Sentado otra vez en esta nefanda habitación, triste y con el corazón acongojado. Sí, de nuevo lejos del único ser en este mundo con quien puedo sentirme yo mismo: tú. Y es que no sé, ya no encuentro el modo de seguir viviendo si no estás conmigo; si no tengo la certeza de que podré abandonar esta tristeza y correr muy lejos de mi sombría existencia para refugiarme entre tus brazos. No me cansaré nunca de decírtelo, tal vez no llegues a creerlo, pero me resulta tan necesario que sepas que tú eres lo único en lo que yo veo sentido: lo más bonito, lo más sagrado, lo más inalcanzable, lo que yo adoro y amo en este atroz infierno humano. Tú eres la perfección encarnada que jamás seré digno de contemplar, la obra de arte que jamás ningún pincel ha plasmado, el divino poema que nunca podrá ser compuesto ni recitado. Y, sin embargo, no importa cuántas imágenes o metáforas evoque, porque jamás podrían siquiera acercarse un poco a todo lo que tú eres para este loco soñador obsesionado.
Estar contigo es como sumergirme en un dulce y extraño sueño donde todo se distorsiona, donde la horrible realidad me parece hasta tolerable, donde mi cabeza no me tortura con pensamientos deplorables; donde puedo volar y volar hasta atravesar el cielo, los planetas, las galaxias, los universos, y terminar, irremediablemente, estrellándome en tu deliciosa y apocalíptica boca. Porque, para mí, tus sagrados labios lo son todo. Sí, representan algo mucho más valioso que cualquier posesión o persona, que cualquier astro o supernova. Tus labios son mi adicción, son esa droga que yo requiero para poder siquiera intentar respirar un segundo más. Tus labios son aquello por lo cual yo mataría y moriría, por lo que podría apostarlo todo en contra de todas las probabilidades. Y, aunque todo el mundo me dijese que yo estoy equivocado, yo persistiría en el error tan solo por estar a tu lado y por embriagarme una vez más con el inmaculado néctar que entre tus piernas hallo sin pensarlo.
Tú eres mi adoración, mi sublime deidad, mi estrella refulgente. Te miro y pienso que, aunque todo sea absurdo, me mataré con una jodida sonrisa en el rostro tan solo por haber tenido la fortuna de haber conocido a un ser tan bello y perfecto como tú. Porque para este triste y melancólico poeta, no existe nada más hermoso que tu rostro inmortal y tu alma etérea. Y, ciertamente, ni tú te percatas de todo lo que representas, pero eres tan brillante y sublime. Yo creo en ti y te admiro en muchos aspectos. Quiero que sepas que me encantas como sea: despeinada, sin maquillaje, desvelada o con ojeras; con todos tus posibles defectos, aunque ciertamente no encuentro ninguno… Me fascinan tus ojos fulgurantes y tan preciosamente refulgen que me cautivas con solo mirarme de vez en cuando… Me encanta, a pesar de todo, que hayamos podido coincidir en esta lóbrega pseudorealidad donde creemos existir y donde puedo a veces sonreír al recordar que alguna vez yo escribí todo esto solo para ti.
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Melancólica Agonía