Un soplido de esperanza, una luz en la oscuridad eviterna del corrompido mundo en donde hemos sido conminados a pudrirnos sin sentido. Pero el encomiástico sabor de sus mentiras tenía que ser también la ruina de los progresos en la extenuación del león emancipado. Sentado en la orilla de la montaña resplandeciente veo danzar todavía a algunos pobres desesperados. Pero me convenzo de que lo alucino todo, de que esta desgraciada tristeza que me ha desgarrado por dentro es el comienzo de las eras en las cuales ya no estaremos tan subyugados. Luego, me rio, me divierto con el sufrimiento mental que retuerce todo mi ser y que coquetea trivialmente con el suicidio. La locura es una cualidad de la cual no quiero despojarme aún, prefiero dejarla que me consuma un poco más, que masque mis entrañas hasta que ya no pueda dejar de sangrar.
Pronto estaré ahí, y ya no me molestarán más las advertencias de un apocalipsis inminente en este infierno de tuertos y necios, en este pusilánime estado de embriaguez espiritual que no me deja en paz ni siquiera esta noche. Ya quiero arrojarme, ya quiero suicidarme y ver mis restos esparcidos en las cavernas del odio sempiterno, más allá del lago ensangrentado donde se dice que se pudrirán mis huesos. ¿Será acaso ese el suplicio menos despreciable por haber sido humano, tan humano? O ¿solamente el consuelo del poeta suicida que esta noche quedará aniquilado en el reino celestial de la inmortalidad fabulosamente aislada? Da igual ser o no un títere más, pues la incertidumbre no desaparecerá y querré colgarme después de haber cruzado la oscuridad impertinente. Existir y no pensar, amar y no correr sin el abrazo de los injustos ni los aciagos. Todo es solo una mentira para prolongar mi agonía.
Cada paso me recuerda lo desdichado que aún es mi lóbrego destino, existiendo en una raza de mártires calumniados por el débil sol del olvido. Todo esto debe ser una broma, pues no alcanzo a comprender cómo es que mis oídos fueron arrancados cuando el moldeamiento se impuso como el único camino. La desesperación vuelve, la duda se eterniza y la embriaguez profetiza la huida, la tan requerida ausencia de carne que debería condenarme en la cárcel de mis propias locuras y no en el desierto de mis grotescas y quiméricas reflexiones, no en el mismo sitio donde ya he llorado para que me succionen. El nudo aprieta muy fuerte y el vino me es ya insuficiente, me ahogaré en esta pestilente alcoba donde otrora acariciase tu etéreo cuerpo de sirena cortejada. Hoy no estás ya, ahora es cuando sobreviene al fin el fin, y yo lo agradezco mientras me desvanezco en la oscuridad de la muerte que tanto he esperado.
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Libro: Locura de Muerte