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La Agonía de Ser 19

Los funerales, ciertamente, deberían ser una fiesta de alegría infinita, pues la muerte de alguien, más allá de nuestro estúpido egoísmo y tóxico apego, es el suceso más hermoso que pueda acontecer. Y, si se trata de la nuestra, creo que estaríamos hablando de la verdadera y única felicidad asequible; aunque ya ni siquiera podríamos disfrutarla, pero ¿acaso eso importaría ya habiéndose cumplido nuestro máximo anhelo?

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Creemos tan ilusamente que la vida es bella únicamente porque, por mero azar, no debemos padecer sus más miserables y cruentos giros; al menos no todavía.

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La vejez es, acaso, el blasfemo castigo que nos impone la existencia por no habernos suicidado durante nuestra intrascendente juventud. Es, de hecho, la conjugación de toda la miseria y la ignorancia que, durante nuestra miserable estancia en este mundo vil, acumulamos y propagamos sin cesar. Por suerte, sabemos que la muerte estará entonces próxima y que nuestra asqueroso ser será purificado, quizá sin merecerlo, en ella.

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Y, para aquellos suicidas vivientes como yo, lo único que nos queda, al despertar por la mañana, es implorarle al caos de lo absurdo que al fin este nuevo día sea el último. Sí, que al fin este día sea el último que debamos soportar a las patéticas marionetas que nos rodean y a los incomprensibles giros de esta tragicómica experiencia carnal que, lo peor de todo, jamás solicitamos.

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La vida implica demasiado esfuerzo para lo poco que ofrece y para el poco tiempo que se está en ella, por eso siempre será lo mejor estar el menor tiempo posible en ella. Si decidimos prolongar demasiado nuestra estancia, corremos el grave riesgo de quedar atrapados aquí y siendo víctimas de un incuantificable hartazgo existencial extremo.

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Solo somos peones de carne y hueso padeciendo sutiles métodos de esclavitud mental y manipulación masiva, totalmente ignorantes de los oscuros e impíos intereses que gobiernan desde las sombras la nefanda realidad a la que tan nauseabundamente nos aferramos. Lo más irónico del asunto es que vamos por ahí sintiéndonos conformes con tan poco y creyéndonos más libres que cualquiera, cuando resulta tan evidente que somos prisioneros de casi todo, sobre todo de nosotros mismos.

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La Agonía de Ser


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