino perdón acaso ni siquiera es mínimamente posible.

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Catarsis de Destrucción


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