Estar solo, tan a gusto, disfrutando exquisitamente de una extraña sensación de paz y silencio… Y entonces que de repente llegue alguien a hablarnos, a interrumpir nuestro solitario letargo, es casi tan lamentable como habernos hecho del baño en los pantalones.
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Que alguien agradezca por estar vivo es tan nauseabundo como si agradeciera porque se le metiera la cabeza en el retrete; y, en ocasiones, sin haber jalado previamente la palanca. He ahí una gran analogía para explicar por qué siempre se prefiere la vida sobre la muerte: porque el ser humano es necio, ruin y torpemente adicto a su propio sufrimiento.
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Y, si la existencia tiene un sentido o una razón, dudo mucho que el mono parlante, en su blasfema constitución, pueda algún día siquiera llegar a atisbarlo. Este conocimiento debe hallarse indudablemente a años luz de seres tan inferiores como nosotros cuyo apego a la realidad material y todo tipo de vicios que en ella se encuentran es tan inmenso que, inclusive si viviéramos cien vidas más, ni siquiera creo que con eso podríamos llegar a un nivel decente de purificación física, mental y espiritual. Dicho de otro modo, estamos condenados y nada ni nadie, ni siquiera dios o el diablo, están interesados en nuestra miserable existencia.
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A veces, sin motivo alguno y especialmente de madrugada, salía de mi hedionda habitación y me sentaba en una banca del parque a imaginar que todo podría tener un sentido, que las cosas podrían mejorar algún día y que la muerte no sería entonces mi único consuelo. Sin embargo, creo que tales reflexiones eran incluso más deprimentes, pues justificarían todo el sufrimiento y la miseria que imperan en el mundo y, más aún, en mi putrefacto interior.
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Indudablemente, una de las mayores erratas en el execrable repertorio del ser es el que posea la capacidad de hablar y expresarse libremente, pues la cantidad de estupideces que esparce gracias a ello es únicamente comparable al infinito mismo o incluso mayor.
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Y tal vez aún más desconcertante que intentar entender la existencia misma resulta el intentar entendernos a nosotros mismos. No puedo sino afligirme ante cada razonamiento que en este sentido consume mi mente, alma y corazón, pues creo fervientemente que nunca, ni siquiera en mi momentos de mayor lucidez, he tenido una idea clara y precisa de quien soy yo y de Y tal vez aún más desconcertante que intentar entender la existencia misma resulta el intentar entendernos a nosotros mismos. No puedo sino afligirme ante cada razonamiento que en este sentido consume mi mente, alma y corazó…, Pues creo fervientemente que nunca, ni siquiera en mis momentos de mayor lucidez, he tenido una idea clara y precisa de quien soy yo y de por qué debería continuar existiendo en una realidad que detesto inconmensurablemente.
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Desasosiego Existencial