¿Por qué tenemos que vivir esta vida absurda donde nuestro único destino posible es sufrir y/o aburrirnos para terminar irremediablemente muriendo del modo más confuso? Más aún, ¿por qué tuvimos que existir sin nuestra previa consideración? ¿Es que acaso nuestro libre albedrío le importa un bledo a la bastarda existencia? La respuesta, aunque me torture, es más que obvia. Aunque, por otro lado, solo viene a confirmar lo que siempre he sospechado: nuestra voluntad existencial es un chiste, algo de lo que hemos sido medianamente dotados solo para ser testigos en primera fila de cómo la vida destroza uno a uno nuestros planes o cualquier posible esperanza por ser libres.
*
Tan solo hay una única cosa que me impide estar bien: estar vivo. Si no fuera por eso, ¡qué feliz sería yo en los siempre reconfortantes brazos de la nada! No puedo ni siquiera imaginarme el vehemente gozo experimentado al saberme lejos de este cuerpo, de este mundo y de esta especie.
*
Estar borracho, drogado o loco es, quizá, la única manera de sobrellevar esta ignominiosa realidad; y, si se pueden las tres cosas al mismo tiempo, ¡mucho mejor aún! Y es que no puedo concebir cómo puede ser llevadera la vida sin alcohol en las venas o sin alguna otra sustancia que obnubile nuestra percepción temporalmente y nos haga sentir que nada de todo esto es algo más que un lóbrego ensueño del cual la muerte nos despertará con majestuosa benevolencia y alegría.
*
No sé si es peor creer en dios o en uno mismo, pues al menos en el primer caso tenemos la siempre agradable opción de culpar a alguien o algo por nuestra recalcitrante estupidez. En el segundo, por desgracia, debemos tomar total partido por cada error cometido y resignarnos a que siempre tendremos que luchar con nosotros mismos para poder determinar un poco mejor las probabilidades a nuestro alrededor.
*
Me deprimía demasiado saber lo horrible que era el mundo, pero tal vez me deprimía más saber que aún más horrible y repugnante que el mundo externo era mi propio mundo interno; ese que solo yo habitaba y padecía cada maldito día que, erróneamente, decidía seguir con vida. ¿Por qué? ¿Qué me ataba a esta maldita realidad que tanto rechazaba en mis escritos? ¿Había acaso todavía algo en mí que me sugería la vida en lugar de la muerte? Quizá todavía no estaba listo para esta última, pero ¿lo estaría algún día acaso? ¿Qué será de mí si, uno de estos días, en pleno éxtasis de hastío y desolación, simplemente no puedo incrustar esa reluciente navaja en mi cuello o en mi corazón agobiado?
*
No hay nada peor que la gente optimista, con sus estúpidas y absurdas creencias sobre la vida, la muerte y la existencia, sintiéndose el centro del universo cuando no son sino la nada misma en persona. De hecho, con su ingenuo y patético optimismo, lo único que consiguen la mayor parte de las veces es deprimirme, asquearme e inclinar más mi esencia hacia el suicidio. Pero así es la humanidad: prefiere continuar felizmente engañada su camino hacia la intrascendencia que hacer una pequeña pausa y reflexionar seriamente sobre la nulidad de sus actos, obras y anhelos.
***
El Color de la Nada