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Como un sueño

Odio mirar en retrospectiva, principalmente porque no tiene ninguna utilidad y no sirve de nada hacerlo, salvo para torturarse con recuerdos dolorosos y sombríos. Es casi como un sueño, ahora que lo pienso; casi como si nunca hubiera ocurrido en realidad, pero sí pasó. O, bueno, al menos así lo creo yo. Quizá lo único real sea lo que está en mi mente trastornada, aquellas vagas memorias que se sienten tan lejanas que es como si hubiesen acontecido en otra realidad o plano y no en este precisamente. Impresiones sin sentido cuya desconexión con el tortuoso presente me hacen divagar terriblemente y me sumergen en una agonía existencial sin parangón. Retazos de vivencias absurdas y otras no tanto, de placeres que se esfumaron demasiado pronto y de discusiones que hubiese preferido haber evitado. ¡Qué tonto era en ese entonces! Aún lo soy y siempre lo seré, tan solo intento convencerme de que he mejorado, pero no podría estar más equivocado, más arruinado, más solo…

Rumbo al final del túnel, dicen, hay una luz que nos arropa y nos conmueve. No sé si creer en algo así, no debería. Toda mi vida siempre fui pesimista, ¿por qué habría de cambiar ahora que estoy cerca del fin? ¿Qué es esta extraña y nociva nostalgia que se apodera de mí por las noches más heladas en este infernal galimatías que es mi existencia? Los libros ya no sirven de nada, acaso jamás lo hicieron, pero ahora noto menos su influencia en mi derruido corazón. La poesía está triturada dentro de mí y no soy sino escombros de una edificación que jamás alcanzó a concretarse, que se derrumbó demasiado pronto como para significar algo en el implacable caos sempiterno. Aun así, me laceran las sensaciones y creo que fui muy imbécil al no haberme suicidado cuando pude. Pero ¿valió la pena haber recorrido este fútil trayecto hasta este punto? ¡Para nada! Preferiría mil veces jamás haberlo hecho y siempre haber soñado cada momento, haber soñado con la inexistencia absoluta por siempre.

Pero no, todo es tan irreal aquí. Los muros de esta habitación parecen encogerse y los cuadros viejos que cuelgan de ellos hasta parecen esbozar una mueca de aguda tristeza cuando los miro. Entre más recuerdos vienen a mi cabeza, más siento disociarme en una realidad onírica donde el tiempo no existe. ¿Qué es el tiempo, por cierto? ¡Maldito tiempo! ¡Maldita vida! ¡Maldito yo! Quisiera borrarlo todo, echar en reversa esta tragicómica película y pretender que nunca habité este cuerpo ni que tuve esta consciencia. Nada cambiará con quejarme, lo sé, pero me gusta hacerlo. Es mi único consuelo, de hecho. Acepté mi miseria y renuncié a la idea de la compañía desde hace mucho, eso sí. Mi perro murió la semana pasada y ahora todo lo que queda es solo polvo, silencio y un incontenible deseo de estar tirado en cama todo el día. Sé que llegará pronto el fin, pero, mientras tanto, tal vez deba tomar esos antipsicóticos que dijo el psiquiatra para evadir un poco la pseudorealidad. Quizá es verdad que todo es solo un sueño, pues en verdad siento que fue apenas ayer cuando tuve, por primera vez, esa sensación de volver a existir y a respirar.

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Caótico Enloquecer


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