Leiter, a estas alturas, conocía a los ayudantes y sabía que eran un caso perdido. En realidad, no eran tan numerosos como se creía. Se limitaban a puros recomendados o hijos de empresarios. A lo más habría unos diez y todos debían cumplir un perfil sumiso y fanático. En el equipo de Leiter había solamente otros tres. Éstos eran; Klopt, de biología; Jalk, de química; y Pertwy, un sujeto de tamaño diminuto proveniente del área de geología. Jalk era el más lambiscón de todos, incluso regalaba agua y dulces durante las expediciones. Se rumoraba que sus padres eran ricos empresarios y que realmente no sabía ni un carajo, pero el dinero siempre había sido suficiente para comprar cualquier conocimiento humano. De Pertwy no se sabía prácticamente nada, era serio y se limitaba a obedecer y poner en práctica todo cuanto se le pedía. Cuando se le buscaba hacer plática sencillamente respondía sí o no, y las preguntas abiertas las contestaba con una sonrisa que disimulaba de mala forma un desprecio por la charla.
Parecía como si estuviera forzado a realizar su estancia de investigación y solo esperase el regreso para incorporarse a la maestría. Se encerraba en su habitación siempre que podía, y nadie sabía qué demonios comía, pues jamás se le veía ingerir alimento alguno ni aceptaba lo que otros le compartieran por muy mínimo que fuera. Además, Pertwy tenía un rasgo muy peculiar, y era que, a su corta edad, era calvo. Esto era motivo evidente de burlas a las cuales no prestaba la más mínima atención en apariencia. Por otra parte, Leiter había notado que Pertwy no miraba jamás las pantallas del instituto ni prestaba atención a las bocinas colocadas estratégicamente en cada rincón.
Algo raro había en todo ello, era como si un magnetismo anómalo operara misteriosamente. Leiter ya se había percatado de tal situación y recordaba que Abric también le había hablado sobre ello. El poder de la televisión era prácticamente ilimitado. Las personas estaban más acostumbradas a mirar una pantalla de lo que se creía. Y no importaba si era la televisión, el celular o la computadora, era indispensable que la mirada se mantuviese fija en aquellas imágenes de violencia y entretenimiento. Incluso, se podían contar las veces que una persona miraba la pantalla de forma inconsciente. Pero Pertwy lo evitaba a toda costa, era algo extraño. Tampoco asistía a más de las reuniones necesarias y era el primero en retirarse siempre. En resumen, se limitaba a cumplir con sus obligaciones y el resto del tiempo lo pasaba en soledad, o eso se creía. A Leiter le llamó la atención lo singular de aquel sujeto y, en numerosas ocasiones, intentó entablar conversación con él, pero sin éxito. Pero ya todos estaban reunidos y la efímera reunión estaba por comenzar. El director del centro, el doctor Lorax, tomó la palabra:
–Muy buenas tardes tengan todos ustedes –comenzó con tono afable–. Sé que ha sido un mes de cambios y de mucho trabajo.
–¿Para quién? Para nosotros tal vez –murmuró Pertwy en un tono casi imperceptible que solo Leiter, quien se hallaba a un costado, escuchó.
–Sé que muchos todavía tienen demasiadas preguntas sobre el centro, las actividades y los profesores. Pero no se preocupen, aunque su estancia sea corta, lograrán enriquecerse sobremanera con una tormenta de conocimientos imposibles de adquirir en otro lugar.
Nuevamente, Leiter notó que Pertwy farfullaba algo con cierto desprecio. A cada frase del director seguían un gesto y palabras entrecortadas de Pertwy; sin embargo, Leiter no lograba entenderlas.
–Y bien, después de tantas palabras, les daré un panorama del centro, así que pónganse cómodos. Espero no quitarles mucho de su valioso tiempo.
–Doctor Lorax, acaba de llegar la nueva investigadora. ¡Es realmente impresionante! –dijo uno de los investigadores principales.
–Muy bien, compañero. En cuanto llegue, dile que pase –contestó el director y retomó su perorata.
–Como ustedes sabe, el centro es el más prestigiado en todo el mundo, me atrevería a decir que no tiene parangón alguno. Ustedes están solo en una pequeña parte de él, pues la sede principal se halla a unos cuántos kilómetros de aquí.
Todos se miraron boquiabiertos, era información nueva y sorprendente. Nadie les había comentado jamás que éste no era el cuartel principal. En las universidades tal información era desconocida y hasta resultaría ridícula.
–Pero no se preocupen, ustedes forman parte del centro Las Tres Luces de la Verdad, y su estancia aquí tiene validez oficial. En realidad, no diría que esto no es el mando principal, pero no sé cómo explicarlo. Miren, si su comportamiento es el ideal –y aquí remarcó la palabra extrañamente–, entonces les concederemos el privilegio de acceder a nuestras instalaciones privadas, donde considero está la parte más importante e interesante. Sé que en sus escuelas esto no les fue mencionado, pero véanlo como una ventaja y una competición.
Leiter se sentía mareado, algo no andaba bien. No podía saber si esto se debía a las tres luces que siempre había en cada habitación, como si hiciera falta recalcar el nombre de por sí ya peculiar del centro. O tal vez se debiera a que esas tres luces centelleaban de forma especial y formaban una figura triangular. Incluso, a Leiter le parecía que, muy sutilmente, el mismo ojo que se hallaba encima del encabezado en la entrada del instituto podía apreciarse también sobre las tres luces, pero seguramente era su imaginación. También atribuía tal mareo al piso, que era como los tableros de ajedrez: unos cuadros blancos y otros negros, un extraño patrón para la sala de juntas.
–Una vez dicho esto, quiero decirles que nos encargamos de tener solo a los mejores aquí, solo a aquellos cuyo espíritu científico no deje lugar a dudas.
En esa parte Leiter notó cómo Pertwy fruncía aún más el ceño, como si esto le produjera una repulsión incuantificable.
–Y no permitiremos nunca que el centro sea utilizado con fines de pseudociencia. No toleraremos ninguna falta y, al menor indicio de indisciplina, serán echados y etiquetados para que ninguna institución ni empresa pueda aceptarlos.
Todos enmudecieron, pero a la vez lo aceptaron. Solo Leiter creía que tal reprimenda era un tanto agresiva. Quizá también Pertwy lo sabía, quién sabe. Muy en sus adentros, Leiter empezaba a sentir cierta afinidad por aquel sujeto. Pero ahora estaba mareado, y lo atribuía a un nuevo elemento, era la voz del doctor Lorax. Algo tenía, como si estuviera cargada de un somnífero, pues, cuando hablaba, todo parecía sencillo y verdadero. Leiter pensó que su discurso y su forma de hablar eran parecidos a los que usaban los políticos cuando querían implantar una idea en las personas. Y nuevamente Abric se materializó en su cabeza, recordando lo que le contara sobre el control de masas y los hechizos que se utilizaban para ello…
–Nunca llegué a considerar eso como cierto, siempre me pareció una estupidez creer en encantamientos –expresaba Leiter, sentado junto a Abric.
–La magia es algo maravilloso y es más real que este mundo. Por desgracia, el humano la utiliza con fines malévolos, y, en otras ocasiones, niega su existencia.
–Pero, si lo que dices es cierto, entonces debemos hacer algo para evitarlo. No podemos permitir que las personas sigan siendo manipuladas. Por favor, Abric, todo lo que debes hacer es predicar tu doctrina y difundir tus ideas.
–Eres un niño todavía –replicó Abric riendo como siempre lo hacía, irónica pero compasivamente–. Muchas veces hemos hablado sobre esto.
–¿Cuándo se está preparado para comprender este tipo de cosas? ¿Cómo puedes tú vivir de forma tan frugal? ¿No deberías…?
–¿Salir al mundo y decir la verdad?
–Sí, eso.
–Bueno, siempre y cuando no me crucifiquen, aunque eso sería lo mínimo que me podría pasar –asintió Abric abandonando su postura de meditación–. La mayor parte del mundo no está ni estará jamás preparado para ello.
–Es triste vivir en un mundo así, sin tener oportunidad de expresar tus pensamientos y con el imperante temor de ser asesinado o de que tus seres queridos sufran por ello.
–Nadie dijo que la vida debía ser feliz, eso se asume. La verdad es que la vida es un cuento, pero uno muy bien diseñado para que algunos siempre salgan victoriosos. Por eso la manipulación, porque, si todos los personajes del cuento fuesen iguales, éste perdería su encanto. Se requiere que grandes masas de personas sean estúpidas e ignorantes, amantes de la moda y la irrelevancia, títeres sin pensamientos propios y sin creatividad, máquinas que solo obedecen determinados patrones de conducta, seres cuyos únicos motivos para despertar diariamente son el dinero, bienes materiales, el sexo, la guerra y la diversión.
–Yo no sé quién he sido hasta ahora, pero quisiera cambiar, quisiera poder percibir más de lo que mis ojos me muestran.
–Y lo harás, estoy seguro. Solo no renuncies a lo único que te diferencia, no abandones tu esencia, no permitas que ellos te arrebaten tus sueños.
–Siempre dices cosas raras, pero, por alguna razón, me parecen sinceras. ¿Tú crees entonces que la felicidad de las personas es falsa?
–La felicidad se confunde a menudo con el conformismo. Cuando una persona se siente a gusto dice que está feliz, pero es distinto. Muchísimas personas se sienten cómodas en este mundo de miseria; sin embargo, la infelicidad no ha podido ser erradicada. Todo depende de qué tan vacío estés y de cuánto ignores. Como sabes, a las personas las hace felices casarse, tener hijos, emborracharse, tener sexo, mirar televisión, comer manjares, poseer ostentosos bienes, perseguir el lujo y la ambición, pero todo eso es decadente e ilusorio, es parte de la pseudorealidad. El único camino para ser feliz en este patético mundo es la ignorancia, cegarte aún más de lo que ya estás. Si miras en ti y utilizas tu visión espiritual, percibirás que la felicidad y el amor son las más reconfortantes ilusiones, pero solo eso, a fin de cuentas. Y no importa mucho, pues la existencia misma también es solo una gran ilusión, un vil holograma en donde te encuentras solo por azar.
–Sin embargo –recalcó Leiter dubitativo–, sigo sin comprender por qué el humano llega a ser tan ambicioso, y por qué no puede entender que el dinero y el materialismo nada significan.
–Sería como arrojar perlas a los puercos querer que ellos entiendan lo que ahora te cuento. Quizás a su tiempo todos lo perciban, aunque lo dudo. Al menos, me alegra que exista un humano como tú, sin contar que conocer parte de la verdad hará tu vida mucho más miserable de lo que crees.
–Eso parece, pero me cuesta creer que todo cuanto se me ha enseñado ha sido mentira. Es parte de la manipulación que tanto se requiere para que nadie se rebele contra este sistema. ¿Los adultos son un caso perdido entonces?
–Totalmente –respondió Abric sin titubear–. En ocasiones, parecerá que todo cuanto te enseño es incisivo, pero la debilidad de esta vida programada es eso precisamente. Nunca te olvides de la espiritualidad y del misticismo, de las cosas cuyo valor no se puede medir con dinero, porque serán las más sublimes en este mar de pestilente humanidad.
–Ojalá que hubiera personas diferentes que pudieran valorar tal conocimiento, ojalá que este mundo no fuera tan miserable…
–Nunca olvidar la espiritualidad y las cosas que el dinero no puede comprar, eso era lo que él siempre enseñaba –repetía Leiter mientras continuaba escuchando el tedioso discurso del doctor Lorax.
–Muy bien, pequeños capullos –recitaba el doctor mientras sudaba copiosamente–. No lo olviden nunca, ustedes son el futuro de la humanidad, las mentes más brillantes del mundo.
–Pero doctor –replicó repentinamente una vocecita proveniente del sector de los ayudantes, era Klopt–. ¿Qué postura debemos tomar ante aquellos que predican el reino espiritual, la magia y demás cosas parecidas?
Todo el conjunto de oyentes guardó silencio. Algunos de los pocos que usaban rosarios o pulseras con significado místico trataron de ocultarlas a toda costa. Entre ellos, Leiter observó cómo Pertwy, más enconado que nunca, se bajaba la manga para cubrir un extraño tatuaje.
–Fácil, demasiado fácil responder a esa pregunta –respondió el doctor Lorax con indisimulada arrogancia–. Debemos encargarnos de erradicar a esas personas, pues representan un mal hacia la ciencia. Deben entender que no existe algo más preciado que los números, las fórmulas y las ecuaciones, en ellas está todo lo que hay por saber de este mundo, cualquier otra cosa son supercherías. Lo que no se pueda probar no es digno de ser tomado en cuenta.
–¡Tonterías, solo eso! –vociferó Pertwy dejando escapar ligeramente su enojo, luego se puso de pie y fue.
–Y bien, sin más preámbulos, aquí tenemos la gran noticia del día. Pase por favor, doctora, siéntase en confianza.
–Muchas gracias, doctor Lorax. Me siento inmensamente feliz de estar aquí y ahora –asintió con voz dulce una joven de mediana estatura, de ojos azules y resplandecientes, de senos abultados, de labios y mejillas rosadas, con rostro afable y usando una impecable bata blanca.
Todos quedaron boquiabiertos. Tanto ayudantes como investigadores no podían siquiera parpadear, les resultaba imposible no ceder ante tan majestuosa mujer.
–¿Es ella la nueva investigadora? –preguntó Jalk en voz alta–. Pero ¡si es toda una pieza de arte!
–Yo la vi primero, tonto. No te atrevas a ponerle un dedo encima, fanfarrón –contestó Klopt con rabia.
–¡Están soñando si creen que se fijará en unos torpes como ustedes! –afirmó uno de los investigadores del área de física molecular, un joven apuesto y delgado de nombre Calhter.
Y así, uno tras otro, todos se desvivían y se dejaban asombrar por la belleza de aquella mujer. Leiter permaneció callado, aunque aceptaba que era demasiado guapa para ser real. Nunca en su vida, mientras estudiaba, había conocido alguna chica con tales características, y que encima de todo se dedicara a la ciencia y tuviera un doctorado. Lamentablemente ella, al igual que todos, estaba acondicionada. Era solo que su corazón palpitaba tremendamente, una conexión surgió.
–Bien, compañeros –habló finalmente el doctor Lorax para acallar los chiflidos y los alaridos que produjo la llegada de la doctora–. Guarden silencio, por favor.
–Saludos a todos, espero llevarme bien con cada uno de ustedes –dijo la joven científica, mostrando una personalidad alegre.
–Ahora bien, atentos a lo siguiente –continuó el doctor Lorax cuando todo se hubo normalizado–. Primeramente, ella es la doctora en ciencias Poljka Svetlanski. Viene de Polonia y es una de las máximas candidatas para ganar el premio nobel. Les contaré un poco sobre su carrera para que se sorprendan todavía más.
El director comenzó a hablar sobre los estudios de Poljka, pero, en realidad, nadie ponía atención, todos parecían hechizados por la doctora. Aquellos deslumbrantes ojos azules lucían tan preciosos, y se adecuaban perfectamente a su figura esbelta y sensual.
–Y así fue como se graduó en física, en la especialidad de teoría de la relatividad a los diecinueve años. Más tarde, hizo su maestría en cosmología, y luego obtuvo un doctorado por sus investigaciones en estos campos, destacando sus numerosas publicaciones en revistas especializadas y su prominente perfil académico y laboral, pues ha estado en varios centros casi tan buenos como este.
–¡Qué genial y qué injusto! –expresó Klopt ahíto de envidia–. Pareciera como si todas las características brillantes se hubiesen acumulado en ella, lo tiene todo…
–¿Todo? –pensaba Leiter en su cabeza–. Tal vez física e intelectualmente, pero aún le faltaba discernir si ella conocía el lado espiritual.
Eran estupideces las que estaba elucubrando, evidentemente ella rechazaba todo lo que no fuera ciencia, así jamás tendrían oportunidad de… hablarle. Además, él estaba ahí por algo y no podía distraerse, pero esos ojos tenían magia, una misteriosa fuerza surgía de su interior.
–No obstante, y a su corta edad –prosiguió el director–, ella posee numerosos campeonatos en natación y atletismo. Es toda una deportista, le encanta la lectura de ensayos científicos y también los escribe. Y, por si alguien quiere más, es hija de uno de los hombres más ricos del planeta.
–Muy bien, este será mi reto. Ella será mía a como dé lugar –adjudicó Jalk sin escrúpulos.
–Y ahora, aprovechando que estamos todos aquí reunidos, les presentaré a los siete dirigentes de las áreas de investigación del centro. Es en verdad una oportunidad magnífica para ello, pues rara vez asisten los siete a una reunión al mismo tiempo.
–¡A nadie le importa saber de esos viejos! –espetó Klopt, que lucía un poco más rebelde que de costumbre–. Nosotros solo queremos a la doctora Poljka.
–Por favor, pasen al frente conforme los llame, ilustres doctores.
Así fue como se presentó a los jefes de área, sujetos en su mayoría obesos, con cara de pocos amigos, todos hombres, con grandes signos de calvicie, desvelados y encorvados. El más joven tendría unos cincuenta y cinco años, y el más viejo unos ochenta. En total, se presentaron seis, pues con el doctor Lorax completaban los siete, ya que éste fungía como director del instituto y también como jefe del departamento de matemáticas, donde se decía estaba la gente más brillante y arrogante.
–¿Ya podemos irnos? –comentó nuevamente Klopt, quien parecía obsesionado por la doctora y también inexplicablemente desinteresado por la ciencia que tanto adoraba.
–Pues ustedes ya los conocen –dijo el director para cerrar la reunión–. Ellos son los jefes de cada área, los mejores investigadores del mundo, me atrevería a afirmar. Cualquier situación que tengan pueden acudir con ellos y los auxiliarán. También fungirán como los líderes en las numerosas prácticas de campo y su autoridad será incuestionable.
Leiter repasó a los siete investigadores líderes. A dos ya los conocía, que eran el doctor Lorax y el doctor Faryo. Al primero lo conocía forzosamente, pues fue con quien se entrevistó y con quien mantuvo contacto hasta el día de su llegada; le parecía un sujeto muy inteligente y enigmático, pero siempre llevaba prisa. Se rumoraba que estudiaba las matemáticas más abstractas y que jamás había perdido una partida de ajedrez en su vida, era el campeón mundial vigente. Luego, estaba el doctor Faryo, aquel gordo y maloliente que casi lo expulsaba hacía poco. Se decía que había sido brillante, pero que su depravación lo había llevado a la perdición. Actualmente, a toda hora se le encontraba mirando pornografía y en los baños siempre se tardaba demasiado, seguramente jalándosela con furia. Lo más característico de él era que siempre apestaba a semen, y algunos rumoraban que hacía años que no se lavaba la polla.
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La Esencia Magnificente