Tal vez nosotros, los poetas dementes, solo somos seres absurdos y trastornados que no pertenecen realmente a este mundo tan humano y contaminado. Quizá sólo seguimos con vida para presenciar la consagración del caos infinito en la noche del último apocalipsis: la noche del suicidio universal que tarde o temprano habrá de consumarse.
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La soledad del alma probablemente sea la mejor manera de intentar sobrevivir en lo que nunca debió haber ocurrido: la execrable existencia humana.
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Esa era la verdadera esencia de la desesperación de existir: la tragedia que, aunque avasallante, también encerraba la poesía más suicida y sublime. Se trataba de esa magnífica y extraña cualidad en la que, a pesar de hallarnos enfrascado en determinado contexto social, económico, político, cultural o existencial, el mundo continuaba siéndonos tan ajeno, absurdo y vil como lo ha sido y lo será por siempre. Así pues, tan solo la muerte representaba algo verdadero y puro en esta repugnante realidad.
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Yo solamente era un extranjero en esta realidad absurda en la cual apenas y podía respirar. Pero, aun con todo el malestar y la depresión que diariamente aromatizaban mis trágicos viajes, continuaba profiriendo aquellos contradictorios gritos de dolor por una verdad menos humana.
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El amor, cuanto más divino nos parece, más cerca de fragmentarse también se encuentra.
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Siento en el interior una abrumadora tormenta cuando tus rojizos labios me pierden el respeto y cuando tus inefables ojos pulverizan cada átomo de mi cuerpo.
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El Halo de la Desesperación