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Reencarnación

Otra vez aquí, ¡maldita sea! De algún modo lo sabía, tenía plena certeza de ello. Pero todo lo que yo había sido ahora se descomponía bajo el frenético resplandor de algo que más tarde se llamaría nuevo día. ¡Diablos! Entonces de nada había servido lo que había hecho antes ni tampoco serviría si lo volviera a hacer después. No había escapatoria, toda esperanza estaba perdida. Y, mientras tales reflexiones inundaban mi anterior percepción, me sentía cada vez menos yo y cada vez más alguien que no conocía. Una parte de mí era vaciada en aquel cascarón orgánico que se parecía más a una prisión que a cualquier otra cosa. Mis pensamientos, sentimientos e intuición eran asquerosamente licuados en una masa gelatinosa e incolora que se vertía por cada recoveco de aquel infame ser que, en cuestión de nada, se volvería mi nuevo yo. El regimiento estaba cerca, las consecuencias dispuestas y las probabilidades más que alteradas; era inevitable el retorno al caos del averno mundano.

¡Maldición! ¿Acaso no había forma de detenerlo? Tal vez el sinsentido era aún más poderoso de lo que había colegido, acaso fuera incluso eterno e infinito. En mi limitado estado de consciencia jamás podría dilucidar algo así y menos ahora que iba a ser incluso más inferior que antes, pues mi destino había sido conminado a un traje de carne putrefacta que me repugnaba demasiado. Y ¡eso que aún no lo había usado! Pero recordaba el anterior y las sensaciones me producían tan profundo asco y hartazgo, sin mencionar que tenía en la cabeza esa última imagen mía donde finalmente había culminado tan absurda experiencia. Estaban la pistola en mi mano, la sangre escurriendo, el frío demencial, el tráfico en las calles, los gritos ridículos, las voces de las personas que nunca se callaban, el azar demencial… Pero lo único que se filtraba por la amarillenta ventana era la lluvia que no dejaba de caer y que se parecía cada vez más a una nostálgica lluvia de muerte.

Tan solo divagaba, pues en aquellos momentos aún mantenía la estúpida esperanza de no volver jamás a ser yo en ningún otro plano, de no volver a existir jamás bajo ninguna forma y de no volver a experimentar esta insana desesperación que jamás se ha ido desde mi suicidio. No importa, ya que presiento que todo eso sí que se irá en cuanto el proceso se complete y sea encapsulado otra vez en aquel traje inadmisible para cumplir con otro ciclo en el infernal carrusel de la odiosa y execrable reencarnación. ¡Así es! Nada de lo que haga o diga es ni será relevante, pues soy un mero peón de quién sabe qué entidades cuya maldad es tan grande que me obligan nuevamente a pasar por esto. ¡Por dios! Ahora todo se desconecta y lo que fui se disuelve para siempre en el vacío mientras lo que seré es recibido entre llantos, lágrimas y sangre en ese horrible lugar llamado mundo humano. ¿Hasta cuándo culminará todo esto? ¿Es que estamos condenados a sufrir y asquearnos por la eternidad?

***

Caótico Enloquecer


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