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Esquizofrenia

Sin importar cuánto intentase, resultaba una pérdida de tiempo ilustrar a los demás la manera en que esto me inquietaba y me trastornaba en los sueños del espíritu decadente. Ellos nunca comprenderían el sopor en el cual me subyugaba cuando sentía venir su insistencia, la evasiva huida de mi propia mente para no sentirme tan carcomido por los oscuros y blasfemos deseos que embotaban la concepción de mi personalidad con anómala iridiscencia. Ahora entiendo cómo es que una persona puede llegar a extraviarse en sus adentros, y cómo, aunque sea un disparate, he permitido que esa sombra siniestra se alimente con cada uno de mis trémulos y pérfidos pensamientos. Pero lo realmente espantoso es saber que ya no existe solo en mi imaginación, sino que es, incluso, más real que yo. Me ha devorado desde dentro y no he podido hacer nada para defenderme; todo lo que he creído ser hasta ahora se ha fundido con el vacío en un sacrílego cromatismo imposible de tolerar.

Lo que aún no logro comprender es que exista por cuenta propia, ¿habrá algún modo de alejar eso que soy yo de lo que quisiera ver al arrojarme hacia el vacío? Desde que llegó comencé a experimentar y alucinar toda gama de extrañas sensaciones, tan desconcertantes como intensas. Para el resto se trataba de una invención, de una superchería mediante la cual expresaba mi débil y humano entendimiento. ¿Cómo podrían, no obstante, los humanos a mi alrededor descifrar la monstruosa deformidad que me dominaba al punto de ya no saber por cuánto tiempo era yo el único dueño de mi mente? Esas voces suicidas me enloquecían cada noche, y las imágenes de putrefacción y pestilencia no me concedían un solo momento de alivio ni un solo reproche. Todo era solo un acto de cobardía, la debilidad de un pobre enfermo cuyas alucinaciones habían traspasado la realidad. No obstante, me negaba a creer que la locura se había apoderado de mi alma: era yo perseguidor de quimeras.

Inútiles reflexiones escribo ahora, ya que tengo el sórdido presentimiento de que ha sido el desesperado grito de la soledad el que ha destrozado su encarcelamiento y le ha otorgado tan poderoso balbuceo. Sigue fortaleciéndose y es imposible deshacerla, no respeta ninguna de mis prohibiciones y mis promesas las mastica cual putrefactos cascarones de falacias obsesivas. Tengo miedo y voy de un lado a otro en esta habitación de blancas paredes, aunque sé que tal vez ni la muerte pueda de sus susurros desprenderme. Y eso es lo que más me trastorna, lo que me hace no saber si quiero estar vivo o muerto, pues ¿qué certeza tengo de que todo culminará realmente cuando incruste esta bala en mi cerebro? Es triste saberlo, pero es tan cierto que solo el suicidio me brinda un consuelo no tan efímero en mi patética constitución carnal. Moriré esta noche, pero con la triste esperanza de mitigar mi inhumana esquizofrenia al menos hasta que el absurdo vuelva a absorberme en sus contradicciones.

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Locura de Muerte


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