Bien sé que no hay otra puerta por cruzar, pero aún me aferro ilusamente a las etéreas divagaciones a través de las cuales alucino con un estado de inefable extinción en mi atropellado destino.
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Pobre humanidad, tan hipócritas y endebles son las bases sobre las cuales ha constituido su existencia, tan pútrida es la manera en que ha sido dominada por sus vicios y delirios. Su destrucción es indispensable para labrar un mundo donde reine la paz, el amor y el bienestar.
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Este estado tan extraño en el que se ha sumergido la tenue luz de mi alma no podría ser mitigado por otra cosa que no sea el suicidio.
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Presiento que se acerca el apocalipsis donde el fénix sublime encenderá la hoguera con su resplandeciente halo de magnificencia. Y yo me arrojaré en su búsqueda, aunque bien sé que el resultado será desastroso, pero eso es exactamente lo que quiero.
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Consumirme al máximo, despedazar cada parte que conforma el falso engranaje que ahora me mantiene vivo, ser yo de una vez por todas… ¡Eso es exactamente lo único que jamás conseguiré y lo único que quisiera ya!
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Irritantes son las noches donde la agónica pesadilla de suicidarme no se consuma, pero continúo firme en mi propósito, pues la insensata marea de la existencia no me acerca ya a ninguna isla donde poder reposar hasta apaciguar este tremebundo malestar.
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La Execrable Esencia Humana