,

El Color de la Nada 49

Indudablemente, sin la asombrosa e inenarrable cualidad denominada estupidez, la llamada felicidad humana no sería concebible bajo ningún término. Porque es tan cierto que solamente mediante la más recalcitrante ignorancia nos acercamos a rozar el bienestar, la tranquilidad y la benevolencia. En el fondo, meros espejismos para los débiles y contentos corderos dominados por los astutos lobos. Quien sea que se diga que ha comenzado a despertar, inextricablemente deberá experimentar estados de esquizofrenia avanzada, anhelo suicida e infernal desesperación. Porque solo eso es lo más real que impera en un mundo como este, tan absurdo y nefando. Lo cual, a su vez, no quiere decir que no puedan existir también cosas bellas como el amor, la belleza o la amistad. Pero no seamos tan ingenuos como para creer que lo experimentado aquí es lo máximo o lo único, porque entonces nos perderemos irremediablemente. El infierno es indispensable y no se trata de un lugar con llamas, sino más bien de volverte tan trágicamente consciente de tu existencia y la de todo a tu alrededor que cada momento y decisión se sientan como los últimos latidos de tu corazón. Claro que la humanidad no está preparada para esto ni tampoco para lo que yo denomino el estado mental divino, que no es sino aquel en el cual se consigue contemplar la infinita gama de perspectivas, enigmas y paradojas que componen esta aparentemente contradictoria existencia sin llegar a la locura absoluta. El ser debe evolucionar y trascender solo él mismo, por él mismo y para él mismo; no puede hacer que otros lo hagan ni impedirlo; aunque sí sugerir y ayudar un poco. Al fin y al cabo, la vida y la muerte son experiencias absolutamente independientes e inmanentes. Creer que una doctrina, una religión, una filosofía, unos versos obsoletos en un texto anticuado, oraciones sin sentido en un templo o cualquier otra tontería similar nos conducirá a la salvación es más que risible. En todo caso, ¿salvarnos de qué o quién? ¿De nosotros mismos? ¿Sería algo así siquiera concebible o mínimamente valioso? ¿Puede alguien o algo que no seamos nosotros mismos salvarnos de… nosotros mismos? Me pregunto hasta cuando la tonta y triste raza humana comprenderá un poco de esta enseñanza que no puede ser leída ni inculcada, sino solamente experimentada en carne propia; y solo cuando uno está dispuesto a dejarlo todo (en verdad todo) atrás con tal ir más allá de su mísera y aciaga naturaleza. Y que quede claro de una maldita vez: el deseo de superarse a sí mismo y alcanzar lo divino nunca será soberbia, sino amor en su estado más puro y sincero. Si una fuerza superior no quisiera que rozáramos lo divino, no nos hubiera dotado de las cualidades necesarias para ello ni tampoco, siendo todopoderosa, lo habría permitido de antemano. Estoy seguro de que esa fuerza misteriosa y superior no solo no se opone, sino que incluso anhela y nos impulsa todo el tiempo a destruirnos constantemente mediante múltiples y extrañas metamorfosis hasta alcanzar nuestra última forma: la crítica integración con aquello que no muere; que es eterno y perfecto, que es infinito y doblega el tiempo. Mas estoy casi seguro de que esa fuerza propiamente no vendrá a salvarnos ni a imponernos nada, simplemente observará si podemos nosotros lograrlo o no. ¿Qué más da si tardamos eones en estar listos? ¿Qué más da si hace mil años fuimos un esclavo o si en otros mil seremos un asesino? ¿Qué más da si ahora estamos vivos y mañana muertos? Si el tiempo que conocemos aquí es solo una ilusión, entonces quizá la eternidad misma y solo ella es el límite. Fuera de las limitaciones de nuestro cuerpo y más allá de los prejuicios de nuestra patética y arcaica razón, ahí es donde nuestro verdadero destino se encuentra y lo hará por siempre. Somos viajeros que oscilan entre estados intermedios de amor y sufrimiento; pero tardamos demasiado en comprenderlo y tal vez por eso volvemos una y otra y otra vez a la tragedia de la existencia. No hay absolutos, todo dependerá siempre de la perspectiva. Así que muy probablemente existan infinitas verdades dependientes de infinitas variables que pueden experimentar estados infinitos. Lo que conocemos como orden es simplemente una manera muy humana de no aceptar que no sabemos nada y que tenemos todavía demasiado miedo. Una última cosa: nada ni nadie podrá jamás decirte qué está bien y qué está mal; porque tal vez estos anómalos conceptos son, en el fondo y como cualquier dualidad en esta realidad tridimensional, lo mismo. Si tan solo pudiéramos ver con nuestros auténticos ojos, ¡ay, todo lo que somos, creemos y añoramos nos parecería solo una pésima tragicomedia!

*

Tan pronto como somos cada vez más conscientes de nuestra horrible existencia en este plano infernal, comenzará la verdadera agonía que culminará, sí o sí, en la desesperación de existir o en el hartazgo existencial extremo. Así pues, la consciencia es sinónimo de sufrimiento, aburrimiento y, principalmente, de desilusión. ¡Demasiado caro es el precio que se paga por ella y demasiado amargos son sus frutos! Entonces ¿vale realmente la pena adquirirla? O ¿preferible resultaría continuar siendo una estúpida marioneta más como el resto de los idiotas que pululan por ahí? En este punto, por contradictorio que pueda sonar, a veces quisiera en verdad poder quedarme con la segunda opción… Mas me es imposible ya, me resulta hasta indecente pensar en mi yo de antes. Asimismo, comprendo que cada uno debería enfocarse exclusivamente en su propio camino sin que le importe un carajo el de los otros. No podemos ni siquiera controlar nuestras vidas, pero tenemos el atrevimiento de querer controlar las de otros y decirles qué deberían hacer, en qué creer o qué pensar. El ego humano en su máxima expresión: hambriento de poder, dominio y manipulación. Hasta ahora, así ha existido tan miserablemente esta raza de cadáveres andantes; siempre esclava de sus impulsos y temerosa de su verdadero potencial. ¿Qué podría ser más real que nuestra amplia necesidad de atención, amor y cariño sino la infinita necesidad de conquistar al prójimo y no sentirnos satisfechos hasta tener la razón? Humanos somos todavía y todavía demasiado humanos.

*

En verdad que el odio hacia los lunes no tiene ninguna justificación, puesto que todos los días son igual de insoportables y tan solo el suicidio ofrece una solución real. Mientras sigamos vivos, la miseria no tendrá fin. Solo se incrementará más y más, hasta el punto de quiebre en el cual deberemos decidir: locura o muerte. También es cierto que la gran mayoría solo abraza su natural insustancialidad y se refugia en los múltiples espejismos que ofrece la pseudorealidad. Sería un estado de decadencia espiritual del que no conviene formar parte, porque sería como una muerte hipotética tras la cual nuestra alma quedaría relegada a los abismos más nefandos. Por decirlo así, la verdadera espiritualidad no está limitada a lo que tantos patéticos adoradores de cultos arcaicos todavía creen e imponen a unos cuántos ingenuos. Por fortuna, el ser ya ha comenzado a dejar atrás estas doctrinas sin sentido; por desgracia, ahora ha adoptado otras tantas corrientes de pensamiento igualmente absurdas. Parece que, sin importar lo que acontezca, la inmanente necesidad del mono de despojarse de su libertad y arrodillarse ante algo “superior” le perseguirá hasta la tumba y hasta el fin de los tiempos.

*

Una sola cosa me inquieta y, sinceramente, también me aterra sobremanera de mi muerte: no volveré a mirar tus ojos ni a escuchar tu voz jamás. Pero quizás incluso eso sea preferible que seguir viviendo sin que tu halo centelleé junto al mío y sin que tu boca se estrelle solo contra la mía. Me desconcierta tanto saber que ya no podré volver a tomar mano y que ya jamás tus manos volverás a acariciar mis cabellos; esta vez todo ha terminado definitivamente… Los recuerdos me atormentan con vehemente melancolía y tu imagen me parece mucho más divina que antes; yo soy solamente un loco depresivo que, al conocerte, creyó haber encontrado lo más parecido a él mismo. Sí, había algo que nos unía; algo que no podría ser descrito con simples palabras ni con nada de este mundo funesto. O quizá solo yo lo sentía así, quizá solo yo te amaba de esta manera tan obsesiva y delirante. Quizás era nuestro destino conocernos para luego perdernos por siempre… Mas quieres saber algo: yo te esperaría la eternidad misma si luego de eso se me prometiera volver a verte solo una milésima de segundo y nada más. Lo único que puedo hacer ahora es desvariar mientras imagino que justo ahora a otro pirata tu tesoro has de obsequiar; ¡no, prefiero pegarme un tiro antes que aceptar tal realidad! Y es que, mi eterno e imposible amor, ¿cómo aceptar algo así? ¡Por Dios! ¿Cómo aceptar una realidad tan espantosa en la cual tú y yo ya jamás nos volveremos a acariciar ni besar hasta que el tiempo mismo se haya suicidado? El paraíso me parecería tan poco luego de haber muerto una y otra vez entre tus brazos; luego de haber alucinado infinitamente entre tus incandescentes y dementes piernas.

*

No existe mejor psicólogo que la soledad. Y, si en una de sus fabulosas sesiones llega a hacerse presente también el suicidio, ¡qué afortunados seríamos entonces! Me parece que en esta ominosa realidad las cosas están al revés: se considera una fortuna seguir viviendo y una tragedia haber muerto. ¿Quién o qué definió esto así? Naturalmente, como tantas otras tonterías, los conceptos de vida y muerte no solo han sido malinterpretados, sino inculcados del modo más ridículo en las adoctrinadas mentes de los monos parlantes. Tantos años desperdiciados, tanto tiempo escurriéndose en las garras del sinsentido eviterno. Nosotros en el medio, sin dudar ni reflexionar lo más mínimo; absolutamente ignorantes de cualquier cosa que no tenga que ver con lo más banal y absurdo. Sí, eso es la funesta esencia humana en su más sórdido esplendor: solo un gran amasijo de temerosos títeres que requieren ser guiados en todo momento porque son incapaces de hacerse cargo de sus propias vidas. Es casi como un trueque siniestro donde el ser renuncia a su libertad a cambio de una falsa felicidad que lo envuelve en una burbuja de mentiras y autoengaños de la cual difícilmente podrá escapar. En esto son expertas las religiones, las grandes corporaciones, los gobiernos y demás organizaciones. Y, tristemente, el engranaje execrable proseguirá hasta quién sabe cuándo; porque no hay esclavo más perfecto que aquel que ni siquiera se ha percatado todavía (y acaso nunca lo hará) de su recalcitrante y sacrílega esclavitud física, intelectual, emocional y espiritual. Los habitantes de esta aciaga civilización no están listos para ir más allá, no podrían entender la multiplicidad de perspectivas que conforman lo que llaman realidad. Enloquecerían de inmediato o se matarían al mirar de frente la monstruosa criatura que han alimentado durante tanto tiempo y que ahora vive más en su interior de lo que podrían haber imaginado. Los espejos se rompen, la sangre se derrama y el indicio supremo arroja luz en la misma proporción que oscuridad; los pilares caerán uno a uno, pero nosotros ya no estaremos ahí para presenciar el desgarramiento del tiempo humano.

***

El Color de la Nada


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Manifiesto Pesimista 66

Infinito Malestar 40

Next