Sé que volverá porque habita en lo más profundo de mi ser y se alimenta de todos mis tormentos. Tal vez por ahora puede que esté ligeramente tranquilo, pero irremediablemente volverá y esta vez con mayor fuerza, tal y como lo ha hecho en el pasado. Se va por un tiempo, pero siempre vuelve más fortalecida y con mayores deseos de caos y anómala extravagancia. Hablo, desde luego, de la desesperación de existir; hablo de aquel estado de máxima y enaltecida contradicción interna solo conocido por aquellos enloquecidos poetas y trastornados filósofos quienes, fatalmente, tuvieran la peculiar osadía de desgarrar por unos instantes el velo de la putrefacción eterna y atemporal en el que se filtran nuestros peores desvaríos. El halo de la desesperación es, quizá, un lugar demasiado insoportable para la demasiado efímera y estúpida esencia humana.
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Nunca comprenderé a esas personas que abusan de los niños cuando claramente es preferible abortarlos. De cualquier manera, creo que ya nada puede sorprenderme en un mundo tan retorcido y nauseabundo como este. Aquí todo apesta a irrelevancia y supura podredumbre por cada poro; aquí es donde la pesadilla se hace patente mientras más se invoca la piedad divina de algún inexistente dios. ¡Ay, ya de nada sirve arrodillarse! ¡Y quizá nunca ha servido de algo! No obstante, antes todavía se tenía esa excusa; todavía se aceptaban algunas argucias con tal justificar lo injustificable. Pero ¿y ahora? ¿Ahora cuál será nuestro pretexto para seguir ensuciándolo todo? ¿Es que queda alguna razón por la que podríamos decir que el suicidio no sería lo más adecuado para seres tan inferiores y adoctrinados como nosotros? De ser así, que alguien me diga dónde encontrar tal sentencia, porque claramente yo ya he perdido toda esperanza y renunciando a todo consuelo.
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No sabía que había acontecido durante la noche, creo que perdí el conocimiento demasiado pronto después de la metamorfosis psicótica. Ahora tan solo me hallaba en medio de un charco de sangre y con sus cuerpos esparcidos entre espejos rotos. Sí, sus cuerpos sin vida y con múltiples heridas de arma blanca; los cuerpos de los que hasta la noche pasada habían sido mis hijos y mi esposa. En mi mano izquierda sostenía un cuchillo cuyo resplandor me embriaga por alguna extraña razón. Y cuando finalmente recuperé el control total de mi mente, una extraña voz me susurró lo que intuía ya con cierta mezcla de confusión y placer: “tú eres el asesino”.
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No existe sensación más profunda y poderosa que la desesperación de existir, pues ni siquiera el amor o el odio taladran tan incipientemente la mente como aquella desdichada. Y, lo peor de todo, es que se nutre con los deseos suicidas que surgen a cada momento sin que se complete el acto principal. Las mentiras nos han cebado inútilmente durante tanto tiempo y nos hemos sentido durante siglos complacidos con ello; de ahí que la irremediable trivialidad del ser no conozca límite alguno. A veces, me cuesta imaginar hasta donde llegará este carrusel de lóbrega miseria; mas quizá sea solo porque mis limitaciones y supuestos carecen de todo valor ante la impresionante maquinaria de la cual busco tan fútilmente escapar. Ahora solo me resta morir, porque he comprendido que resulta imposible cualquier búsqueda, huida o caída. Y, ciertamente, mi única felicidad consistiría en no haber nacido por ningún motivo.
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De nuevo la misma basura: nacer, crecer, reproducirse y luego morir. ¡Qué lamentable y quimérica comedia! La reencarnación no es otra cosa sino la esencia del encarcelamiento existencial que padecemos y que tanto odiamos nosotros lo oprimidos por el dios tiempo y la madre corrupta ante la cual nos arrastramos como blasfemas sanguijuelas. ¿Qué somos nosotros sino tontos arrogantes cuya miseria ni siquiera debería ser tomada en cuenta ni ahora ni nunca? Cada suspiro es un quejido de nuestras contritas almas, una exclamación de agonía eviterna proveniente de las tumbas donde yacen las facetas pisoteadas por nuestro ego. Una y otra vez el ciclo de esta enfermiza ruleta gira y gira repugnantemente; no sé si alguien debería alegrarse o llorar ante esto. Yo quisiera matarme, pero me cuestiono de pronto si tal acto no sería solo una necedad de mi atolondrada consciencia en un vano intento por arañar la neblina detrás de la cual creo se oculta un ilusorio sol de improbable libertad.
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Catarsis de Destrucción