Cuando se llega a la indiferencia absoluta es cuando finalmente se rompen los triviales lazos que nos unían a los elementos de esta pseudorealidad/matrix: personas, lugares o momentos. Entonces llega una reconfortante soledad que es tan solo preámbulo del máximo logro al que podemos aspirar en nuestra infame y humana condición: el suicidio.
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Solo una mera herramienta, un esclavo más, un tonto con delirios de grandeza, un ególatra sin remedio… Pero hoy ya no quedará ni una sola partícula de todo lo que fui, de la inmensa ofensa que la existencia me infligió al tener que experimentarla sin haberlo deseado.
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No importa cuánto traten de convencerme, jamás aceptaré que esta vida es algo bueno o importante; porque, para empezar, yo ni siquiera pedí tenerla.
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Los engranajes se acomodan esta noche al compás de una melodía fúnebre, la sangre que escurre de la cama y se filtra en los orificios de aquel suelo podrido anuncian que el ritual se ha completado. Esta vez no hubo nadie que pudiera impedirlo: ni persona, ni autoengaño, ni nada. Tan ínfimo como hermoso había sido aquel momento en que por fin me había quitado la vida.
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Estoy convencido de que el amor no es el sentimiento más puro ni poderoso de este mundo. Por el contrario, el odio sí que lo es. ¡Qué bello y supremo es odiar! Odiar con toda el alma, odiar a todos, odiarlo todo, odiarse a uno mismo. Odiar la vida, a la humanidad y a la existencia. ¡Odiar, odiar y volver a odiar sin parar debería ser un principio universal de la existencia humana!
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Desasosiego Existencial
