Los lamentos están de más, no hay ninguna explicación que resulte ahora convincente. Y, aunque esto me destroza, debo aceptar que sí, que este es el hasta nunca para dos almas tan rotas y desgastadas como las nuestras… Debo aceptar que esta terrible noche será la última vez que podré perderme en el fantástico y cromático oasis que encierra tu mirada y que mañana, quizá, yo ya no seguiré existiendo en esta anomalía llamada humanidad… Debo aceptar que este es el eterno adiós y que cada instante que vivimos juntos se convertirá únicamente en un triste y nostálgico recuerdo que será eclipsado eventualmente por el dulce encanto del suicidio.
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Realmente el mundo, la humanidad y el ser no tienen ninguna razón para existir; son tan solo, a lo mucho, un absurdo error de magnitudes inconcebibles. No tiene sentido que busquemos perpetuar tales miserias mediante ciencia, tecnología o la razón, porque las cosas no cambiarán para bien jamás. El egoísmo innato en el ser y su implacable ambición terminarán por oscurecer cualquier posible paraíso y por ahogar cualquier posible esperanza de un nuevo amanecer donde la perfección y la benevolencia puedan reinar.
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Y pensaba que ese era en el fondo mi problema: entre más acompañado estaba, más solo me sentía; entre más feliz aparentaba estar, más asqueado de todo y de todos me sentía. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo mitigar por unos instantes la insoportable inmundicia de existir en una realidad como esta y teniendo un cuerpo tan humano?
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Ese hombre desesperado y melancólico que viene a lo lejos trae un cuchillo listo para ser glorificado con sangre y lágrimas… Ese hombre piensa usarlo en su propia familia, en los propios seres que alguna vez engendró y en la mujer que alguna vez amó… Lo único que me aterra de todo esto es que ese hombre sin sueños ni esperanzas y sediento de homicidio… ¡Soy yo!
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¿Qué podría existir que fuese más hermoso y sublime que el suicidio causado por un profundo estado de infinita y reflexiva desesperación existencial? Nada, desde luego. La muerte, cuando se realiza de esta forma, eleva el alma al estado más divino, puesto que implica el absoluto rechazo hacia este mundo y todas sus entelequias para entregarse definitivamente a la catarsis de destrucción que habrá de purificar nuestros corazones en el apocalipsis de la eterna inmolación.
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Catarsis de Destrucción