Dado que existir en este execrable mundo siendo parte de esta nauseabunda raza y prisionero de este mundano cuerpo era solo una agonía absurda e irremediable, entonces ¿qué otra maldita opción tenía que no fuera suicidarme? Enloquecer, sí… ¡Esa era también una maravillosa oportunidad de descubrir nuevos paradigmas vetados a los monos! Y, ciertamente, ya ni yo sabía qué demonios le acontecía a mi cabeza; ¿qué clase de infernal ensimismamiento parecía perforarme el alma con una melancolía incuantificable? ¿Estaba ya muerto yo o todavía respira el aire impuro de esta maldita ciudad? ¿Aún deseaba yo amar? Sobre todo, ¿amaría nuevamente de manera tan humana? El caos dentro de mí no tenía límites y la intensidad de las emociones hacían tambalear mi cordura insensata. Pero acaso aquello era imprescindible, acaso yo debía estar loco. Y entonces lo que el mundo creía y aceptaba como saludable no era sino aquella aberración en la que se sentían cómodos; cualquier cosa que no entrara en sus concepciones predefinidas e impuestas, tendían a llamarla esquizofrenia o maldad… Así de hipócrita era la sociedad, esos eran los rascacielos de falsedad que se habían alcanzado tristemente. Porque todo aquel que tuviera el poder de cometer los actos más ruines y vergonzosos, lo hacía sin dudarlo. Y aquel que juzgaba sus actos y los condenaba, era porque, en el fondo, él mismo anhelaba llevarlos a cabo, pero lo torturaba demasiado carecer de recursos para ello.
*
Habiendo infinitas razones para dejar de existir, el ser es tan tonto y necio que siempre hallará, en sus infinitos delirios, alguna para justificar su repugnante existencia. El que dos seres lleven a cabo el imprudente acto sexual y se reproduzcan con ello, prueba que no hemos aprendido nada hasta ahora y que seguimos siendo atroces animales dominados por sus sombríos y nefandos impulsos. ¿Qué sabe la humanidad hasta ahora? Sí, grandes avances en cuanto a ciencia y tecnología; aunque solo para quienes puedan pagar por ello. Pero ¿qué hay de las cosas concernientes al espíritu, a lo artístico, a lo místico? Quizá yo mismo me contradigo todo el tiempo, pero ¿cómo no hacerlo si soy todavía humano? Y si la existencia misma, vista desde una óptica humana, pareciera a todas luces una contradicción. Yo quería compartir algo, algo que pudiera hacer reflexionara las masas; que las sacara de su habitual adoctrinamiento y que les hiciera cuestionarse cosas… Yo no afirmaba tener la verdad o la mentira, estar bien o mal; tan solo la duda, tan solo el pensar y sentir por uno mismo. Porque creo fervientemente que no hay peor esclavo que el que sabe que lo es y, aun así, acepta seguir siéndolo.
*
Ya ni siquiera soportaba ver, escuchar o estar con las personas, pues cada vez me parecían más absurdas y fétidas sus humanas almas. Si continuaba así el asunto, entonces lo mejor sería ir a un lugar donde jamás ningún otro ser pudiera molestarme. Y tal vez para eso fuera imprescindible ahogarme en el catártico manantial de la muerte, diluir mi pestilente humanidad propia en un averno de locura impensable para purificar mi consciencia. Yo ya no creía en nada, en nada de este mundo material y execrable. Quizás existía algo parecido a un dios o varios de ellos, entidades fuera de nuestra realidad a las cuales, casi siempre, les éramos indiferentes. Aunque, a veces, parecieran manifestar su voluntad a contados individuos mediante ciertos mensajes muy particulares y subjetivos. ¿Eran acaso estos solo desvaríos de mi mente trastornada, de mi incipiente esquizofrenia? O ¿había en los entramados de este tiempo-espacio tridimensional algo oculto que parecía asomarse muy de vez en cuando y mostrarnos que sí, que esto era solo un sueño del que en breve podríamos despertar?
*
La ventana se manchó de su sangre aún caliente y mi alma se deleitó con su cuerpo también aún en el mismo estado. Sus gritos de agonía y sus últimos lamentos antes de dormir para siempre produjeron en mí un profundo impacto, pues era el punto de partida para mi posterior misión. La transformación estaba ya completa y solo quedaba una cosa por hacer: enterrar mi anterior yo con ella (con la mujer que una vez amé), y aceptar mi auténtica naturaleza homicida. ¿Era yo acaso un completo demente? ¿Me había poseído el diablo? ¿Me había inclinado a hacer el mal por voluntad propia? ¿Qué era real y qué no? ¿Qué era verdad y qué mentira? ¿Cómo conciliar todo el caos que habitaba en mi interior con el posible amor que alguna vez pude haber experimentado? Tantas ideologías chocando, tanta fricción resultante de aquello que jamás debió haber sido. Pero ¡el mundo ya es y la humanidad también! No se puede ya rechazar su existencia, por ridícula y miserable que esta sea. Es decir, la negación solo terminaría por destruirnos a nosotros mismos; por hacer de nuestros lamentos de amargura una crónica de sufrimiento bestial proveniente de los rincones menos horadados en nuestra misteriosa caída a los infiernos humanos de donde parece más que improbable escapar.
*
¿Desde cuándo debemos aceptar que existir es algo deseable? ¿Por qué debemos simplemente vivir y hacer como si todo tuviera un sentido cuando claramente no tenemos ninguna certeza de ello? ¿Por qué aceptar nuestra naturaleza si es tan mundana y miserable? ¿Por qué no matarse si todo en esta vomitiva existencia está ligado al sufrimiento y al aburrimiento? Y si todos los seres que aquí habitan solo pueden producirme infinitas náuseas y un hastío infernal. Sí, yo detesto a todos esos monos hambrientos de placeres, billetes y bienes materiales. También me detesto a mí, porque en el fondo quizás hay algo todavía de eso en mí y me impide evolucionar. ¿Qué hacer entonces? ¿A dónde ir? ¿Con quién hablar? ¿Es que mi voluntad terminará por ser socavada y sometida, como la de todos, a este camposanto de vacío eterno? Aquello que más detestamos, indudablemente, es lo que aún no hemos podido conquistar en nosotros mismos. Todos esos deseos, voliciones, pensamientos, sentimientos y sombras que vociferan en nuestro aciago interior con una fuerza avasallante; que nos carcomen el alma en las más frías y deprimentes madrugadas, ahí donde únicamente la soledad y la muerte parecen querer abrazarnos un poco.
*
¡Qué cansado y aburrido resulta fingir interés en los demás cuando ya ni siquiera tengo interés en mí mismo! Mi propia vida me aburre y asquea en demasía, ¿cómo esperar que pueda siquiera intentar soportar la de los otros? ¿Por qué o para qué existe la humanidad? He ahí una cuestión capital que hasta ahora no parece preocupar gran cosa a los monos. Vivir tan estúpida y aberrantemente como sea posible, tal pareciera ser el gran lema de los tiempos actuales. Olvidar todo lo que tenga que ver con el espíritu, el alma, la mente, el intelecto, la razón o la reflexión; únicamente dejarse llevar, como arrastrado por un carrusel abyecto, por la inmundicia, decadencia e ignorancia que se han apoderado del mundo entero y que la pseudorealidad ha promovido por doquier mediante sus infinitas ramificaciones. Es un círculo infernal de podredumbre y miseria este mundo nuestro al que, ilógicamente, ten apegados nos sentimos y en el que supuestamente nos sentimos felices. Pues yo vomito todo esto: esta felicidad simulada, este mundo irrelevante, esta humanidad adoctrinada y estos tiempos ominosos. Yo soy el primero en arrojarme a la hoguera, en pedir que me crucifiquen de la forma más dolorosa posible como a aquel. Y aun si esto no fuera suficiente, entonces que el castigo divino determine cuál será el apocalipsis de mi alma afligida y de mi corazón acongojado. Mas continuar así, existiendo de este modo absurdo y nefando, es lo que ya no puedo tolerar.
***