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La Agonía de Ser 42

Este mundo abyecto no debe ser cambiado; además, ni siquiera es algo que realmente pueda lograrse debido a la gran cantidad de intereses ocultos que se esconden en las sombras. No, el cambio no es ya una opción. Más bien, debe ser eliminado por completo para que la purificación sea real. Y entonces surgirá un nuevo mundo que será casi como un paraíso, pero donde la humanidad por ningún motivo deberá existir.

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Cada vez todo me parecía más ridículo y patético: las personas, los lugares, las canciones, las películas, las series, las caminatas, los deportes, los paisajes, los poemas, las teorías, los libros… Y así fue como llegué a asquearme de todo, especialmente de mi propia existencia. Lo único que me mantenía aquí, en esta horrible realidad, era un miedo insano, pero no a la muerte, sino a la vida, especialmente a la eterna; es decir, un miedo irracional a volver vivir después de haberme suicidado.

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Las redes sociales tiene un inmenso éxito debido a que en ellas las personas pueden mostrar abiertamente cuán estúpidas, absurdas y nauseabundas pueden llegar a ser sus mentes. Y no solo eso, sino que competirán magistralmente para ver quién sobresale en tales conceptos. De ahí que actualmente la inmensa mayoría de tontos se preocupe más por aparentar algo que no es en una realidad virtual que por conseguirlo en la realidad material. No obstante, debo decir que este comportamiento y muchos otros no me sorprenden en absoluto; sino que confirman lo que yo ya sospechaba de antemano: la humanidad está acabada.

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No importa la lucha que creamos estar peleando ni los autoengaños que nos repitamos diariamente con el fútil pretexto de un posible sentido para seguir viviendo. Al final, la muerte llegará y nos restregará en la cara lo absurdo de cada mundano propósito que tuvimos durante nuestra miserable y patética vida. La ironía es, de hecho, creer que lo que hacemos servirá de algo o que nuestras acciones cambiarán el abismo en el que se pudre tan placenteramente este mundo infame y trivial.

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Y, cuando creía que todo estaba perdido, había algo que, extrañamente, me proporcionada una momentánea esperanza y una sensación de alivio casi inexplicable. Ese algo no era otra cosa sino la firme e inevitable idea de que, sin importar lo que pasara, yo iba a morir. Ya fuese hoy, mañana, en días, semanas, meses o años… ¡No importaba, iba a morir! Y justamente esta sentencia era el mejor calmante a una existencia plagada de sufrimiento y desilusión como la humana. La vida no significaba nada, la muerte lo era y lo sería todo sin importar el grado de incertidumbre y caos que pudiera suponerse.

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La Agonía de Ser


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