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Desperdicio

Las horas se esfumaban, pero los lagartos de las tres colas no dejaban los cuerpos que les permitían sobrevivir en este plano inferior. Ya habían devastado al mundo, ya se habían apoderado de la energía de cada títere esclavizado para consumir, fornicar y ambicionar. Estaban satisfechos los verdaderos amos, y su madre, la reina de los abismos estelares, no se rendía en su nefanda misión: extraer hasta la última gota de energía de esos miserables monos, chupar una y otra vez los cadáveres agónicos que eran arrojados al cementerio del valle en la muerte del sempiterno orador. Líderes mundiales, supuestas eminencias en los más diversos campos, anunciados de pronto como extranjeros de la galaxia; pero imposibles de desenmascarar en la carne carcomida que había ocultado su naturaleza ruin y abyecta. Más de lo mismo en el fondo, más engaños en este teatro absurdo de la existencia humana. Al fin y al cabo, yo me mataría muy pronto y nada de esto me concerniría ya.

Solo aprovecharon los descuidos de la miseria, los arrebatos de cólera que las cortinas del defensor herido dejaron al descubierto. Pero, cuando se hayan ido, quedaran otros, y esta vez serán de los nuestros. Sí, serán humanos y eso lo hará todavía más escalofriante y atroz. No cesarán en sus quejidos, no derramarán en vano la gran catarsis que les proveerá del combustible para poner en marcha la crisis del santo dolor. Y, por doquier, esparcirán lo que no debe ser asimilado como algo; como si se tratase de una pútrida emanación de la santa revelación. Entonces se callarán, porque los dominados aceptarán el pesado yugo de aquellos que puedan levantar la pirámide un poco más y a quienes el gran ojo ilumine con tan solo una pisca de la supuesta y suprema verdad. ¡Qué horrible tortura el haber existido en este plano infame infestado de estúpidas alimañas! Mejor sería desangrarse lenta y dolorosamente hasta que nuestra consciencia haya sido envuelta por la oscura esencia del vacío eterno.

Callarán porque les ha sido prohibido rebelarse y luchar por su libertad; callarán y se arrodillarán ante la imagen del nuevo anticristo, del dorado amanecer que evaporará el sufrimiento de la elección. Y así, el libre albedrío será solo de ellos, pues poseerán el instrumento que sus antecesores impusieron como la gran verdad. No habrá ya más rebeldía en quienes no conseguirán atisbar que sus vidas ni siquiera les pertenecen ya, puesto que lo único que solazará a los venidos de la estrella polar será el nuevo orden mundial. El apologético disturbio vendrá entonces para glorificarnos y tomará los cadáveres de esos insensatos cuya avaricia fue más ominosa que su propia existencia para rasgar sus huesos y sacrificarlos al ídolo. Toda una caterva gritará ansiosa por la sangre del águila reluciente, habrá tal tumulto que hasta los menos obsequiosos sentirán el etéreo beso de la muerte, pero será solo para percatarse de que la prisión se extiende más allá de sus débiles mentes.

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Locura de Muerte


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