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Encanto Suicida 50

Es una lástima que, frecuentemente, las personas más brillantes y magnificentes terminen suicidándose; y que, en este mundo blasfemo, solo habiten ya seres banales y decadentes. El suicidio, cuando se realiza bajo términos adecuados y divagaciones existenciales sublimes, siempre será mucho más exquisito y adecuado que cualquier otra cosa que la vida pueda ofrecernos en nuestro sempiterno y trágico desconsuelo.

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Aquella amarga noche había decidido poner fin a esta melodramática y risible experiencia de una vez por todas. Sería el momento de desarraigarme de esta trastornada realidad para siempre, de ahogar en sangre y muerte todo este malestar y de sonreír cuando me hubiese olvidado de mí mismo por la eternidad. No obstante, algo me paralizó en el momento decisivo y farfulló que todavía debía padecer solo un poco más este sufrimiento no del todo impenetrable.

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Y pasa que casi nunca se termina en la vida con la persona que más se ha creído amar, pues en esta existencia sin sentido incluso el amor no está exento de ello. Y, de hecho, los sentimientos que podamos experimentar no serán sino una entelequia incluso más poderosa que cualquier influencia externa. De ahí que lo mejor, casi siempre, sea no vincularse a nadie y no adherirse a nada que no sea nuestra propia consciencia.

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Si se quiere hacer un cambio infalible en este mundo ya demasiado corrompido por el poder y el materialismo, no basta con cortar los hilos de los títeres; se debe, sobre todo, eliminar a sus aciagos manipuladores. Mientras no entendamos esto, resulta más que fútil cualquier forma de gobierno, cualquier desatinada religión o cualquier otra absurda ideología que, en el fondo, solo tendrá como objetivo una sola cosa: reforzar el adoctrinamiento masivo y el adormecimiento de la consciencia.

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La mayor fuerza que existe en el ser no es la voluntad ni tampoco la inteligencia, sino la curiosidad; pues es esta última y no otra la que activa a todas las demás. Sin curiosidad, sin dudar, sin reflexionar y sin deseos de conocer, el ser es lo mismo que un muerto insepulto o que un patético títere que solo repite sin cesar el absurdo discurso que otros le han impuesto como verdad.

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Una de las mejores cosas que podemos hacer para evitar arruinarnos la mente desde un principio es no creer en nada de lo que de pequeños nos enseñan nuestros padres, sacerdotes o profesores. Estos seres, de antemano ya sumamente adoctrinados, no solo intentarán hacer lo mismo con nosotros; sino que, además, lo harán a costa de nuestro propio criterio e intereses. Para ellos, nosotros seremos como un manantial puro y cristalino al que buscarán ensuciar y apestar a toda costa.

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