Si pudiera hacer que te quedaras conmigo solo una maldita noche más, podría entonces sonreír tontamente hasta el fatídico amanecer y, así, sentir que mi existencia no es tan sombría y absurda sin ti.
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El sabor de tus delirantes besos me parece lo más cercano a la más inefable perfección en este mundo ahíto de absurdas contradicciones e infinita putrefacción. Tu esencia es para mis humanos ojos aquello que contemplo con sibilina aflicción y que más cerca me hace sentir de dios.
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El pánico vuelve y desarma mis pobres intentos por aceptar esta nefanda y miserable realidad. Todo se torna nebuloso, los escritos se despedazan en el silencio más suicida y tu ausencia únicamente contribuye a mi obsesión homicida. ¡Oh, si tan solo no fuera esta madrugada la elegida para colgarme!
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El color de tus ojos era verdaderamente fascinante y puro, algo mucho más allá de la banalidad y la miseria humana. Y no podía evitar cuestionarme, una y otra vez, cómo podía existir un ser así como tú: tan perfecto y deprimido, tan hermoso y triste al mismo tiempo, tan bellamente inalcanzable y solitario.
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Se acabó nuestra trágica historia, se murió nuestro supuesto amor. Al menos espero que todo sea ahora más sencillo; que ahora sin ti me resulte más fácil aspirar el dulce aroma del suicidio. No tengo ninguna intención, ciertamente, de proseguir con mi vida. Y lo mejor que puedo hacer, por ti y por mí, es desaparecer de esta inmunda existencia e intentar hallar un consuelo verdadero en el más allá.
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Todo lo que ella me hizo experimentar quedaría tatuado para siempre en lo más profundo de mi ser, de mi mente y de mi alma. De la manera en la que a ella la llegué a amar fue algo que nunca imaginé, pero que, como todo en este mundo, se pudrió lentamente hasta fenecer en el caos más absurdo y atroz. Al fin y al cabo, el amor no puede salvarnos de nuestra execrable esencia humana.
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Catarsis de Destrucción