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La Agonía de Ser 51

La soledad, y posteriormente la muerte, son acaso los estados donde el ser más se conoce a sí mismo y, por ende, los más evitados por la gran mayoría. Casi todos prefieren entretenerse largos periodos con argucias y personas que únicamente contribuirán a hacer más inmenso el sinsentido y el vacío en el interior; dicho comportamiento es natural en el ser, pues la evasión de la verdad interna y la inconsciencia son aquello que nos aleja de la libertad y nos acerca a la sumisión. Y el ser, como buen peregrino, preferirá siempre ser guiado antes que pensar y sentir por él mismo.

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Es natural que la soledad y la muerte sean los estados que más busquen eludir las marionetas de la pseudorealidad. De ahí que la mayoría busque desesperadamente estar rodeado de otros ingenuos que llamará amigos o de alguna absurda pareja amorosa con la cual malgastar su tiempo. Además, como es obvio, buscará a toda costa pensar en ella y se aferrará a su patética vida entre los rebaños. Al final, son solo mecanismos de defensa, pues el ser siempre buscará evitar conocerse a sí mismo. Y todo lo que verdaderamente lo acerque a él mismo deberá sonar con las trompetas del caos, la incertidumbre y la autodestrucción, o si no ¿qué caso tendría? ¿De qué sirve una supuesta verdad que no implique tortura existencial, catarsis espiritual y confusión extrema? Pero todo, claro está, sin jamás renunciar completamente a uno mismo; porque sino caeríamos en las falacias de las religiones y las sectas, ¡y eso sí que simbolizaría nuestra absoluta perdición!

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Toda actividad que se deba realizar cotidianamente es una tarea que, con toda seguridad, no vale la pena realizar. Solo aquellos sublimes arrebatos que nos ocupan ocasionalmente en alguna tarea que nadie puede realizar por mucho tiempo son, para mi gusto, algo digno de llevarse a cabo por seres excepcionales. Una gran obra siempre implica aislamiento y ensimismamiento, por ende, no cualquiera puede entregarse a ella y escapar temporalmente de los delirios de las masas y la aturdida civilización. Mas siempre es necesario volver un tiempo a la inmundicia, pues si no, ¿de dónde obtendríamos la inspiración para escapar a nuestra divina soledad? Las obras más sublimes, asimismo, ¿no contienen todas algo (o acaso mucho) de demoniaco, decadente o incluso de demasiado humano?

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Siempre será más fácil pretender que conocemos a otros y no intentar conocernos a nosotros mismos, de ahí que la gran mayoría de las personas se pase el tiempo hablando y juzgando la vida de otros antes que la propia. Nos gusta analizar el exterior con ojos de halcón, pero para mirar someramente en nuestro interior somos peor que un tuerto y hasta que un ciego. No escuchamos nada porque no queremos mirar en nuestro propio abismo, pues tememos que, si lo hacemos con demasiada sinceridad, podamos inclusive terminar odiándonos a nosotros mismos más que todo lo que condenamos implacablemente en los otros y en el mundo.

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La única manera en que tenemos una mínima esperanza de empezar a comprender lo que es la vida es mediante la muerte; de ahí que vivir carezca de todo sentido, pues, sin importar cuanto se viva, jamás se tendrá certeza del sentido de tal acto. Las reflexiones, por muy profundas que puedan ser al respecto, no arrojan ningún haz de luz. Las tinieblas parecen ser lo más contundente en el escabroso teatro de la existencia; uno demasiado irónico como para no desternillarse ante cada nueva contradicción y como para no terminar enloqueciendo ante el caos blasfemo que raspa cada muro de nuestra cordura con extraña insistencia.

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Es indiferente si se existe mucho o poco, lo que no se puede negar ni cambiar es que existir siempre terminará por ser un agudo fastidio; una onerosa obligación impuesta por algo o alguien que quiso ofender en demasía nuestro orgullo e inteligencia al habernos arrojado a esta dimensión donde no podríamos sino detestarlo todo y refugiarnos en siniestros anhelos de muerte y soledad.

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La Agonía de Ser


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