El instinto sexual es lo más poderoso que tenemos y, a su vez, el principal método de esclavitud y control. No solo nos quita el tiempo y nos hace buscar la absurda compañía del sexo opuesto, sino que nos presenta la vomitiva oportunidad de reproducirnos sin ningún sentido. Mientras el ser no logre desprenderse de estas cadenas sexuales que tanto lo limitan, difícilmente se podrá hablar de una verdadera evolución. Pues, al fin y al cabo, con toda la ciencia y tecnología de hoy en día, seguimos siendo unos viles animales que morirían y matarían con tal de fornicar. Quizá, argumentarán algunos, solo para esto ha sido diseñado el mono… ¡Y puede que en verdad así sea! Pero ¿qué hay de las cosas del alma, del espíritu, de lo místico, lo artístico, lo sublime y lo divino? ¿Cómo podría esto compaginarse con nuestra insaciable necesidad de sexo y placer? Quizá sí puedan, quizá sí sea posible la inconcebible unión de lo místico y lo sensual… Y quizá para ello lo mejor sea matarse con el mayor deleite posible, totalmente desprendidos de las fauces de la vida.
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Nunca hubo ningún día especial en mi vida, por triste que suene. Tampoco hubo nunca una persona especial para mí, por desolador que suene. Nunca fui especial y jamás busqué serlo, pues sabía a la perfección que se trataría de una mentira más de esta matrix. Ciertamente, ¿cómo es que podía algo o alguien considerarse especial en una existencia que, de antemano, no tenía nada de especial? Los monos que por desgracia me rodeaban todo el tiempo se la pasaban profiriendo toda clase de estupideces y, en el colmo de la máxima insensatez, atribuían a su errónea existencia un carácter importantísimo y hasta divino… ¡Oh, vaya tragedia! ¿Alguna vez podrían percatarse de su infernal e infinita intrascendencia? Seres como ellos no podrían, porque habían sido programados para ser unos completos idiotas; para amar y adorar aquello mismo que los destruía y los envilecía cada vez más. Entonces solo yo era el extraño, un lobo solitario que no encajaba en ninguna manada y al que ya no le interesaba otra cosa que no fuera su muerte… ¡Quizá eso sí sería especial, ya que la vida nunca lo fue!
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Si en verdad existe un Dios que haya creado al ser, al mundo y a la vida, entonces debe ser un completo imbécil. ¿Es esto lo mejor que pudo hacer? ¿Es el ser humano, con todos sus defectos y limitaciones, lo máximo que pudo diseñar? Y, de ser así, ¿por qué llamar a tal bufón un Dios y considerarlo superior cuando sus creaciones son tan imperfectas y abyectas? Me niego a creer en algo así, pues pienso que, de existir un Dios, debió habernos creado únicamente para su diversión o en uno de sus momentos de mayor aburrimiento. De otro modo, no se explica desde ninguna perspectiva cómo es que un ser todopoderoso puede diseñar algo totalmente erróneo como la raza humana y su ominoso espectáculo de cotidianas contradicciones y miserias. ¿Qué tenía esta entidad en la mente cuando concibió algo así? O es que tal vez somos solo su vómito o excremento; sí, eso debe ser… Hemos creído hasta ahora que somos la culminación de la divina creación, pero ¿no es esto, como casi todo lo concerniente a los Dioses, solo otro humano delirio y acaso el más tragicómico de todos? Nuestros sermones, discursos, monumentos, obras, libros, ciencia, ideologías… ¿De qué ha servido todo eso en realidad? Si el ser humano cada vez desciende más y más en cuanto a espíritu y arte se refiere; tanto que casi ya ni siquiera alcanzo a vislumbrar cuán abajo se halla y, lo peor de todo, ¡cuán satisfecho parece sentirse de hallarse ahí y de seguir hundiéndose todavía más!
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Resulta muy gracioso analizar cómo la mayoría de las personas sienten que valen mucho o que son especiales, cuando la realidad es que son meros títeres esclavos de sus tontas creencias. Ojalá pronto alguien ponga punto final a toda esta aberración y purifique de una vez por todas este mundo infestado de tan execrables monos parlantes con tan infames delirios de grandeza. Yo mismo, ciertamente, no me excluyo; ¡que yo sea el primero en ser crucificado! No soy ningún salvador ni me importa serlo, mas acepto el castigo divino por el simple hecho de pertenecer a esta raza abyecta y ruin. ¡Qué más me da el resto! ¡Que me crucifiquen a mí y que, si se les antoja, dejen vivir al resto! Sí, que los dejen seguir pudriéndose en su recalcitrante miseria; que el mundo se termine, que prosiga del mismo modo estúpido y carente de todo sentido. ¡Que solo yo desaparezca de él, únicamente yo! ¡Que solo a mí me crucifiquen, que me sacrifiquen en nombre de lo que sea! Quiero saborear ese dulce sufrimiento hasta la última gota; solo así es como he de encontrarme con la muerte y solo a ella rendiré cuentas de todas mis tragedias y dolores.
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Y, entre más convivo con las personas, menos deseos tengo de seguir vivo. Pero tal vez no debemos culparlas a ellas, quizá su naturaleza sea esa: la estupidez y el sinsentido. Más bien, debemos recriminarnos a nosotros mismos por esperar algo de seres así. Este mundo está más que acabado, ¿por qué no lo estarían también los seres que por mero error lo habitan? Nosotros, claro, contándonos entre ese cúmulo de patéticos idiotas quienes respiran sin saber cómo ni para qué… Tal vez cuestionarse esto encierre en sí mismo un absurdo, acaso el mayor de todos. Pues ¿podría alguna vez el creado cuestionar, con su lógica de creado, la creación misma de la cual procede? Y es aquí donde nuevamente se presentan las infatigables trampas de la lógica y la contradicción que tanto nos trastornan, porque lo único que tenemos ante ellos es un silencio sepulcral que nos envuelve en una melancolía difícil de soportar y aún más de explicar. Puede que, en realidad, muchísimas cosas jamás tengan explicación alguna… Al menos no para seres con capacidades tan limitadas como nosotros, con la cabeza infestada de banalidades y totalmente presos de sus propios impulsos.
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Infinito Malestar