Habían pasado ya varias semanas desde que el viernes sagrado se había implementado. Era un jueves por la tarde, y el profesor Irkiewl impartía su clase normalmente; esto es, tratando de resaltar solamente lo que los libros decían, sin aportar idea propia alguna. Indudablemente, no era extraño que esa clase de profesores abundaran en las escuelas, pues era parte del adoctrinamiento el que a los estudiantes no se les enseñase a pensar por sí mismos, que se les inculcaran solo patrones a seguir sin que sus diminutas mentes estupidizadas sospecharan la falsedad de todo el sistema educativo actual. De tal forma que los profesores eran peones transmisores de doctrinas viles y mundanas que habían sido repetidas a lo largo de todos los años, utilizadas para extirpar toda esencia de genialidad e imaginación en los estudiantes, y preparándolos para que se convirtieran en meros títeres hambrientos de dinero y sexo, de materialismo y vicios. Esa era, tristemente, la esencia de todo el sistema educativo en la facultad y en todo el mundo, destinada a adoctrinar por completo a las personas.
Desde luego, esto era fundamental en los planes de aquellos intereses oscuros que dominaban el mundo, pues, de otro modo, las personas podrían ser creativas y curiosas. Además, como en el ambiente familiar ya se había contaminado demasiado la mente de los niños, los cuales pasaban la mayor parte del tiempo tragando porquerías y mirando la televisión, o peleando todo el tiempo por zarandajas, no era nada difícil que las escuelas moldeasen todavía más las frágiles y nauseabundas mentes de aquellos infames infantes, los cuáles carecían de valores y crecerían ansiosos de ganar dinero y de divertirse, creyendo que la felicidad se trataba justamente de algo tan vacío y carente de sentido como el entretenimiento humano. Por desgracia, nada se podía hacer para contrarrestar aquel blasfemo sistema educativo, pues, a aquel que intentase una locura tal, sin duda le tacharían de loco y, quizás, hasta lo matarían.
El ominoso profesor Irkiewl era uno de los profesores consentidos del director, pues siempre acataba todo lo que este decía sin cuestionar, obedecía las órdenes al pie de la letra y era chismoso y ruin. Solía informar al director de todo lo que acontecía y reportaba a los estudiantes que se atrevían a salirse del margen. Salirse del margen significaba intentar crear algo, tener ideas propias, innovar, discutir, cuestionar, tener ideales, proponer, imaginar o concebir. Por supuesto, nada de esto les era permitido a los estudiantes, quienes, en su mayoría, lo habían aceptado gustosamente. De hecho, todos estaban ansiosos porque fuera ya viernes para embrutecerse con alcohol, sustancia de la que por cierto se habían incrementado las raciones, debido a la alta demanda.
Si bien es cierto que en principio fue mal visto el viernes sagrado, con el paso de las semanas se consagró, justificándose como la forma de los estudiantes para desestresarse y divertirse, argumentando que, incluso, contribuía a un mejor desempeño en las clases. Llegó el punto en que ya hasta cigarros había, solo que debían ser adquiridos forzosamente en la cafetería de la escuela, la única que podía venderlos y que se mantenía en pie sin ser molestada frecuentemente como el resto de pequeños vendedores. A todas estas medidas insanas se les llamó justicia posteriormente, y hasta se aplaudió la audacia del director, esparciéndose el rumor de que el resto de las instituciones del estado comenzarían con la introducción de estas nuevas pautas con el fin de incrementar el rendimiento y fomentar la convivencia, para así tener una supuesta cultura del trabajo y la recompensa en la diversión y el entretenimiento.
–Y, como les decía, la estética es ante todo una cuestión de observación, de percepción y de juicio. Combinados estos tres elementos se puede llegar a discernir entre lo bello y lo feo. Sin embargo…
La perorata del profesor Irkiewl ya había aburrido a los estudiantes, quienes solo esperaban la tan ansiada hora de los videojuegos. Estaban ansiosos de sostener los controles e insultarse por perder, o humillar al otro. Les gustaba rivalizar, y esto era aplaudido por el director, y que, curiosamente, era la única hora en que visitaba a sus pupilos. En ciertas ocasiones, los animaba a ver quién salía campeón en los videojuegos, y decía que a éste se le daría una décima más en todas las asignaturas. Esto ensalzaba a los estudiantes y hacía que se enfadaran más al ser vencidos, algunos hasta habían roto ya los controles. El director, por alguna extraña razón, permitía que en esa hora se dijeran toda clase de improperios, recurriendo nuevamente a la tan sonada frase del fomento de una cultura del trabajo y la recompensa.
–¡Oye, Emil! ¿Qué estás haciendo? ¡Pon atención a la clase! –dijo Paladyx con mueca de preocupación.
Pero Emil no parecía interesado en seguir sus consejos. Estaba totalmente abstraído en su cuaderno, haciendo quién sabe qué cosa, seguramente dibujando. Más atrás estaba Filruex, a quien los profesores ya ni siquiera prestaban atención debido a sus constantes quejas y revueltas. El director había indicado que no se le otorgase permiso para nada y solo buscaba la forma de echarlo para siempre. Filruex usaba audífonos a todo volumen durante las clases, le gustaban principalmente un rapero venezolano llamado Canserbero. Desde luego, esto era mal visto por la facultad, quienes opinaban que incluso la música era algo que debía ser regulado, pues ciertos géneros incitaban a la rebeldía y al desorden. La única clase para la que se quitaba los audífonos aquel hombre rebelde era la del profesor Fraushit.
–¡Oye, tú! El que está tan entretenido con su cuaderno. Dime ¿qué es lo que haces? O te corro de la clase –preguntó el profesor Irkiewl a Emil.
–Nada, estoy escuchando la clase, pero tuve algo de sueño. Es que me aburrí un poco.
–Así que te aburres en mi clase, pues te aburrirás más cuando esto llegue a oídos del director y te echen de la facultad. Veamos lo que hay en ese cuaderno.
–Nada, no hay nada qué ver –replicó Emil, trémulo.
El profesor no prestó atención a sus palabras temerosas y le arrebató el cuaderno. Esto distrajo a Filruex de su música, quien volteó para mirar qué ocurría, pues el pequeño Emil, debilucho y con aspecto demacrado, era uno de sus amigos, miembro del grupo de los soñadores.
–Pero ¡qué es esta basura! –exclamó el profesor con rabia–. ¿Así que esto es lo que haces cada clase? Con razón no prestas atención a lo que digo. ¡Mira nada más, no tienes absolutamente ningún apunte!
Al hojear el cuaderno, los estudiantes cercanos pudieron observar algo que los dejó boquiabiertos. Se podían observar obras de arte bellísimas, de una impecable esencia. Auténticas pinturas y exquisitos dibujos, y todo confeccionado por Emil, sin duda alguna. No había una sola nota ahí, sino dibujos y nada más que eso. Para aquel joven dibujar era todo lo que tenía, eso le daba sentido su vida.
–¿Tienes algo qué decir al respecto? O ¿acaso estás tartamudo? ¡Respóndeme al menos, rufián!
–Eso que usted sostiene es mi vida… Yo amo el arte, no los intentos patéticos que hacen las personas por interpretarlo, como aquí igualmente se intenta inculcar a los estudiantes.
Los demás estudiantes estaban sorprendidos. Nadie se atrevía a moverse de su lugar hasta que el profesor, en un intento desmedido de venganza, comenzó a pisotear el cuaderno de Emil, acabando con su arte ahí mismo.
–¡Nada de arte, Emil! –decía mientras pisaba con más rabia aquellos bucólicos dibujos–. Tú sabes muy bien que eso está prohibido. Eso no te dará de comer, así que ¡déjate de estupideces!
–¡No, por favor! ¡No los destruya! –exclamó Emil al tiempo que se lanzaba a los pies del profesor para arrebatarle el cuaderno.
–¡A mí no me vengas con esto! No estoy aquí impartiendo la clase para que tú te lo tomes como tu hora de dibujo. Seguramente tus papás estarían muy decepcionados de ti. Ya me estás hartando, regresa a tu lugar ahora mismo. Yo soy doctor en filosofía y puedo hacer lo que quiera. Y tú no eras más que un simple estudiante, así que hazme caso, o estarás fuera.
Entonces el profesor, preso de ira, pateó a Emil en la nariz, provocándole una hemorragia al instante, que manchó sus ya de por sí maltrechos dibujos. En el rostro del joven podían verse lágrimas, pero no lloraba por el dolor del golpe, sino por el dolor que le ocasionaba ver lo único que amaba destruido.
–¡Bastardo! ¡No tienes ningún derecho! –expresó Lezhtik, que rara vez perdía la calma.
–¡Tú, siéntate! A ti nadie te está hablando. Y, en todo caso, ¡él se lo buscó!
De pronto, sin previo aviso y con una gran potencia, un puño se impactó en el rostro del profesor, derribándolo y dejándolo tendido en el suelo, totalmente desconcertado, incluso muchos pensaron que hasta muerto. Era Filruex, que, sin poder resistir más, se había parado de su lugar y había lanzado un golpe increíble que fue a impactarse al rostro del profesor, rompiéndole seguramente la nariz. Dos dientes volaron y quedaron junto al doctor, estaba completamente abatido, retorciéndose entre quejidos lastimeros y bramando maldiciones.
–¡Te lo merecías, canalla! ¡Eso le pasa a los injustos y perros falderos como tú! ¡Además, ya me tenías harto con tus idioteces! ¿Cómo te atreves a llamarte doctor si no eras más que un títere de esta maldita civilización acondicionada? ¿Quién rayos te crees que eres, miserable?
En vano fueron las palabras de Filruex, el pobre infeliz no daba señales de reaccionar. El gancho había sido efectivo y contundente, el patético intento de profesor no se movía. Uno de los estudiantes más apegados a los videojuegos salió inmediatamente a buscar al director, pues temía perder su media hora de entretenimiento por aquella querella. Filruex no trató de detenerlo y en vez de ello se sentó sobre la espalda del derribado.
–Pero Filruex, ¿qué diablos acabas de hacer? Seguro que te echarán por esto, ¿cómo pagarás la fianza? –cuestionó Lezhtik con preocupación.
–No te preocupes. Y, en todo caso, se lo merecía. Además, si yo no lo hacía, nadie lo haría. Y, con respecto a la expulsión definitiva, es justo lo que quiero.
Minutos después llegó el director con una caterva de policías. Al mirar al profesor Irkiewl tendido sobre el suelo e inconsciente, con Filruex sentado sobre sus espaldas, ordenó a los policías que inmediatamente lo apresaran. Fue fácil, pues el joven larguirucho no opuso resistencia, parecía aceptarlo con cierta complacencia malsana. Quizá presa de su propia locura o de una razón más cierta que nunca, Filruex comenzó a reír como un desquiciado cuando los policías lo apresaron. Soltaba unas carcajadas brutales que resonaban en todo el pasillo y, antes de retirarse por completo, hizo la siguiente sentencia:
–¡Así como ha caído este, caerán los demás! ¡Todos ustedes perecerán en las fauces de su propia pestilencia! ¡Este sistema será derrocado inminentemente y todos ustedes compartirán el mismo destino!
Ya había pasado más de una hora desde que todo el incidente había ocurrido. Los policías se habían llevado a Filruex y también al profesor Irkiewl, quien sería atendido por un doctor para ver si era necesaria una intervención más delicada. Todos estaban ya desesperados y conversaban unos con otros, excepto Lezhtik, quien se mantenía estudiando sus propios apuntes que elaboraba cada madrugada en conjunto con aquellos ensayos donde denunciaba toda la asquerosidad del sistema educativo y de la sociedad en general.
–¿No te parece horrible lo que ha pasado? –inquiría uno de los estudiantes a otro más adormilado.
–Desde luego, me hubiera gustado que el profesor hubiera terminado con esos dibujos tontos y luego con la clase –respondió el otro.
–Yo lo único que quiero es que no se interrumpa la hora de los videojuegos, para eso vengo a la escuela.
–Pues ya ha pasado bastante tiempo, dudo que hoy vaya a ser posible jugar.
El resto del día es escurrió entre reproches y quejas por parte de los estudiantes. Se hallaban sumamente molestos porque se había suspendido la hora de los videojuegos a raíz de los incidentes entre Emil, Filruex y el profesor Irkiewl. El humor que apestaba en los pasillos era de malestar absoluto, de una insaciable ansia por tomar los controles y jugar sin parar, embobarse hasta el gorro en aquella pantalla y la realidad virtual que les hacían olvidar lo miserable de su existencia. A nadie le importaba estudiar filosofía realmente, y ahora menos en serio tomaban la carrera con el anuncio del director, en donde se les informó que tendrían trabajo seguro en el área empresarial. Todos estaban ansiosos por terminar ya la carrera y a nadie se le ocurría pensar que la esencia de la filosofía, siempre alejada de los aspectos terrenales, estaba siendo corrompida en su totalidad.
Un par de días habían transcurrido desde el incidente con Emil. Se habían reunido los profesores tras lo ocurrido y estaban preocupados por la situación, temían que las cosas se salieran de control y que los estudiantes, dejándose llevar por aquel detestable club de soñadores, provocaran una revuelta. Y, en especial, temían por ese tal Filruex, al que tanto detestaban.
–No creo que debamos preocuparnos más por ese sujeto desagradable, en estos momentos ya debería estar fuera de la facultad.
–¡Sí, se merece eso y más ese demonio! –replicó con violencia el profesor Irkiewl, quien ya había adquirido dientes postizos y cuya nariz iba mejorando tras la operación.
–Pero necesitamos reconstruir la historia. Así que profesor Irkiewl, dígame exactamente cómo pasó.
El profesor contó la historia tal cual había sucedido, sin agregar ni quitar nada. Podría haber sido un chismoso, pero no mintió en el relato.
–¿Estarán de acuerdo si les digo que no podemos usar esa historia de ese modo? Necesitamos cambiarle algunas cosas –dijo el profesor Saucklet.
–Sí, profesor. Yo estaba pensando exactamente lo mismo –alegó el director.
Tanto el profesor Irkiewl como el profesor Saucklet eran los consentidos del director, pues se trataba de sus sobrinos; eran como el brazo izquierdo y derecho, respectivamente. Ambos tenían doctorado y habían publicado muchos artículos en revistas de prestigio, nunca saludaban a nadie que no tuviera su mismo grado académico y solían humillar a las personas. Siempre andaban en sus carros y se decían los mejores investigadores de todo el plantel.
–Y, los demás, ¿qué opinan? –inquirió el director, lanzando una mirada despectiva al resto de sus compatriotas.
–Bueno, yo creo que está bien lo que usted diga –asintieron algunos con voz temerosa.
–Yo igual, así es como debe ser –asintieron otros con voz modesta.
–Muy bien, pues no se diga más. Reconstruiremos la historia a nuestra conveniencia y haremos que ese malnacido de Filruex se largue de aquí para siempre. Ya nos ha dado demasiados problemas y, aunque sea una pieza clave en nuestro plan, necesitamos renunciar a la distracción que él mismo representa en sí. Les aseguro que, con ese rufián fuera de nuestro camino, nadie más se interpondrá.
Los profesores estaban acostumbrados a asentir en todo lo que el director les cuestionaba. Esto era así desde que el anterior director había desaparecido en circunstancias misteriosas y nadie sabía qué le había ocurrido. Un día, normal como todos, sencillamente no se supo más de él. Corrían rumores de que había enloquecido por ver al monje del que se rumoraba en el Bosque de Jeriltroj, otros decían que se había suicidado, otros opinaban que se había hartado de su trabajo, pero nadie tenía la verdad. Y, cuando el nuevo director llegó, las cosas cambiaron totalmente. Se impusieron reglas nuevas y hasta ellos tuvieron que doblegarse o renunciar a su gran salario y su cómodo horario. Es bien sabido que los doctores en la facultad tienen un gran sueldo y un horario envidiable. Por esta razón, no se atrevían a levantar la voz y a cuestionar las opiniones del nuevo director. Además, habían recibido un aumento exuberante, lo cual los mantenía alejados de toda posible protesta. En todo caso, no eran sus problemas los que abundaban en la facultad, ellos no tenían nada que ver con esos ridículos estudiantes.
–Y ¿qué hay de ese joven llamado Lezhtik? –inquirió uno de los profesores más viejos, de nombre Paljabin.
–¿Por qué lo pregunta, profesor? Yo no noto alguna clase de rebeldía en él. Es como todos los demás, pasivo y acondicionado, no es una amenaza a mi parecer –replicó el director en tono desinteresado.
–Pues yo tengo mis dudas –replicó sin darse por vencido el doctor Paljabin–. Lo he visto muchas veces acompañado de Filruex, incluso los vi entrar a un burdel; me parece que lo está sonsacando. De seguir así, terminará igual que aquellos infames zascandiles que conforman ese maltrecho club de soñadores. Por otra parte, he visto en su mirada una especie de fuego del que no me fío. Tiene algo de peculiar ese muchacho, creo que debemos vigilarlo.
–¡Ah, es eso! No debe usted preocuparse, profesor Paljabin. En caso de que sea necesario, tomaremos las medidas necesarias con él.
–Bien, pues espero que así sea. Si queremos que esto perdure, señor director, no podemos fiarnos de nadie.
El profesor Paljabin era doctor en historia de la filosofía, ya era de edad avanzada y era odiado por casi todos los alumnos. Había conocido a Lezhtik en semestres anteriores, en donde fingió ser su amigo para ganarse su confianza e intentar disuadirle de juntarse con Filruex, pero no tuvo éxito, al menos no como él lo deseaba. Asimismo, aparentaba ser amigo de otros alumnos y estar de su lado, pero, en realidad, era traicionero. Se decía de él que nunca escatimaba en conseguir lo que deseaba, especialmente con las mujeres. Había sido expulsado de otra facultad por abuso sexual y por delitos con las cuotas bancarias de las becas.
El director dio por terminada la sesión y se quedó a solas con el profesor Paljabin. Ya una vez ahí, ambos se dedicaron a reconstruir la historia y acomodarla a su modo. En su versión, Filruex había golpeado indiscriminadamente al profesor Irkiewl cuando este les solicitaba a él y a Emil que pasaran a exponer un tema al frente. Ante la negativa, el profesor se había visto en la necesidad de inspeccionar sus notas y confiscar sus cuadernos al descubrir que Emil se dedicaba a dibujar durante la clase y que Filruex no tenía ni un solo apunte.
–Dígame, ¿cómo haremos para seguir a cargo de todo esto? –cuestionaba el profesor Paljabin nerviosamente–. ¿No teme usted que un día los estudiantes se rebelen ante la opresión?
–Desde luego que sí; eso es siempre posible, pero podemos reducir las posibilidades de que eso pase al máximo.
–Y ¿cómo las reduciríamos? ¿Piensa que los estudiantes alguna vez se podrían percatar de su situación?
–Tal como lo hemos venido haciendo hasta ahora. ¿No ve usted ya lo que hemos logrado?
–Sí, me parece que la rebeldía ha disminuido sobremanera. Noto que los estudiantes acatan las órdenes de mejor forma.
–Así es, profesor. La clave de todo está en el control, mantenerlo es esencial. Y, para lograrlo, tenemos la manipulación y el entretenimiento.
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La Cúspide del Adoctrinamiento