No sé qué sería mejor: dejar que la humanidad prosiga con su miserable y nauseabunda existencia o exterminarla para hacerle un cumplido a la decencia. ¡Qué más da! Por mí, que todo y todos se vayan mucho al diablo. Lo único que me importa ya es hacer algo por mí, escapar yo de esta prisión tridimensional donde sufro amargamente todos los días. Lo que acontezca con los otros es caso cerrado, es mirar a la nada y pasar de largo. Y en verdad creo que no hay ninguna oportunidad de resolver esta tragedia inmanente, puesto que volvería a caerse en lo mismo: la implacable necesidad del mono parlante por controlar a sus semejantes.
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El ser humano es la criatura que puede engañarse del modo más magnífico posible en cualquier aspecto, por eso es incapaz de conocerse a sí mismo y de aceptar el sinsentido de su patética y trivial existencia. Sin esa singular habilidad para percibir las cosas como no son, me parece que desde hace mucho esta raza execrable ya se hubiese ahogado en su propia miseria; y quizás, aún más allá, jamás habría surgido del vacío cósmico algo así de nauseabundo. No comprendo la absurda necedad de tantos peones por perpetuar su anodino divagar, por hacer de su horrible caricatura algo eterno e infinito… ¡Pobres! Tarde o temprano, no obstante, los símbolos refulgirán con tal vehemencia que no será posible ignorarlos debajo del abismo de inenarrable melancolía… El nacimiento, ¡he ahí el origen de todos los males y las desgracias universales! Pero seguimos descendiendo y siempre con la soga atada al cuello, aunque preferimos creer que la luz aún nos ampara y que las ilusiones de Dios nos enseñarán el camino de la redención. Quizá solamente enloqueciendo se pueda atisbar un miligramo de eso que se dice es la verdad, de aquello que nos circunda sin que sospechemos su influencia estelar. ¿Cómo puedo conocerme a mí mismo sin desprenderme de la sustancia que me brinda la conexión con la simulación biológica y la onírica? ¿Es que lo sagrado y lo demoniaco se conjugan detrás de la sonrisa bañada en mi sangre putrefacta? ¿Qué es un mártir del caos sino aquel que ha conseguido añorar su desaparición por encima de todo lo que lo rodea? ¡Trágica burla en la sinfonía de los ángeles caídos y en el amanecer del siniestro ojo supremo!
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Cada noche que decidimos no matarnos, nos recostamos como si nunca hubiésemos vivido. Incluso cada absurda noche que decidimos no estar solos y arrojamos muy lejos la navaja, nos vamos a la cama y sentimos como si todavía no hubiésemos amado lo suficiente. Posponemos ese sublime momento tan solo porque siempre esperamos más de una existencia que, ciertamente, jamás nos ha conferido nada sino sufrimiento, agonía y desesperación en formas tan variadas como insospechadas. ¡Qué tontos somos! Luchamos en una guerra cuyo resultado ha sido definido desde el comienzo, y cuyas únicas consecuencias serán arrojar nuestra consciencia al manicomio.
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Cada día me costaba más hacer a un lado la soga, pues bien sabía que no hacía lo correcto al obrar así y continuar en este mundo asqueroso. No obstante, terminé por acostumbrarme a la miseria de mi cotidiana existencia y por disolver la única verdad en este imperante absurdo llamado vida.
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Aquella sombría cosa que habitaba en mi interior solo pedía a gritos un poco de amor, pero yo la alimentaba con sentimientos de destrucción, ira y tristeza porque sabía que eso le haría mejor que la cruel y vil mentira que con tanta fiereza solicitaba. Además, en este mundo de nada servía amar; era preferible aislarse y odiarse hasta reunir el valor suficiente para colgarse.
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Encanto Suicida