Te di todo de mí, pero nada parecía ser nunca suficiente. Te di más de lo que podía dar, más de lo que debía haberme dado a mí mismo. Y hoy sé que mi único error fue haberte amado más de lo que debí haberme amado a mí mismo y haberte odiado más de lo que me llegué a odiar a mí mismo.
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Y, cuando menos lo pensamos, nos hallamos al límite de nuestras fuerzas, en medio de un inexplicable malestar existencial cuyas causas nos son totalmente incomprensibles, pero cuyas consecuencias no dejan de emponzoñar nuestra cordura ni un solo instante.
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Traté tanto como pude de salvarme de mí mismo, pero lamentablemente no lo conseguí. En gran parte, gran culpa la tienen esta existencia absurda y este sistema infame. Como sea, ya no es hora de repartir culpas, sino de encajar este cuchillo en mi vientre y decir adiós a todo para siempre.
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Las horas se escurren sin que podamos hacer nada al respecto, pues, al igual que con tantas otras cosas, somos solamente esclavos del tiempo que avanza sin piedad. Y, con cada giro del reloj, más viejos y tontos somos, y más nos acostumbramos a esta vida insulsa sin sospechar que, de manera paradójica, más nos acercamos a nuestro indispensable final.
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Nuestro amor no era para nada ordinario, pues ambos soñábamos con unir nuestras almas en el más allá cuando nos hubiésemos desprendido de nuestros inútiles cuerpos mediante el encanto suicida, pero no sospechábamos que el vacío nos atraparía con tan insostenible vehemencia para que jamás nuestras bocas volvieran a unirse.
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Desasosiego Existencial
