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Encanto Suicida 01

Lo último que supe tras haberme dejado caer en el agua era que cometía algo estúpido, pero a la vez muy hermoso. Y era tan placentera la sensación de desprendimiento que, antes de desaparecer por completo, agradecí el último momento y me arrepentí de no haberme entregado antes al magnífico encanto suicida. ¿Cómo pude haber sido tan ciego durante todo este tiempo? ¿Cómo pude haber desperdiciado tantos años en una vida que siempre me produjo náusea, hastío y miseria? Pero ya no más, porque, afortunadamente, hoy se termina todo para mí… Ahora el agua conquista mi interior y disuelve todo lo que fui, lo que soy, lo que no soy y hasta lo que siempre quise ser. Ya nada más importa, empero, pues en verdad ya todo ha terminado para mí.

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El encanto de suicidarse es una sublime forma de recurrir a la divinidad que la muerte puede conferir sobre la banalidad de la vida. La decepción de un mundo donde nada es justo y hermoso, donde todo carece de sentido e impera la estupidez únicamente dejan una alternativa: la puerta que permanece siempre abierta, pero cuya gloria nos negamos a saborear porque somos todavía demasiado tontos, cobardes y humanos; sobre todo, demasiado humanos. Cruzarla es el comienzo de un estado aún desconocido, pero tal vez más encantador que la existencia humana; quizá casi tan encantador como el amor o lo dionisiaco. ¡Descubrámoslo ahora mismo, mis hermanos! ¡Vayamos todos juntos hacia ese desconocido más allá y probémoslo a la vida, al tiempo y a la pseudorealidad que nosotros no somos tontos, cobardes ni demasiado humanos ya! El momento ha llegado, la llave dorada quema mis manos y el fuego del atardecer suplica por la sangre de nuestra bella legión.

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Y es que, antes del fin, aún espero enamorarme por última vez, pues sé que solo eso me obsequiará una muerte mucho más encantadora. Antes de saborear lo eterno y lo infinito, deseo embriagarme una vez más con el néctar de tu piel ardiente y con la sibilina magia de tus besos suicidas; esos que me robaban el alma cada noche y me la devolvían cuando las primeras alucinaciones del amanecer me indicaban que todo, incluso tú, era solo una bonita mentira.

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Despertar desesperado por no hacerlo, continuar a pesar de añorar el descanso eterno. Ensuciarse en la inmundicia que es la humanidad, no saber ya si me hallo vivo, muerto o si al menos soy real. Tantas fantasías oscuras inundando mi mente con falacias de extraña melancolía, con promesas vacías que no hacen sino hundirme más en mi nostálgica miseria. Y la tristeza que no se va, que siempre se hace latente con cada latido de mi compungido corazón; con cada sonrisa fingida y cada sombra iluminada en mi aciago interior. La marchitada flor que hace tiempo creía florecería ahora apesta a tragedia y en el panteón descansan todas mis esperanzas por un cambio o evolución. No estaba, quizás, escrito en mi destino el vivir mucho tiempo; o quizá mi libre albedrío sea solo una canción de contradictorios sentimientos. La llaga ha permanecido abierta ya durante mucho tiempo, ¿no es hora, así pues, de incrustar esta hermosa bala en mi trastornada cabeza?

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Tu límpido y afrodisiaco calor me protege de la triste y horrible realidad en la que habita mi confundida alma por desgracia. En tu belleza espiritual y sempiterna se plasman mis más bucólicos delirios, mis sueños prohibidos y mis deseos más siniestros. Cada recuerdo está inspirado en las pinturas de tu alma refulgente, en los versos que en tu funeral le pediré recitar a la muerte mientras ambos nos apuñalamos mutuamente. El poeta suicida que rompe dimensiones en ti tatuará su mente y en tu honor hará un monumento que no podrá ser destruido ni siquiera por aquel vetusto demonio quien creo el tiempo, el espacio y cada ser viviente. En tus alas se hallará la redención de mi ser, aunque ni siquiera sea merecedor de una caricia o una mirada tuya; no, no soy digno de ti, mi eterno e imposible amor: mi bello ángel oscuro en cuya extraña luz se metamorfosean las tinieblas de mi contradictoria existencia.

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De eso se trataba al abrir los ojos por la mañana y enfrentar otro día en este banal y asqueroso mundo: tan solo de olvidar que estaba vivo para tener la voluntad de seguir viviendo, tan solo de ignorar todo a mi alrededor para olvidar lo real que era aquí el sufrimiento. El enjambre venía y soplaba, pero yo ya no lo escuchaba ni me interesaba su venida o su partida. En mi corazón había un solo anhelo, una cicatriz que nunca sanaría sin importar cuánto intentase remediar los dolores. Las campanas sonaban y su estruendo me hacía recordar que mi funeral no debía posponerse, que mi muerte, en todo caso, era más que necesaria y que seguir aquí, como siempre supe, carecía de todo propósito. El absurdo era no matarse, soportar las anomalías de la vida y pensar que algún día todo cambiaría o mejoraría; sermones caducos para cerebros adoctrinados en cuyas neuronas palpitaban mentiras bondadosas y cómicos fantasmas. El secreto estaba dicho, los lamentos habían sido proferidos y los pasos de los elegidos no podían ser detenidos ya ni por el amor ni por el azar.

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Encanto Suicida


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