Al llegar a casa, mojado y devastado, no logré calmarme, y, en suspenso, realicé mis actividades. Mi vida se había terminado, aunque quizá nunca había comenzado. ¡Con qué mirada ahora papá y mamá me recibían! Ellos, que se habían acostumbrado a estar juntos, que compartían sus vidas sin ningún sentido. No cené, y, cuando conversé con Isis, no tuve el valor para confesarle lo que había visto. Ella se mostró indiferente y hasta grosera, tanto que no me contestó ya a partir de cierta hora. Yo no logré conciliar el sueño, no dormí en toda la noche, no podía hacerlo. Necesitaba sacar de mí un poco de todo el cargamento de emociones que me atormentaban, así que escribí sin parar. Primero pensé en mandarle directamente por chat el resultado de aquella fatídica y agobiante noche, pero luego me arrepentí y pensé que al día siguiente se lo enviaría por correspondencia.
Todo lo que esa noche saliera de mis entrañas, ella lo leería de mi puño y letra. Terminé hasta las 5 am del día siguiente y me preparé para ir a clases, no dormí más que dos horas. Esta, según recuerdo, fue la carta que le envié, sin una palabra más ni una menos. Claro que, por la hora y el cansancio, creo que hubo bastantes cosas que no alcancé a expresar en todo su esplendor. Sin embargo, al despertar de mi corto descanso, no tuve el valor ni la entereza para revisar lo escrito y corregir errores de sintaxis u ortográficos, así que me pareció buena idea dejarla tal cual, en su estado más puro. He aquí dicha carta:
…
Supongo que, entre todas las formas posibles de convergencia en un destino estúpido, se hallan el encuentro y la separación. Hablando como el hombre absurdo que soy, más ahora que sé te marchas y yo me marcho; ahora que la fuerza cede ante los designios de una naturaleza caprichosa, es entonces cuando la tortura llega. En el suplicio y la tragedia se halla un dolor pecaminoso y ostentoso, de carcomidos matices; tan benevolente y maltrecho resulta el tiempo que se invierte. Después de todo, quizá no es línea tal concepto, sino cíclico, pues conforme aconteció nuestra pequeña historia el gris se apoderó de la iridiscencia que otrora significase la salvación y la obturación de un suicidio predestinado. Los caminos se torcieron, algo quiso que así fuera y que en la voluntad estuviera el encontrarnos. Vaya tragedia y a la vez dulzura, qué casualidad tan enconada que maldigo y bendigo en una dualidad desesperante. Pero eso no es relevante, como nada en la existencia.
El hecho radica en que nos encontramos y pudimos ilusamente creer en algo maravilloso, que posiblemente fue utópico en un mundo de fantasías execrables. Debo decir ante todo que te amé y como solías decir, fue verdadero. En esos tiempos todo era distinto, pero ni siquiera sospechábamos cómo sería la culminación de una historia conminada al fracaso por sí misma. La esencia fue la realidad tergiversada de los sentimientos encontrados que concurrieron en un concomitante caos. Y te quise, en verdad que sí. Y aunque no sé qué es amar, sí te amé, absurdamente creo que lo hice y eso representa cualquier cosa elevada en el mundo ominoso que nos envuelve.
Recuerdo con rencor y con cariño esos días que solíamos pasar juntos, en cualquier lugar, sin ir en una dirección, sin un sentido que pudiera importar. El compartir la más miserable existencia hacía llevadero todo, ensalzaba las ciudades de oro. Y yo ingenuo compartía contigo la infamia de lo intrascendente. Sin embargo, el arrepentirse sería darle la razón a un posible sentido, y evidentemente en mi filosofía no cabe esa posibilidad, no existe tal sentido para mí y ahora veo que tú has creado uno nuevo, con alguien menos absurdo y más vivo. Extrañaré todo de ti, excepto a ti. Sí, así es. Porque en el fondo no eras tú a quien quería, pues cambiabas a cada segundo como todo en el mundo. Extrañaré lo que se hallaba en torno a ti, esa dulce sonrisa que otrora me brindase la esperanza de una muerte nueva, una renovadora. Y las caricias que solías hacerme se quedarán por siempre en un sitio mucho más profundo que mi piel, porque rozabas mi alma con la pureza de tu superficie. Sí, esa superficie que tanto añoré tener para mí. Y no sé si ambos fuimos parte de esta ilusión o de un sistema programado. No sé quién retrocedió primero. Posiblemente creías que no me eras suficiente, que no eras lo que yo esperaba, pero jamás esperé algo de ti. Siempre tuviste la forma de ser única sin existir y sin vivir. Por eso te quería, porque contigo me encontraba y solía imaginarte en tu cabeza dilucidando extraños misterios. Imposible sería describir todo el proceso, la transformación que sentí cuando te conocí y todo lo que vivimos en estos años, en este miserable periodo, en este vacío sin fin. Pero cuando pienso en lo irrelevante de estas palabras, de nosotros, de la vida y de todo cuando se cree que está aquí y ahora, encuentro divertidas las preocupaciones que atormentan a los humanos. Y pese a todo, sí llegué a preocuparme por ti; sí quise un nuevo mundo para ti, uno que no pesase tanto sobre tus hombres y en el cual pudieras descansar como tantas veces lo hacías recostada en mi pecho. Entonces la nobleza de las sensaciones enloquecía los momentos que jamás fueron nuestros, pues quizá nuestro ahora jamás existió, siempre un paso atrás de la auténtica verdad.
Y te quise, quizá mucho, quizá poco. Te amé, no lo sé, quizá sí, quizá no. Pero es irrelevante esa clase de bagatelas, pues el dolor que yace absurdamente en mi interior no lo quiero retener ahí mientras aún el suicidio no llegue hasta mis entrañas. Cómo recordaré y me atormentaré con esos momentos en que solíamos abrazarnos y besarnos, en que sostuviste los amuletos y los obsequios, y, sobre todo, aquel día en el bosque tan misterioso que dio nacimiento a nuestro encuentro, a la vital y sorpresiva añoranza. Pero como dice el señor del horror cósmico, el amor siempre es el disfraz del engaño, en realidad nadie puede entender a otra persona ni consolarse; ahí se encuentra, tristemente, el mundo decadente en que caímos sin remedio. Extrañaré todo de ti mi muerte nueva, mi antigua compañera cósmica. El desgaste que produjimos ante una supuesta divinidad no será con justificación. Reitero, para recalcarlo, que te quise como antes a nadie. Y si el contacto físico que negaba contigo era un impedimento, se debe a lo elevada que te observaba, a lo sublime que creo puedes ser. Pero ahora otro rasgará tu cuerpo y maquinará nuevos sueños, con la esperanza de un feliz final. No sé qué será de ti ni de mí, al menos de esta última concepción tendré que soportar seguir con ella. No sé si desearte bien o mal, pero tampoco quiero desear algo, solo sentir que puedo liberarme de esta ilusión.
Así fue como todo transcurrió hasta que hoy pude finalmente constatar con mis propios ojos la realidad que tanto negaba y que en cifrados mensajes transmitía la naturaleza, pero yo ignoraba astutamente. Y esa astucia se convirtió en desdicha, que a su vez conllevó a la tragedia de un corazón pisoteado por la vida. Siempre quise que fueras feliz, pero yo jamás quise serlo. He ahí el problema para la desunión y la no concordancia de filosofías externas al origen del cosmos. Lo triste será no poder atisbar tus pequeños ojos otra vez, esos que hubiera querido sostuvieran mi último aliento. Y quedarán inconclusas tantas cosas en nuestra inexistente historia, todas las películas y los videos, las risas y los juegos, los museos y los sueños. Porque yo solo quise ser entendido por un entendimiento mayor que no logró rebajarse al mío. Te hice daño en vez de protegerte, sufriste la exégesis del rechazo humano en honor de las virtudes del espíritu. Y arruiné los lazos divinos que ahora se han desvanecido con una fuerza y una rapidez mucho mayor que aquella con la que llegaste ese día.
Lo atesoraré pese a su la irrelevancia del suceso. Guardaré por siempre la fragilidad de este corazón al sentirse querido, la debilidad en que cae la búsqueda de la verdad ante los fragmentos de una quimera bien diseñada. Fuiste, eres y serás algo más que el vacío en mí. Te llevaré donde quiera que esté en la más diminuta fragancia. Estarás ahí y aunque quisiera echarte no lo lograré. Tú modificaste mi destino y yo el tuyo; o simplemente coincidimos en un absurdo inextricable. Cualquiera que sea la razón yo no quiero dilucidarla, prefiero sentir que la vida puede ser aún más absurda sin ti a mi lado. Y gracias por todo, jamás intenté lastimarte, aunque es lo único a lo que conlleva el amor. Espero, de todo corazón, si es que aún tengo uno, que puedas hallar algo diferente, algo valioso, algo carnal, algo pasional, algo real en los seres que han llegado a tu vida.
No encuentro algo de inmoral e injusto en las razones que te impulsaron a buscar nuevos caminos en un círculo vicioso como el nuestro. Recordaré con dolor cuánto te gustaba escucharme como aquel día primero en que deleité tus oídos con palabras que jamás quise decirle a alguien, pero tú subyugaste la dureza de un espíritu cubierto por corazas; mismas que ahora añoro con presteza ante tu huida a los cielos ajenos de un ser más beato para iluminar tu infierno. Y las frases bonitas, los poemas y los fragmentos se los llevará la muerte y se convertirán en polvo como tú y yo. Quizá a final de cuentas nunca debimos ser, pero fuimos y somos, entonces la vida debe aceptarse con profunda ironía y sufrimiento o debe optarse por el suicidio del alma. Me gustaba escribir para ti, disfrutaba platicar para ti. Y cuando el tiempo, factor extraño y causante de las agonías absurdas, no permitió que mis pensamientos fuesen expresados en un papel efímero, se terminó la magia de las sensaciones y los cromatismos en nuestros besos. Ya vino la rutina, la cotidianidad, la melancolía y la nostalgia. Y todo eso conllevó a que buscaras otras personas, a que nuevas aventuras vinieran a ti. No sé ni requiero de cuándo ni cómo comenzó toda esta barahúnda en cuanto a pertenencias fantasiosas que formamos los humanos. Solo entiendo que el mirarte besando a otro hombre me hizo pensar en tantas cosas, en tan demoniacas y divinas sensaciones como la extraña criatura que habita este cuerpo. Nada podrá alguna vez romper la imagen de tu sonrisa ante alguien que no era yo. Esa mirada y esa felicidad que sin importar si es matrix, pueden solazarnos por unos breves instantes llamados vida.
Yo te quise, mucho o poco, pero te amé más de lo que te quise. Y cuando ya no pude amarte intenté quererte, pero el primero arrastró al segundo y el desprendimiento de ambos desde lo más profundo de mi ser duele incomparablemente. No sé cómo hayas podido tú sacarme de ti, o si algún día lo harás, no importa ya. No sé cuánto tiempo permanezca en esta realidad, fatigado y desilusionado por la única persona en quien pude llegar a confiar. A veces no me entendías y yo a ti tampoco, pero tenías algo que me hacía regresar a ti y de lo cual te cansaste. Mis constantes reproches y mi simple y sencilla forma absurda de ser contribuyeron a tu partida, a una muerte nueva, una que no sabía existía. Fue incluso peculiar la vivencia, desde el amanecer presentía que algo no andaba bien, desde el vivir así pude comprender que tarde o temprano partirías a otros brazos. No sé si él escriba tan bien como yo, si sea poeta como yo, si quiera suicidarse como yo, y no sé por qué quisiera saberlo; empero, sé que hubo algo que yo no pude darte, algo que al degustar otras bocas encontraste y tu espíritu encontró un refugio temporal ante la dureza de la vida.
Me agrada finalmente tu indiferencia ante mí y ante todo lo que llegué a representar, eres la personificación de la persona ideal en un mundo irreal. Y así llegó la tragedia, te cansaste de mí. Y sabes, mientras tú besabas y sonreías a otro hombre yo observaba desde la entrada de aquel tren que jamás me agradó, pensando en tu bienestar y en tu calidez. Recuerdo que al principio no dejaba de temblar, era miedo, uno que nunca había sentido, uno que solo en sueños llegué a experimentar y cuando despertaba todo cedía, nuevamente era yo y mi vida de caricatura en un mundo real. Y aunque jamás pensé que podría atisbarte en compañía de alguien más recorriendo tus labios, sí lo hice. Fue algo natural sentir infinitud de cosas que no podría describir, pero quizá a la vez felicidad. Sí, por primera vez sentía felicidad por mí, porque había sido mostrado el lado cruel pero verídico de un mundo al que siempre fui extranjero. Contigo llegué a sentirme como en casa, pero fue posada lo que me ofreciste. Luego, al cabo de un parco tiempo, me arrojaste a la inmundicia y quitaste el velo para destapar la realidad sin precedentes que me acongoja.
Veo que era verdad cuando decías que tenías a alguien más, pero yo me negaba a creerlo. Y cuando decías que me querías y que jamás podrías encontrar a un hombre como yo, no sé por qué lo creía. Pasa lo mismo que al leer un libro, uno siempre cree las cosas que le parecen ciertas y desdeña las demás tachándolas de imposibilidades. Sin embargo, pasa que la naturaleza enseña por el camino más doloroso los senderos de la traición. Y pese a todo sigo amándote y rechazando la verdad, quisiera que el sueño terminase ya y despertar ante ti, volver a mirar esos ojos que nunca me negaron un beso, ni siquiera cuando no eras mía. Y qué curioso que ahora la historia se repita, tal vez con ciclos los que el humano vive, pero aprenderé a estar sin ti, aunque en mí estés en lo más irrisorio, eso bastará para engañarme con tu aliento.
Y debo ya desechar tantas teorías sobre nosotros, sobre lo que pudimos haber compartido. Yo quería demasiado contigo, pero no me quise a mí mismo, no valoré que yo podía ser feliz contigo. No sé si te disfruté de más o de menos, pero qué más da si todo terminará y nuestra historia será menos que lo menos que pueda haber. Contigo perdí algo más que a mí mismo, perdí mi fortaleza y mi voluntad. No sé desde hace cuánto sostenías este engaño y besabas labios ajenos, pero como dije, eso es trivial. Matemáticamente hablando, estamos fuera de sintonía por reducción al absurdo, nuestras vidas, ha quedado demostrado fehacientemente por el método dicho, no convergen. Fuimos una divergente serie de sucesos trágicos que a final de cuentas terminó sin un infinito, sin un te quiero, sin un beso sincero.
Presentes estarán en mí tus expresiones y me costará superar que me hayas cambiado. Yo, pese a todo, nunca te cambié. Muchas veces me tachaste de no quererte tal como eras, de buscar otras mujeres tan solo porque te di la confianza de mostrarte aquello en lo cual jamás posaría mi atención. Tuviste todo de mí, excepto lo que buscabas. Y ahora, cual pájaro herido, me refugio en impensables costumbres, como solías decir. Ahora viviré como el personaje favorito de la serie que vimos juntos, ese de cabellos azules que tanto te gustaba y que jamás pude representarlo en la realidad dudosa para ti. Tus comentarios, tu forma de ser, la manera en que me mirabas delante de tus padres y todo ese escenario que sufrió la peor de las calamidades, terminando todo con una infidelidad. ¿Pero cuál ha sido la auténtica infidelidad? Quizá ninguna, quizá el no aceptar que tu cabeza pertenecía a alguien más, que tus suspiros y tus llantos ya compartían otros derroteros, que otras oquedades cobijaban tu agonía. Yo quise cuidarte, quise hacerte sentir especial, pero mi torpeza se impuso y te lastimé. Siento un enorme dolor por haberte perdido, pero más de este modo, por haberlo presenciado en carne propia. Y sí, estaba temblando, no lo negaré, pero las circunstancias han sido sobremanera extrañas. Yo te perdí, tú me perdiste, perdimos todo lo que construimos en el fondo del océano absurdo. Te mentiría si te dijese que no creía que me dejarías algún día, pero te diría la verdad si te dijese que nunca imaginé que con tal crueldad lo realizarías. Esperaba una respuesta sincera, no un triste y patético beso ajeno.
Ahora espero tus mensajes con ansia, pero sé que no llegarán como antes lo hacían. Ya no soy tu prioridad como antes lo era, ya no existo de la misma forma, ahora en verdad soy para ti un hombre absurdo, uno más. Ya no podré completar la colección de puercos ni la poesía pendiente. Ya quedarán solo tus dibujos y la forma hermosa en que llegaste a maravillar mi existencia. Y aunque un nudo en la garganta ahogue ahora mi llanto, sé que pronto, más pronto de lo normal, ya no tendré que lidiar con esta existencia. Te quise y te querré a pesar de tu actitud lacerante y tu convicción por doblegar los planetas donde me refugiaba. Eras todo lo que tenía, pero caer así hasta el fondo del abismo no puede ser tan malo, lo terrible es no querer escapar de aquí. Porque tanto luché por algo y en verdad esta bofetada me redujo al más mínimo tamaño.
Nunca fui un gigante, sino un juguete; jamás tuve algo de ti, sino las sobras que algún otro tiraba para que yo fuese y las recogiese. Y te admiro en verdad. Eres tan fuerte e inteligente que me has sorprendido, eso superó al horror. En el momento en que el camión iba jodidamente lento tuve una visión bochornosa de la carencia de la casualidad. Maldije su lentitud y entendí, cuanto te vi, que era más patético de lo que creía. Hiciste lo mismo que la vez pasada, se repitió la historia. Solo que en aquella ocasión era yo el héroe y ahora soy el villano. Sin embargo, como siempre recalcábamos, los villanos tienen mejores historias y a eso me apego. Todo lo que me queda ahora es esto, este absurdo, esta irrelevancia. Todo lo que soy es mi filosofía, lo que vivo es mi ironía. Me aferraré a esto, a esta creencia, a nuevos paradigmas. Entre la tristeza y la angustia espero hallar mejores compañeros que al menos no traicionen lo poco que pude brindarles.
Es admirable tu determinación para destruir lo que te estorba, pero así eres tú. Lamento no ser parte de lo que creía era un nosotros, ahora solo hay un yo. Y ese yo, que posiblemente sucumba ante el suicidio absurdo, no tratará de entender, sino solo de proseguir y agobiarse a sí mismo, de fulgurar, aunque ya no estés aquí. Gracias por todo, por haberme abierto las puertas de tu casa, por haberme hecho soñar de esta manera, por haberme llevado a aquel museo que quizá visite en soledad para atormentar más mi agonía, sería interesante un suicidio entre las virtuosas acuarelas. Gracias por lo que me diste de ti y por haber soportado a este monstruo tanto tiempo, incluso sin razón alguna. Ya no podré cuidarte, ya no podré intentar escribirte algo, pues has aniquilado perfectamente lo poco o mucho que podría quererte, y en el fondo, te quise, quizá sin quererlo. Pero la coincidencia fue rara. Al subir las escaleras traté de rebasar a todos como siempre, para lograr llegar temprano a casa, por lo noche que ya era. Quería llegar y mandarte mi tercera novela, quería saber de ti sin saber que ya lo sabría, más pronto de lo que creería. Y entonces te vi, tan fantástica y risueña, tan encantada, deleitándote con unos besos que no eran míos. Sentí, como dije, mucho miedo.
No pude dejar de temblar por unos minutos, no sabía qué hacer o hacia dónde correr, todo se detenía en seco. Creí fantasear y me divertí con mi estupidez. Sería imposible que la mujer que otrora fuese todo para mí ahora estuviese destruyéndome desde lo más profundo. Rasqué mis ojos infinitud de veces, pedí despertar y abandonar aquella imprecación, sostuve teorías sobre una silueta inmensamente parecida a ti; pero nada funcionó como yo lo esperaba. Y no me sorprendía, nunca lo hacía. Terminé por aceptarlo, sí eras tú con alguien más. Ese suéter vino que tanto me gustaba, esos pantalones tan característicos de ti, aunque no logré atisbar tu mochila, eso me dio esperanza, pero al instante la abandoné. No podría ser tan estúpido como para no reconocer esa sonrisa y esos ojos impertérritos, lo haría incluso entre la más densa oscuridad. Te compartí mis libros, te compartí lo que yo era, mis ideas, mi filosofía, mis pasiones, mis escritos, mis poemas, mi vida, mi tiempo, mi yo. Te entregué lo que jamás volveré a darle a nadie, pues este trauma, aunque superable, no será reemplazable. Y qué efímero fue nuestro posible amor, qué cómico el encuentro de los desquiciados.
Fue así como intenté calmarme y lo logré. Dejé de temblar, ahora ya no sabía ni qué expresión mostrar. Me refugié en un local donde venden herramientas y azulejos, por si alguna vez lo miras, se halla enfrente del club de baile. Ahí esperé como un perro la triste despedida, como mi perro, ahora era yo el que iba hacia una muerte nueva. Proseguí a comprobarlo, pero luego abandoné la idea y decidí que te confrontaría ahí mismo, que miraría tus ojos al verme llegar y presenciar cómo podía mirarte besando a otro hombre. Sin embargo, algo me detuvo y abandoné la idea, intenté solazarme nuevamente y lo logré. Nada conseguiría con eso, y no sé si ya había decidido que no interrumpiría tu nueva felicidad, o si fui un cobarde sin remedio. O si tal vez me evité la pena de morir estando vivo, pues en parte esa imagen ocasionará una sensación parecida. El contemplar en primera fila tus gestos y tus cabellos, tus menos y tus gesticulaciones, todo de ti, pero ahora nada para mí, todo para ustedes. Me sentí oprimido y a la vez torturado, como ahora mientras escribo estos diálogos. Decidí que te llamaría y lo hice, y tú sabes qué contestaste.
Yo te observaba mientras sostenías el celular. Por si las dudas, diré que también vi una canasta o un cesto, y pensé que sí, que así de sencillamente se había vaciado el nuestro. Decidí volver y tomar una ruta alterna, atravesar el puente y entrar por otro rumbo. Rechacé la idea de cruzar por donde ustedes reían, e, implícitamente, de mí. Ya en el puente la lluvia me arropó y pensé que arrojarme a la avenida cuando un camión pasó sería un final elegante, pero tenía que escribir esto y hacértelo saber. También al cruzar el puente tuve la tentación de arrojarme, pero no funcionó, pues tenías que leer esto. Finalmente, llegué alternamente al tren esperando no toparme con ustedes, y creo que tuve éxito. La travesía había terminado, y, por buena o mala que fuera, ya nada podía hacer para cambiarla. Y en esos momentos en que tus labios se regocijaban con los de él, entendí la irrelevancia de mi vida y mi existencia en la tuya. Lamento evidentemente haber estado en el lugar incorrecto en el tiempo impreciso. Pero, cuando minutos después la lluvia arremetió contra este harapo de carne y hueso, tuve, por unos instantes, la sensación de ser indiferente. Sí, indiferente a todo, a estos sucesos, a mi nacimiento y a mi muerte nueva; a mí mismo, incluso. Y, lo más importante, indiferente a ti y a todo lo que alguna vez me hizo creer en nuestro ahora enterrado amor. Te amé, pero ahora sé que el amor duele muchísimo; y sé, a la perfección, que ese dolor no tiene comparación alguna.
…
No recibí respuesta alguna en los días subsecuentes. Estaba plenamente seguro de que Isis había recibido mi carta, pues arreglé una especie de trato con el cartero para que se la diera especialmente a ella. Esto se realizó de tal modo y hasta fui informado de que se la había entregado justo cuando estaba por partir hacia la escuela. Claro que este servicio extra me costó un poco más, pero de ese modo me aseguraba de que nadie más recibiese la carta y la pudiese desechar. Resultaba complicada la espera, incluso agonizante. A veces le dejaba uno que otro mensaje por chat, pero ella se limitaba a leerlos solamente. Quería saber qué efecto había tenido en ella la carta, qué clase de cosas tenía en su mente. Me enfermaba la curiosidad y la idea de que siguiese viendo a ese sujeto, tal vez solo buscaba eliminarme de su vida y ese había sido el modo.
Fue un día lluvioso cuando, al salir de la escuela un poco más tarde y tras haber regresado del gimnasio, al cual había comenzado a asistir para tratar de mitigar un poco esa condición execrable que se apoderaba de mí, la encontré de frente. Lucía espectacular, tan fresca y vibrante como siempre. Llevaba sus labios teñidos de un rojo demasiado intenso y sus anteojos a los cuáles estaba tan acostumbrado. Miré detenidamente esos ojos centelleantes en los cuáles el fuego había sufrido tantas variaciones, su rostro lozano y cautivador y sus senos que parecían más grandes que antes. Usaba sus típicos pantalones anaranjados con puntos azules y una playera negra con rayas rojas que le dejaba descubierto el ombligo. Tan tierna e ideal lucía su figura que creí enamorarme de nuevo. Y, sin embargo, sabía que me era totalmente ajena ya su silueta pestilente, sin detallar que los sentimientos tan poderosos habían ahora sido reemplazados por una tristeza incisiva que sentía al cruzar su mirada. Aquella mujer, con toda su dulzura, me había lastimado como ningún otro ser, había hecho añicos mis pocas esperanzas en la vida. Aunque la pregunta real era qué sentía en el fondo ella, no pensé, en ningún momento, ¿qué era lo que sentía yo más allá de lo superficial del suceso?
–Hola. ¿Cómo estás? –cuestioné seriamente.
–Hola. Estoy bien, gracias. ¿Tú qué tal? –respondió desinteresada.
–Bien, ya sabes, lo normal. Me encuentro lidiando con refulgentes dilemas, como siempre.
Pese a todo, la extrañaba y la necesitaba. Moría de ganas por decirle que la perdonaba aun si ella no me lo pedía, que seguía amándola como un loco al cual se le ofrece la cordura y la rechaza porque está a gusto con su condición demente. Sí, a pesar de todo parecía que el dolor en mi corazón pedía a gritos un beso de esos labios que ya no eran solo míos. Pensé que era paradójico y ridículo, aunque eso no cambió mis intenciones. Sentía más que nunca un deseo que no controlaba por poseerla. Temía que no pudiese expresar mi excitación en términos carnales, pero a la vez era lo único que quería de ella. La deseaba más de lo que la amaba, solo así se podía explicar mi situación. El hecho de saber a la perfección que ella me había engañado, que se había besado con un hombre mediocre, que había osado traicionar mi confianza y pulverizar mi alma, me ocasionaba un extraño placer, un deleite que buscaba expresar. Ya no quería esa ternura ni esa pureza, ahora necesitaba ser un animal y cogérmela como a una puta barata.
–Bueno –dijo ella mirándome fijamente–. Y ¿acaso hay algo de lo que debamos platicar?
–Supongo que hay mucho, antes solías escucharme con atención.
–¡Qué contradictorio, porque yo creo que no tenemos nada de qué platicar!
–Entonces ¿no tienes algo que decir sobre lo que hiciste?
–¿Lo que yo hice? –exclamó en tono pedante–. Yo no hice nada malo, simplemente me dejé llevar.
–¿Te dejaste llevar? –contesté como un loco–. Pero ¡si besaste a otro hombre! ¿Cómo puedes decirlo tan quietamente?
–Y ¿qué esperabas que hiciera? ¿Por qué estamos teniendo esta plática? ¿Acaso pretendes que regrese contigo y que todo vuelva a ser como antes?
–No…, bueno yo… –tartamudeé y luego me tranquilicé.
–Entonces ¿qué demonios quieres? ¿No te basta con que te ignore? ¿Qué clase de sujeto eres?
–Es que yo… ¡Te amo con todo mi ser! –afirmé con una profunda nostalgia.
–Pero ya no tiene caso, es mejor que te olvides de mí. No quiero que esto termine como otra de esas novelas románticas que tanto te disgustaban.
–¿Acaso no es posible que me des otra oportunidad? Creo que podemos intentarlo de nuevo, yo te perdono.
–Jamás me perdonarás, tú no eres así. Solo vete y déjame en paz, ahora estoy tranquila sin ti, lo nuestro se acabó. Lo que por ti sentía se extinguió hace tiempo. Quizás es normal, pues todo se termina y no tiene caso que finja querer estar contigo. Entiende que yo ya no puedo estar como lo estuve antes para ti, ahora he cambiado y tú también debes vivir como se te antoje.
–Entonces ¿tienes ya una relación? –pregunté con el corazón hecho trizas.
–¡No, qué tontería! –exclamó enfureciéndose–. No tengo una relación ni me interesa tenerla. Estoy así bien, sola.
–Pero dime, Isis, ¿por qué besaste a ese sujeto?
–No sé, no lo entiendo. Simplemente sentí el impulso de hacerlo, algo me atrajo. Tú no lo entiendes, pero él es diferente a ti. Él me escuchó y me hizo sentir menos vacía.
–¿Acaso él pudo brindarte lo que yo? ¿Qué hay de los poemas y todo lo demás?
–Todo eso está muerto, ya no sigas aferrándote a esperanzas inexistentes.
–Entonces ¿ya no podemos regresar? ¿Por qué no lo intentamos?
–Porque no, ya no quiero lastimarte más. He estado muy mal estos días desde que todo pasó y ahora solo deseo dejar todo atrás. Si quieres saber la verdad, he sentido cosas en mi interior que no puedo controlar. Tengo fantasías e ideas raras que quisiera que pudieran parar, pero mi cuerpo me pide más.
–¿Cómo más? Explícame, por favor.
–Jamás lo entenderías, eres muy moralista en el fondo. Es solo que yo ya no puedo ser una mujer de un solo hombre, he cambiado. Ahora veo que lo de mi padre fue solo el comienzo de esto que vivo y que no controlo. Tan solo necesito sexo, mucho sexo diariamente, y de formas distintas que hasta parecerían asquerosas.
–¿Qué clase de cosas estás diciendo? No te entiendo.
–Necesito justamente lo que tú no me puedes dar, ¿no lo ves? –dijo en tono irónico y atroz–. ¡A ti no se te para el pene y yo quiero que me follen como a una maldita perra!
Seguido de esto se levantó y se fue, yo ni siquiera intenté detenerla. Sabía muy bien lo que ella pensaba de mí y que, en el fondo, era verdad. No le era ya funcional y quizá tampoco lo era en la vida, pues poco a poco me había ido hundiendo en mí mismo. En cierta forma era todo extraño, tan contradictorio. ¿Por qué diablos no podía penetrar a Isis? ¿Qué demonios había en ella que la hacía diferente a las demás mujeres? ¿Por qué masturbándome hallaba un placer ingente que no conseguía con ella? Y ¿por qué a veces deseaba tanto a otras mujeres y en ella no pensaba al momento del sexo? Había tantas cosas que no comprendía y en las cuáles sabía que nadie podía ayudarme. Tanto tiempo deseé dejar de ser virgen y ahora, ahora que se presentaba una inmejorable oportunidad, era un completo inútil. Desmoralizado y acabado por las palabras de Isis, retorné a mi hogar. No cené y lo único que hice fue recostarme, hundirme en el dulce regocijo del sueño, perderme entre esas sombras que anunciaban la muerte y en cuyas facetas desaparecían todas las siluetas que mi mente materializaba. La imagen de Isis, sin embargo, permaneció latente con esos labios rojos refulgentes que indicaban la inminente llegada del fin. Sí, un final que me era más que necesario para ahogar toda mi miseria.
***
El Inefable Grito del Suicidio