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Corazones Infieles y Sumisos XXII

El día nimbó, la noche se esparció con calma y el mundo lucía impertérrito. El mal y el bien se anulaban, se extinguían los sentimientos y los amantes ya no copulaban, se asomaba ya una nueva faceta para la cual la muerte era la única llave. El cielo y las demás combinaciones ya no eran grises ni cafés, ya nada conservaba un irrisorio toque de claridad. El universo y en absoluto la figura del filósofo maltrecho estaba infectada de una oscuridad imposible de apartar, las sombras lo perseguían y algo lastimaba su precaria condición. Nada quedaba ya de su anterior estado, se había encargado de arruinar su destino. Solo esperaba que Erendy no se enterase de lo ocurrido entre Vivianka y él hace unas cuántas noches. No lograba conciliar el sueño tan vivificador que otrora lo acercase a su amada traicionada. Tenía pesadillas, a toda hora se sentía perseguido y afligido. No se arrepentía de haberse follado a Vivianka, sino de su propia fragilidad ante tales nimiedades que seguramente nadie recordaría en cien años, como cualquier problema humano.

–Hola Alister, ¿qué tal va tu día? –exclamó una voz desconocida.

El día había estado fatal, todos los profesores habían terminado la clase exactamente a la hora y la salida resultaba el mayor alivio. Alister viró y observó a una mujer cuyo nombre no recordaba, pero a la cual había olvidado ya. En la preparatoria convivieron demasiado, de hecho, tuvieron algo íntimo, hasta que él decidió cambiar su vida.

–Hola, qué tal. ¡Vaya sorpresa verte por aquí, no tenía idea de que también venías a esta universidad!

–No estudio aquí, mi novio sí. No te había visto, ya tiene un tiempo que vengo y lo espero a la salida para regresarnos juntos.

–Vaya, ¡qué bien! Me da gusto que hayas encontrado a alguien. Seguramente te irá bien, lo mereces mucho.

La antigua amiga de Alister no era mal parecida; de hecho, ellos dos se habían entendido muy bien, pasaban mucho tiempo juntos en la preparatoria. Eran como esa pareja ideal en su grupo, ambos inteligentes y atractivos, asistían a fiestas y se emborrachaban, incluso, a veces fumaban marihuana y probaban lsd. Dicha amiga era blanca, con expansiones, con perforaciones en la lengua y la nariz. Sus cabellos negros con las puntas rojizas resaltaban sobremanera su rostro sumamente hermoso. Poseía buenos senos y un trasero firme. Sus atributos eran excelentes, era la mujer ideal para cualquier hombre común.

–Nunca pensé que dirías esas palabras, tú siempre evitabas que terminásemos. Yo siempre volvía a ti de alguna forma, como ahora.

–Sí, ya lo sé. En aquellos días todos pensaban que estaríamos juntos el resto de nuestras vidas. Sin embargo, ya lo ves que todo ha cambiado tan rápidamente. Parecía que fuese ayer cuando caminábamos odiando al mundo como ahora lo hacemos en esta realidad absurda.

–Me gustaba escucharte, siempre admiré tu valor para rebelarte contra todo lo que yo no podía. Gracias a ti me superé y progresé, me alejé de lo malo.

Ambos caminaron un buen rato, rieron recordando experiencias pasadas, encontraron su compañía agradable; de hecho, cuando sus miradas se cruzaban, un coqueteo disfrazado ostentaba en sus rostros angelicales.

–Y ¿qué es de tu existencia? ¿Cómo ha ido tu nuevo modo de vida? ¿Has conseguido progresar espiritualmente como tanto anhelabas? ¿Tienes novia?

–Me va bien –aclaró primeramente Alister, mientras, en el fondo, se despedazaba lentamente por contar todo su malestar y sus crisis–. Sí tengo novia, conocí a una mujer hace tiempo, casi cuando entré a la universidad. Me he dedicado a estudiar y a pensar, medito acerca del mundo. En cuanto a mi progreso espiritual, va normal.

–¿Estás seguro de que te encuentras bien? –inquirió un poco sorprendida la muchacha de escote pronunciado–. No luces como aquel hombre que conocí, te noto tan cambiado, tan reservado. Sabes, parece que algo te atormenta. Lamento que no hayas encontrado esa paz y ese estado divino que tanto añorabas.

–No es fácil. Ocasionalmente se cree que sí, pero la verdad es que cuando uno busca tal cambio es susceptible y natural atravesar crisis existenciales y hasta querer suicidarse.

–Te entiendo, me contabas mucho de eso. Al menos sigues con vida, eso me da gusto. Deberías intentar ser feliz con tu novia.

El último comentario causó una risa sarcástica en Alister, quien, en sus adentros, no concebía más estar cerca de Erendy. ¡Quién sabe si volvería a verla después de todo lo ocurrido!

–No te compliques tanto, mejor recuerda lo que decías antes: si la vida es absurda, también es irrelevante cualquier cosa que ocurra o que hagamos, pues no trascenderá. Eso representa la libertad total en la esclavitud viral.

Alister recordó la frase, tan acongojado y maltrecho se hallaba. Esa misma frase la repetía constantemente. A su memoria llegaron las pláticas filosóficas que sostenía con aquella mujer ahora tan ajena a él después de haberse consumido sexualmente. Los recuerdos brotaban y lo envolvían todo, eran misteriosos esos fugaces e imborrables cuadros tan bien pintados donde se veía a sí mismo en los días más felices de su época, al menos hasta que conociera a Erendy. Había abandonado esa vida con tal de realizar un cambio, quería progresar en todo sentido y, para ello, había decidido recluirse en la soledad. Sin embargo, el destino tenía otros planes. La naturaleza no respetó su libre albedrío esta vez, quizá nunca, y fue así como Erendy llegó a su vida, drogándolo con el fragor dulcemente seductor del amor, ese mismo que ahora era incapaz de oler por más que lo intentase.

–Perdóname –exclamó Alister–, nunca fue mi intención lastimarte o dejarte. Quién sabe qué hubiera pasado si… Ahora es un tiempo extraño para mí, últimamente han pasado tantas cosas que siento desaparecer, irme muy lejos de mi propio yo.

–Tan raro te conocí y no has perdido tu toque.

–Fue bueno conocerte, y encontrarte ahora todavía más. Espero que puedas cumplir tus sueños de ser diseñadora de modas.

En el fondo, sabía que esa mujer, otrora representante de todo lo bello en el mundo, era un ser acondicionado, pero incluso eso no obturaba un peculiar aprecio y cariño. Al igual que con Erendy, sentía que su amor había terminado, tan solo quedaba una sensación concomitante de posesión. Y ¿qué significaba todo aquello? ¿No iba a intentar ser un monje? Para nada lo estaba consiguiendo, se había alejado tanto de sus ideales sublimes, había dejado que el mundo de los humanos moldeados lo cobijase.

–Ahí viene mi novio –expresó la mujer mientras se ponía de pie.

–Ya veo, sí lo conozco. Es el capitán de la selección de fútbol, ¿no?

–Sí, es muy bueno, pero quizá no tanto como tú… ¡ja, ja! En fin, ya debo irme. Te pido que te cuides demasiado, no te des por vencido. Intenta ser feliz con tu novia y vive, solamente eso queda. Adiós, siempre te recordaré como algo valioso en mi vida. Con suerte, podremos vernos de nuevo y charlar, aunque no estoy muy segura, pues el próximo mes iré con mis padres a Canadá por motivos laborales de mi papá. Y tal vez decida no regresar y quedarme con una tía que reside allá. De cualquier modo, te aprecio, y eso jamás cambiará, sin importar en lo que te hayas convertido o cuánto hayas cambiado.

Y se marchó, tan fugazmente como llegó. Él se quedó ahí, sin decir una sola palabra, callado como le gustaba. Un tropel de emociones lo atacaron cual manada de perros rabiosos. ¡Qué absurdo era todo, qué maldita resultaba la naturaleza y qué trivial le era un supuesto dios! Esa mujer, su exnovia y su actual novio, ¡qué vida tan vacía llevaban y llevarían! ¿Él podría llegar a algo así? De seguro no, puesto que él jamás podría entregarse de tal forma a la terrenidad del mundo. Y ¿no lo había hecho ya? ¿Cómo vencer los placeres carnales? Ya era demasiado tarde para intentar cambiar algo, o ¿no? ¿Qué quedaba por hacer? ¿Seguir con Erendy era una opción? ¿Se sentiría mejor si confesaba la verdad y partía para siempre? ¿Qué significaba este último encuentro? ¿Por qué sentía unas alas y unos tentáculos que atravesaban su alma?

–¡Maldición, si tan solo fuese más fuerte, si pudiera estar en el canal de dios! –se espetaba con desesperación.

 Quizá ni eso le serviría ahora, estaba podrido y, aunque ciertamente sabía de la irrelevancia de sus problemas, aun así, le aquejaban. Esto último obturaba su libertad, pues se sentía así, absurdo, dado que él mismo atribuía importancia a fútiles sucesos. Sus reflexiones tan emotivas fueron interrumpidas de la forma más estrepitosa posible. Un mensaje de Erendy aparecía en su celular con una sola frase: ven pronto.

Caminaba impacientemente hacia lo que sabía era su desgracia más fúnebre. Presentía ya la verdad de las cosas: seguramente Erendy, de algún modo, era consciente de lo ocurrido con Vivianka. Pensaba en todos los lugares que ahora otras personas disfrutaban y que otrora ella y él pisasen. Los recuerdos le parecían ya lejanos, ya muy cercanos; paradójicamente, una dualidad surgía en su interior. No comprendía en qué contenedor mágico y místico aquellas vivencias podían quedarse grabadas. Si se trataba de múltiples universos englobados por una sola dirección o lo contrario. Quizá eran los desperdicios de la eternidad conceptualizados en su mente, tergiversados de tal forma que dieran un sentido a su vida. Su pasado lucía atractivo y, por eso aparecían ahí en la infelicidad o la felicidad. Se trataba de recipientes estimulados por el exterior que desencadenaban la culpa y la redención.

Comprendió por qué era un hombre absurdo, como todos los demás. La diferencia radicaba solamente en que él, en contraste con ellos, no podía disfrutar de las cosas más irrisorias que acontecían ante su agobiada mirada. Al llegar a casa de Erendy, atravesando y recorriendo los diversos lugares que tanto agitaron las olas de sus memorias, un torbellino acabó con su lucidez. Se desquició ante la casa de la traicionada mujer y se doblegó. El peso fue demasiado, no podía mantener la indiferencia sobre sus hombros tan desgarrados. Llamó casi sin aliento y, pasados unos minutos, apareció una persona extraña que no reconocía más: era su novia, su compañera cósmica, la que trágicamente había rechazado sin saberlo, era Erendy.

–Tus cosas están listas, ahora quiero que te largues y que jamás vuelvas aquí. Mis padres no están, todos se fueron al entierro de mi hermana. No entiendo por qué lo hiciste, es algo misterioso y poético incluso, pero lamentable para alguien como tú.

Ni siquiera tuvo Alister la oportunidad de explicar o negar algo. Se hallaba en tan decadente estado que la culpabilidad resaltaba por sí misma. Y no quería negarlo ciertamente, solo entender. Sí, eso deseaba, comprender el sinsentido en el que apaciblemente había resbalado su carruaje, en el que opresivamente había sido lanzado e incrustado.

–Lo siento, yo nunca…

–Sellemos esto con un silencio sublime, uno que debió haber sucedido desde nuestro primer encuentro.

La puerta casi azotó en su rostro, Erendy no quería saber absolutamente nada de él o de sus ominosas explicaciones. Lo último que pudo escuchar fue un llanto, unos quejidos, unos lamentos espantosos. Al principio le fue devastador aquello, pero, tras alejarse con sus cosas, su ropa, sus regalos, sus poemas, sus libros, con todo lo que restaba de él, la sensación de inutilidad lo enfermó y lo desquició. Ya no creía ser más un hombre absurdo, tenía la certeza de ello. Rio unos instantes y luego arrojó todas sus cosas muy lejos, a un terreno baldío. Por alguna razón que no lograba dilucidar, sabía que no requeriría más de estas, ya ni siquiera necesitaba su vida, ya todo había sido fundido en el funesto escenario de una existencia sin sentido, representada por él, por alguien que, en su búsqueda de conocimiento y progreso, había caído en el vacío, y a quien las tinieblas habían recibido entre gritos de clamor y lujuria.

Erendy salió, totalmente devastada, apenas podía sostenerse. Sin saber hacia dónde dirigirse o con quien ir, caminó. Lo había perdido todo, su vida se había ido al carajo. Ninguna corriente filosófica ni esotérica podía ayudarla. Se sentía desgarrada y humillada, tan difícilmente aceptaba lo ocurrido. De alguna forma, tenía la certeza de que era verdad, no dudaba de que Alister y Vivianka hubieran copulado, algo se lo indicaba y no podía ignorarlo. Tras haber visto los ojos de la persona que más amó, lo comprobó. Tomó el último poema que recibiera por aquel que sostenía su corazón y lo abrazó para hacerlo trizas y dejar que un fuerte viento lo llevara a un universo paralelo. Simplemente, caminó al igual que su otrora compañero cósmico, se alejó sin dirección alguna. Ambos seres unidos por un destino infame llegaron por diferentes vías al mismo lugar: el bosque de los árboles rosas.

Los pensamientos de ambos, antes tan contrastados, dispersos y rencorosos, ahora se alineaban. Mientras su caminar continuaba, en extremos opuestos recorrían el bosque de esas florecitas rosas. Algo notaban de diferente, algo inusual pasaba, las florecitas tan fulgurantes de ese violeta rosado tan hermoso y apolíneo se encontraban curiosamente congeladas. Un frío demoniaco podía sentirse en el bosque, era la primera vez que un aire tan helado golpeaba la región. Lo raro es que, aun sin nevar, las bugambilias se congelaban, se marchitaban en un hielo quemante. La tristeza del bosque era tanta que las personas huían irremediablemente, como presintiendo un nefando suceso. Sin saberlo, con la visión obturada por el árbol más gigantesco y ahíto de bugambilias, el mismo donde tiempo atrás compartieran un descanso suntuoso, los protagonistas del actual destino infame se acercaban viniendo de direcciones opuestas, tal como la primera vez, como cuando el libre albedrío los fundió, cuando su predestinado encuentro alteró las probabilidades dadas sus reencarnaciones anteriores.  Igualmente, así como empezó aquello con extraños matices del gran espíritu y la naturaleza indescifrable, así quizá terminaría.

Sin embargo, justo antes de que ambos seres, víctimas de un intercambio de destinos, fuesen a recostarse en caras opuestas del principal y frondoso árbol que se levantaba majestuosamente y se separaba en los aires, como indicando una supremacía no conocida ni concedida a los seres mundanos, previo a la última colisión de las estrellas binarias matizadas de carne y hueso, se produjo un desvarío en las dimensiones bajas. La criatura cuya esencia infecta y, a la vez, purifica el libre albedrío había triunfado como siempre desde el comienzo de aquella oscura sociedad. En un tropel de sombras se encasillaron los soñadores de las utopías vetustas. Una gran vorágine parecía abrirse para devorar su alma. Un gusano funesto se tragaba la opaca y efímera luz. Y ahora todo era oscuridad y miedo, uno tan penetrante que preñaba el cuerpo con la muerte, uno tal que incluso la vida era ya una ilusión de pésimo gusto.

Caminaban tan separados, observaban esos seres terrenales sus posibles futuros en tan variadas posibilidades, conociendo diversas personas, teniendo experiencias imposibles de medir. Y absolutamente todo era alterado y tergiversado por una simple decisión. Las escisiones sumamente múltiples escapaban a su imaginación, aunque quizás en este punto ya habían enloquecido. Atisbaron escenarios donde eran exitosos, donde nada los perturbaba, donde aquellas alas infinitamente formadas por el conjunto de indecibles picos y fluidos fulminaban inmediatamente toda concepción de la voluptuosidad. En los destinos inferiores se observaban ellos mismos siendo absorbidos por el vacío de la existencia, permaneciendo juntos y obstruyéndose en todo sentido.

Fue entonces cuando todo terminó, ya ambos habían alcanzado el árbol, ese del que colgaba el capullo y que custodiaba el templo. Así, se rindieron finalmente las esperanzas aplastadas por el destino. Comprendieron aquellos seres la imposibilidad de su unión; de hecho, de la absurda vida que llevaban las personas. El verdadero amor no consistía en el sexo, ni tampoco en el respeto, la moral, la honestidad o el tiempo. Pues todo esto resultaba terrenal y humanizado, tal era como se entendía en la sociedad el amar a alguien. Para aquellos que lograban despertar la conciencia cósmica en la tragedia y el sinsentido de su existencia, entendían que el amar significaba el más puro y ostentoso acto de libertad, una tal que el ser amado se sintiese tan irremediablemente libre que seguramente no regresaría nunca con su libertador.

El deseo sexual por una persona ajena a la que se ama atormenta a los seres, presas de banales laceraciones. El amor no exige actos carnales ni materiales, no se pide ni se otorga, no se trata de una posesión o de algo intercambiable. Y, por eso, ese sentimiento se presentaba más raramente que cualquier otro, porque su incomprensibilidad deslumbraba y adormecía la gran roca que caía una y otra vez sobre los condenados al trabajo forzado por la eternidad. ¡Qué poderoso y triste era el amor, qué feliz y lamentable, qué estúpido y bendecido! Amar, a final de cuentas, no era la entrega de un cuerpo o una mente, del tiempo o el espacio. El amar representaba dolor, agonía y nostálgica muerte. Y, sin duda, aquel que realmente amaba era ese que, teniéndolo todo, que estando en el cielo, lograba renunciar a eso y hundirse en el infierno con tal de preparar la iniciación para el ser amado.

En otras palabras, amar representaba dejar ir lo que más se amaba, así de paradójico era el amor, así de triste y fugaz: más pasajero que la vida, más temporal que el tiempo, más absurdo que el sinsentido, más real que la realidad, más libre que la libertad y más espiritual que el oculto dios interior. Aquel que ama es capaz de romper las cadenas que lo atan a la humanidad. La mejor y más hermosa muestra de amor es dejar que el pajarillo benevolente vuelve lo más alto que pueda sin limitar sus alas. ¿Quién diría que el amor representaría eso: desprendimiento? Es la lección más grande que se puede aprender, la fortaleza y el poder supremo no rechazan. Una vez que se ha superado el amor, se estará superando el absurdo, se puede comenzar a vivir sin ningún miedo, ya se ha desprendido el ser de todos los estorbos y ha comenzado su reencarnación sin morir.

Para aquellos seres que al final de su vida entendían su intemporalidad y lejanía de una realidad funesta, que por el camino más amargo comprendían lo que no representaba el amor, lo que ellos siempre pudieron atisbar y se negaron a creer, pues para esas dos estrellas a punto de convertirse en supernovas, todo había terminado. Sin quizá quererlo, al recostarse ambos en el árbol, las yemas de sus dedos se unieron en el roce más etéreo, tal vez ni se unieron. Se hallaban tan cerca y tan lejos, tantas ilusiones reveladas y sueños flotando, y una existencia que convergía en la desgracia y la percepción interna. De algún modo, sus últimos pensamientos fueron que siempre se mantendrían conectados, de alguna absurda y extraña forma podían sentirse así y un vínculo vetusto se los indicaba. Ni siquiera necesitaron ya observarse, sabían perfectamente quiénes eran sin nunca haberse visto, todo el engaño cedía y la batalla no era ganada ni perdida, no se trataba de eso, solo de vivirla. Pero la más grande verdad relucía por sí misma, era ostensible perfectamente, y se trataba de la negación misma, de la oposición al sinsentido, de la inevitable y melancólica muerte de su amor, ese que otrora ataviara sus espíritus con elegantes sensaciones. Las últimas palabras se pronunciaron con el último aliento de dos puntos insignificantes en la densa marea del cosmos secular:

–Te amé tanto como pude, fuiste lo que me mantuvo con vida durante tanto tiempo. Jamás sabrás que te ofrecí libertad, y, a pesar de todo, estarás en mi interior donde nada te removerá, pues gracias a ti conocí el dolor más grande y el mayor desprendimiento del ser, el misticismo con el cual soñábamos fundirnos. Es extraño todo lo ocurrido, pero nada fue entendible ni descifrable. Tantas veces la marea intentó ahogarme, que terminé por sumergirme para no soportar más su agresivo ataque. Ahora ya se acaba de forma magistral y patética nuestra historia, pero nunca olvidaré el destino que nos unió, el azar que fulguró en tus ojos al mirarte. Y todo cuanto he aprendido no se irá, formará parte de nuestra eternidad.

Poco tiempo después una llovizna infame azotó el bosque, seguida de un resplandeciente sol, formando ambos un beato arco iris. Las personas que acudieron al lugar notaron los cuerpos de los dos seres, cuyos dedos se hallaban en la sincronía perfecta, a punto de tocarse, pero sin hacerlo, tan cerca pero tan lejos, tan espiritual pero tan real. Lo que más cautivó a los observadores fue que alrededor de esos dos cuerpos inertes las bugambilias seguían congeladas y no fulguraban más con ese hermoso rosa, uno que ahora parecía ser absorbido por el gélido fenómeno, ese en donde se pierden los sentimientos.

–¡Miren, vengan pronto! ¡Algo inusual pasa aquí! –exclamó un viejo vagabundo que se había acercado de más– ¡Parece que siguen con vida!

Y parecía que sí, pero no. Una exégesis no es aceptable para tan atroz e inexplicable situación. Pasaba que los corazones de esos seres destinados a encontrarse, y a la vez al trágico despliegue de la vida, aún latían e, incluso, un halo dorado se atisbaba. Así es, sus corazones latían con más fuerza que nunca; empero, el resto de ellos había eclipsado hace tiempo, todo lo que denotaban estaba en un lugar del que jamás volvería.

–Sus corazones laten y emiten un fulgor dorado de lo más hermoso, pero el resto de ellos parece estar sumido en el hielo –afirmó otro de los curiosos ahí conglomerados.

–En efecto, es como si sus cuerpos estuviesen muertos, pero algo en ellos siguiese con vida. Se niegan a desaparecer, se mantienen el uno al otro a pesar de su rechazo. Es como si sus corazones estuviesen conectados más allá de este plano.

Y así pasó, como si su existencia terrenal hubiese sido congelada, pero en el espíritu ardiera esa llama insaciable con más fuerza que nunca. A los pocos minutos comenzó de nuevo la lluvia, más mortífera que antes, obligando a los confundidos espectadores a huir sin dar previo aviso a las autoridades. Más tarde, cuando regresaron las personas con asistencia médica, su sobresalto fue inmenso al percatarse de que ninguno de los dos cuerpos se hallaba ahí. Y, en su lugar, había dos montículos de bugambilias congeladas que habían caído del árbol, el cual lucía despejado, sin una sola de estas florecitas violetas en sus ramas. Las personas se marcharon pensando en todo aquello como una ilusión, pero ¿qué era ilusión y qué realidad?

A lo lejos, partiendo paralelamente al colapso fundamental e inevitable de aquel quimérico universo donde nada parecía tener un sentido, dos entidades completamente renovadas se elevaban por encima del mundo. Se trataba de una niña desnuda con alas de tonalidad necroazul y un pájaro multicolor de matices verdiazules imperceptibles para el común receptor. Y dichos entes volaban con impasibilidad y buscaban, con aparente minuciosidad, la siguiente etapa donde la inmortalidad es tan natural como la belleza de la destrucción y la creación. Así, el fantástico y enloquecido corazón dominado por la infidelidad y la sumisión es el mismo que se ahoga en su propia sangre para nunca más renacer.

FIN

Corazones Infieles y Sumisos


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