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En algún lugar de tu corazón

Pasaba por ahí hasta que me detuve frente al lago. Estuve a punto de arrojarme hasta que algo me detuvo, o esa impresión tuve. Sentí vértigo y un vacío que se transformaron en tu reflejo. El sol abrió entonces el portal hacia el pasado. Pude verte ahí, sosteniendo mi mano y cansada de la falsedad del mundo, corriendo conmigo hacia el paraíso, escapando del infierno en nuestros corazones. Yo sonreía al mirarte y tú hacías lo mismo, como dos estrellas que fulguran y chocan. ¡Qué hermoso era tenerte en ese momento y sentirte tan cerca más allá de la carne! Las mariposas escapaban de nuestro estómago y montábamos en ellas para elevarnos más allá del último cielo. No pensábamos en sexo ni en discusión alguna. Todo era embriagador, más que perfecto.

Cuanto yo era se encendió con tu aparición y sostenías mi mano mientras veíamos transcurrir el tiempo. ¿Cuántas veces te dije te amo y tú respondiste con la misma frase? ¿Cuánto duró esta ilusión que me hizo creer en tu alma? Creo que en verdad te amé y lo sigo haciendo. ¡Cada parte de mí añora todavía tu presencia, aunque hayas partido para jamás volver! Me pregunto en esta soledad: ¿cuántas cosas quedaron por decir, sentir y hacer? ¿Cuántas promesas quedaron por cumplir? ¿Cuánto tiempo tomará hasta que me rinda ante este dolor? Sigo pensando que sostengo tu tenue mano, que duermo entre tu pecho cómodo y suave, que escucho tu risa y atisbo en tus preciosos ojos la magia que nunca escapó de nuestro lecho. Los gritos son realmente profundos y, en esta helada agonía, apenas y puedo moverme, con dificultad logro respirar sin evocarte.

Serás por siempre la persona a quien amaré sin importar cuántas veces a otros beses, o yo a otras. Yo seguiré recordando aquel día de las pinturas en el museo, aquel día de la biblioteca donde por primera vez te vi, donde conocí y escuché tu angelical voz, donde rocé tan sublimemente tus acendrados labios. Y, cuando mires las estrellas, sabrás que estoy junto a ti, que cumplí mi deseo, aunque no me sientas ni me veas. Sabrás que, después de este día, podré cuidarte por siempre, podré admirarte y contemplarte eternamente; podré amarte y tenerte, aunque no podré tocarte ni besarte. Después de este día estaré, sin que lo notes, en algún lugar de tu corazón, porque sé que ni la muerte podría desgarrar nuestro amor.

Anhelo Fulgurante


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