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El Color de la Nada 26

Emigrar a un universo paralelo indudablemente me haría feliz, pero no tanto como emigrar a la nada y fundirme con ella hasta alcanzar inexistencia absoluta por los siglos de los siglos. Y es que todo en este mundo me asquea y me produce un odio incuantificable: las personas, los lugares, el trabajo, el tráfico, la rutina, el sexo, el dinero; y, en fin, la monotonía de los días que transcurren sin ningún maldito sentido y sin que pueda hacer nada para detenerlos ni mucho menos evitarlos… Siendo así, es deprimente saber que el suicidio es la única salvación asequible.

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Nuestra lucha no terminará jamás, al menos no antes de que este mundo y todo lo que en él existe se encuentre en ruinas, pues solo entonces la verdadera purificación dará inicio y la muerte al fin se elevará de su tumba para iluminar la herejía del ser: existir.

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Tanto ruido y miseria propagamos a lo largo de nuestra absurda y funesta existencia para que al final la muerte, en un santiamén, termine con todo de manera ridículamente contundente. No cabe duda de que el ser es una criatura horrible, egoísta y patética cuyo origen y destino no podrían ser menos importantes.

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Si hubiera tan solo tiempo para vivir, pero no. Todo nuestro tiempo lo empleamos en actividades estúpidas y, cuando de pronto queremos enfocarnos en algo que consideremos valioso, resulta que ya tenemos que morirnos. ¡Qué absurda y contradictoria tragicomedia es la vida!

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Curiosamente, lo único que podía ya distraerme un poco de la desesperación de existir y del hastío de vivir eran los placeres más infames, los vicios más blasfemos y las obsesiones más peligrosas: mujerzuelas, pornografía, alcohol, cigarro, drogas, juegos de azar, antros de mala muerte, tabernas y cosas similares. En resumen, todo aquello que tuviera que ver con la miseria, la decadencia, la crápula, la ignominia o la destrucción del alma. ¡Quién sabe! Tal vez, después de todo, eso y no todo lo demás era lo único por lo que valía la pena no estar muerto aún.

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Quizás incluso reflexionar sobre el posible sentido o sinsentido de nuestra existencia era un absurdo mayor que el que esta misma en sí pudiese denotar. Lo era desde que el tiempo era nuestro mayor verdugo, pues ¿qué era nuestra vida sino solo un vil y nauseabundo parpadeo en el sempiterno transcurrir del cosmos? El periodo que existíamos seres ignorantes como nosotros era una burla para el tiempo, el infinito, la eternidad, las estrellas, el caos, la existencia, el universo e, inclusive, hasta para el vacío.

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El Color de la Nada


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