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Encanto Suicida 36

Si alguien tiene hijos, lo mejor que puede hacer es matarlos y luego suicidarse. Solo así podría purificarse de la estupidez e infamia cometida con tan insensata conducta, con tan imprudente despliegue de humana lobreguez. Pues ¿qué sentido podría tener el ominoso acto de la reproducción más allá del efímero placer experimentado y de las posteriores y terribles consecuencias? Pero el mono parlante que habita esta execrable pseudorealidad no puede pensar de esta manera, y esto es en gran parte debido al brutal adoctrinamiento que ha sufrido desde tiempos inmemoriales. Dentro de todas las ideas implantadas en su repugnante psique, está la de considerar la concepción de otro ser como una bendición o un acto que debe ser motivo de alegría o infernal felicidad. Basta desprenderse de todas estas anómalas concepciones tan absurdamente solidificadas en nuestra mente para percatarse de que procrear es el suceso más ridículo y decadente que podemos llevar a cabo… ¿Para qué traer más esclavos a un mundo que ya está acabado?

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La existencia de todo lo que es, especialmente lo humano, es miserable, patética y absurda por igual. Y es que realmente nada ni nadie es nunca diferente, sino que se trata tan solo de autoengaños muy bien matizados por el desencanto de la trivialidad cotidiana lo que nos hace creer que alguien o algo puede ser valioso, interesante o sublime. Nosotros mismos somos parte de esta vertiginosa tragedia y, si no fuésemos tan cobardes y necios, indudablemente procederíamos a hundir un cuchillo en nuestro vientre justo ahora. Pero no, preferimos escribirlo en lugar de hacerlo. Preferimos seguirnos quejando de lo estúpido que es el mundo y el ser en lugar de hacer algo para exterminarlos. Por desgracia, aunque quisiéramos, es muy poco probable que pudiésemos conseguirlo. No tenemos el poder necesario y los intrincados mecanismos de la pseudorealidad están perfectamente configurados para garantizar la producción de más consumidores y esclavos mentales. ¡Qué enloquecedor resulta saber que este mundo seguirá existiendo y nosotros también! Pero bueno, al menos nosotros nos esfumaremos mucho antes; supongo. Eso ya es un consuelo, aunque mejor sería jamás haber conocido nada ni a nadie. La soledad y la tristeza siempre reinarán, y eso es algo tan cierto que, prueba de ello, es la ferocidad con la que nos aferramos a los breves y cortos lapsos de felicidad que supuestamente experimentamos (¿cuándo?).

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Tal vez únicamente era yo un pobre iluso que detestaba su existencia infernalmente y cuyo máximo sueño era tan solo una patética quimera: nunca haber existido. Eso, indudablemente, no me hacía distinto al conjunto de absurdos seres que se regocijaban con existir entre la infamia más deplorable y las creencias más pestilentes. Pero, al menos, soñar con la inexistencia absoluta era un consuelo temporal en esta palpitante psicosis depresiva que me atormentaba por las noches. ¡Ya nada quedaba para mí ni tampoco en mí! ¿Para qué continuar? ¿Por qué no terminar con todo definitivamente? Todo o nada, ese siempre era el juego nefando que la vida planteaba y que nosotros debíamos aceptar sin ninguna alternativa. Bueno, uno podía matarse… Sí, esa era la puerta que permanecía siempre abierta; la única opción real que simbolizaba el fin del juego. Parecía que tanto la vida como la muerte eran solo sistemas de tortura que desconocíamos por completo, pero que debíamos experimentar por motivos inciertos y más allá de nuestra limitada razón. ¿Cómo no enloquecer? La clave se hallaba en abrazar nuestra infame humanidad, aunque esto también representaba en sí otro gran problema: intentar amar aquello que solo era digno de ser exterminado.

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Me siento tan aislado del mundo, como si estuviese atrapado en una sórdida cárcel de infinitas mentiras. Y, cuando raramente abandono mi amada soledad y salgo a las calles, me resulta inevitable no prestar atención a las absurdas conversaciones y estúpidas actitudes de las personas. Comienzo entonces a detestarlo todo: la música, los antros, los bares, los cafés, los pájaros, las nubes, el sol, el cielo, yo mismo… Al final, solo me queda volver a mi habitación y sentir náuseas de esta vomitiva existencia cada vez con mayor ahínco y de añorar como nunca el suicidio. ¿Qué más podría querer ya? Mi atormentada y ensangrentada alma solo pide ser libre, conocer la verdad… Algo imposible mientras no me separe de esta forma carnal que me contiene y me deprime tanto. Eones interminables en las sombras de mi aciaga nostalgia que me arrastran invariablemente a la misma miseria de la que ya no puedo escapar, aunque trate con cualquier vulgar ideología o ridícula teoría. Mi problema siempre fue solo uno: mi existencia. Jamás lo comprendería, pero algo me decía que solo debía hacerlo. Cada vez me sentía más obligado a despertar por las mañanas, a soportar a las personas, a sonreír cuando claramente todo lo que quería era desaparecer por completo y para siempre.

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Los miro y parecen vivir sin cuestionarse nada, tan estúpida y banalmente transcurren sus patéticos días intentando hacerse de bienes materiales y luchando por dinero, teniendo hijos de la manera más vil e inculcándoles la misma basura que a ellos los tiene muertos en vida. Entonces los analizo y sé que morirán en el mismo absurdo en que han nacido y crecido, que su existencia debe ser alguna especie de experimento fallido, pero así son los humanos. ¿Por qué existen? ¿Por qué un mundo tan nauseabundo y ridículo como este sigue en pie todavía? ¿Es que su insignificancia es tal que ninguna entidad superior, de existir, se toma la molestia de poner fin a este infierno terrenal donde el sufrimiento y el aburrimiento lo corren todo tarde o temprano? ¡Qué trágicamente absurdo creer que podíamos darle la contra a la todopoderosa monstruosidad llamada la pseudorealidad! Nosotros, meros títeres sin esperanza, hemos sido condenados a una existencia dolorosa y patética en la cual solo resta llorar, sangrar o matarse. ¿Qué más? Puede que esto suene pesimista, para mí suena muy realista. Y es que yo ya no quiero alterar la diáfana percepción que me indica lo gris e insulso que es cada momento, lugar o suceso. Sí, quizá podría pretender que no es así; ¿qué ganaría? Lo que menos quiero es volver a ser uno de ellos, de los funestos rebaños que tan felizmente se agrupan y se regocijan ante su insustancialidad sempiterna. Para mí, creo que ya nada queda; nada sino dar el gran paso y arrojarme sin dudarlo más hacia ese abismo incierto donde hasta el tiempo colapsa y los colores y sonidos se mezclan demencialmente en un arrebol de caos, locura y eternidad.

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De alguna manera, algo me decía que yo ya no podía seguir vivo. Quizás al fin terminé de enloquecer o es este el mensaje definitivo para suicidarme ya; lo cual, ciertamente, sería idílico. Aunque, considerando esto último de manera seria, me percato de que acaso estoy más muerto que aquellos seres quienes fingen tan bien vivir. Así pues, tal vez ya ni siquiera el suicidio sirva de algo en mi miserable condición. Sin embargo, tampoco me es posible seguir adelante; el halo de la desesperación resuena con demasiada violencia en mi acongojado espíritu y su melodía infernal ha terminado por trastornarme más que cualquier elemento externo o mundano. Desde hace mucho que no puedo sentirme tranquilo, que los días son la misma irrelevante comedia y que he soportado tanto dolor y hastío que no puedo más. El simple hecho de respirar parece más agónico que cualquier otra cosa y ya ni la bebida ni las mujerzuelas pueden calmar mi angustia recalcitrante. Esperaba resistir un poco más, pero creo que no lo conseguiré. Es demasiado insoportable existir así, en este estado tan depresivo-psicótico que ha capturado mi mente por completo y que me apabulla con la fuerza de mil demonios sonrientes. Quisiera escapar de mí mismo, del mundo, de esta insensata dimensión en la que jamás he tenido el más mínimo deseo de permanecer. Existo todavía, pero absolutamente en contra de mi voluntad; existo solamente porque soy demasiado cobarde para matarme y porque me aterra descubrir que tal vez mi muerte sea más decepcionante que mi execrable vida.

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Encanto Suicida


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