,

La Execrable Esencia Humana 56

Bien sé que no hay otra puerta por cruzar, pero aún me aferro ilusamente a las etéreas divagaciones a través de las cuales alucino con un estado de inefable extinción en mi atropellado destino. Puede que entonces sea yo aún más tonto y necio que aquellos quienes respiran por mera inercia; puede que no quede nada en mí para continuar y que en verdad me cuelgue esta noche, puede que todo termine del modo más trágico y horrible posible… Pero ¿qué más da? Si ya todo es trágico y horrible en mi vida, ¿qué caso tiene continuar esperando la caída decisiva del trono prohibido? El mundo ya está hundido, nosotros en breve lo estaremos también. La miseria ha ganado, siempre estuvo escrito que así sería. Creer que había algo de esperanza ha sido hasta ahora el símbolo de los más ingenuos, de todos aquellos quienes no pueden aceptar su imperante intrascendencia. Cada intento por salir adelante siempre fue en vano, al menos para mí. ¿Qué tenía que ver o aprender aquí? ¿Qué clase de demonio cósmico saldrá de una realidad paralela y vendrá a explicarme todo lo que se parapeta detrás de los hilos del destino inmarcesible? ¿Hay algo que pueda hacer para no deprimirme hasta el hartazgo en mi habitación plagada de telarañas y deseos suicidas? ¡Qué tonta es la infame humanidad! Nunca podrían entender nada, mucho menos de los asuntos divinos o inmortales. Yo, por desgracia, también he sucumbido y he perdido todos los posibles motivos para sonreír. Lo único que resta es arrojarse al inmenso y bello océano de sangre para reconocer la insignificancia detrás de cada llanto o anhelo; eso o, en su defecto, esperar que el barco se termine de hundir por sí solo mientras nos lamentamos a bordo. De cualquier manera, lo queramos o no, desapareceremos en un parpadeo que ni siquiera será digno del más delirante olvido. Lo más irónico es, no obstante, el incuantificable cúmulo de autoengaños, mentiras y desvaríos que nos hacemos con tal de no aceptar lo más evidente: nuestro infinito y eterno sinsentido.

*

Pobre humanidad, tan hipócritas y endebles son las bases sobre las cuales ha constituido su inútil existencia; tan pútrida es la manera en que ha sido dominada por sus más ominosos vicios y tétricos delirios. Su inefable destrucción es indispensable para labrar un mundo donde reinen la paz, el amor y el bienestar. Mientras exista un solo mono parlante, el paraíso se verá amenazado en mayor o menor medida. La única manera de garantizar el cielo en la tierra es mediante el exterminio absoluto de todo lo humano; luego, ya veremos qué hacer… Pero, por ahora, demasiada sangre deberá ser derramada en la exótica catarsis de destrucción cuyos pétalos negros nos arrancarán de las garras de la inmundicia máxima. En ningún instante podemos esperar ya algo de tranquilidad, puesto que ello implicaría la nefanda conformidad con aquello que nos sumerge en el abismal pozo de la amargura más demente. ¡Qué decadentes son siempre nuestras perspectivas, tan alejadas de cualquier posible divinidad! Somos impostores en todo sentido; especialmente en las cosas del espíritu, en lo que tenga que ver con la libertad. Nos encanta ser dominados por otros, zafarnos de cualquier responsabilidad existencial que implique elegir o trascender. Cada vez, asimismo, estamos más enfermos de comodidad, tecnología y placer; lo perseguimos como ratas de laboratorio sin sospechar que exactamente tal y no otro es nuestro papel en la vida. Estamos ciegos y queremos continuar así, pues nos aterra sobremanera descubrir que, quizá, todo aquello que hemos creído como «nuestra verdad» no es sino una más de las infinitas argucias que devoran nuestras mentes y consumen nuestras almas cada nuevo y deprimente amanecer.

*

Este estado tan extraño en el que se ha sumergido la tenue luz de mi alma no podría ser mitigado por otra cosa que no sea el encanto suicida… Y así lo creo porque, sin importar lo que sea que haga, siempre termino por volver a mi natural apatía. Quisiera más ya no hacer nada, no ser nadie y no relacionarme con ningún otro títere. Ya suficientes problemas tengo conmigo mismo como para soportar la insulsa verborrea de otro adoctrinado monigote; ¡que todos se vayan al diablo! Me mataré y pondré punto final a esta novela escrita por manos demasiado ansiosas y poco sutiles en sus apologéticos párrafos. De cualquier manera, soy un esclavo y siempre lo seré. No importa lo que sea que haga ni a dónde vaya, la miseria está dentro de mí y es mucho más avasallante que cualquier elemento del exterior. Si Dios no existe, ¿qué otra cosa queda sino suicidarse? Si este mundo absurdo, cruel e injusto es lo único real; si el dinero, el sexo y el poder son lo único a lo que se puede aspirar… ¿Para qué seguir así? Para los seres como yo, los poetas-filósofos del caos quienes han visto y cuestionado más de lo que deberían, ya nada podría volver a ser suficiente. Nada ni nadie podría llenar el infernal vacío en mi lúgubre corazón, porque nada quiero ni me interesa ya; y porque hace tanto que perdí toda esperanza en la humanidad, en el mundo y en mí mismo. Nací y moriré siendo un aciago esclavo de la pseudorealidad; ¿cómo podría no ser así? Religiones, ideologías, teorías y perspectivas que abundan por doquier y que no conducen a nada sino a más confusión y sinsentido. En el fondo, el ser se ha condenado a sí mismo desde el momento en que ha creído poder controlar la realidad, el destino y el tiempo; ¡vaya trágica locura! Y son tantas las cosas que no sabemos, que cada vez me parece más sensato solo encerrarme en mi deprimente habitación y no volver a despertar jamás. La muerte es lo que yo más añoro, la fantástica sensación de dejarlo todo atrás y olvidarme para siempre de que alguna vez pertenecí a este funesto y mísero plano humano.

*

Presiento que se acerca el divino apocalipsis donde el fénix sublime encenderá la hoguera con su resplandeciente halo de magnificencia y pureza incomparables. Y yo me arrojaré en su búsqueda; aunque bien sé que el resultado será desastroso, pero eso es exactamente lo que quiero. Desaparecer en el humo de la tarde cerúlea donde el cielo habrá de separarse y los infiernos habrán de vaciarse; desaparecer cuando ya nada más quede sino polvo y cenizas, cuando los cánticos hayan sido silenciados sin razón y cuando los dolores de mi corazón hayan sido todos purificados. ¿Llegará en verdad tal momento de sincronicidad inmaculada? O ¿es únicamente mi mente delirante la que me hace alucinar con visiones fuera de cualquier humana realidad? El tiempo y el destino parecen ambos unificarse en el caos supremo donde también el amor solloza con lúgubre melancolía, en aquellos dementes silbidos que el viento arrastró hasta el vacío místico. No podemos desarrollar una percepción que no nos recuerde cuán terrenales somos todavía, porque eso es lo que hemos conocido hasta ahora. Y, naturalmente, solo a eso nos aferramos en nuestra incuantificable agonía interna; ¡nuestro llanto es la mejor prueba de la soledad que nos carcome espiritualmente! Si fuera posible desbloquear una dimensión adicional, un nuevo estado en el cual las emociones pudiesen ser transmitidas sin que la razón se interpusiera… No sabemos sentir, mucho menos amar; ni a otros ni a nosotros mismos. Quizá solo por eso estamos aquí, en esta pesadilla de horrores indescriptibles e infinitos. Tenemos la oportunidad de hacer algo al respecto, de intentar salvar nuestro corazón de toda la insustancialidad y el absurdo que nos circundan sin tregua. Mas cada día que transcurre, hacemos precisamente lo opuesto: vamos directamente hacia nuestra tétrica perdición, nos hundimos más y más en aquel insondable abismo llamado pseudorealidad. ¿De qué están hechos nuestros sueños marchitos sino de anhelos fulgurantes que evocan a la muerte en cada uno de nuestros deprimentes amaneceres? Lo gracioso es, quizá, que en ellos me siento a salvo y cómodo; porque la muerte es ya, al fin y al cabo, mi única y última esperanza. Y quizá siempre lo ha sido, solo intenté con toda mi alma que no fuera así…

*

Consumirme al máximo, despedazar cada parte que conforma el falso engranaje que ahora me mantiene vivo, ser yo mismo de una vez por todas… ¡Eso es exactamente lo único que jamás conseguiré y lo único que quisiera ya! Mas quizás algún día llegue el singular momento de abrazar la luz que no tiene origen ni fin, de presenciar el encuentro en el que todos los símbolos cobrarán de pronto sentido y yo mismo enmudeceré ante la magnificencia de lo más divino. Lejos de esta abundante miseria, de todas las entelequias de las que tan absurdamente me he rodeado y que he creído como importantes. Nada de lo que he conocido ha podido alguna vez llenar el atroz e infernal vacío en mi interior, y no es que esperara que lo hiciera. O ¿sí? Tal vez lo único que anhelaba era que no se desvanecieran tan raudamente las fatales ilusiones que me sostenían con lúgubre melancolía. Personas, lugares y momentos que me hacían creer que valía la pena seguir con vida; espejismos demasiado ominosos que enganchaban mi alma una y otra vez a la fantasía de mayor locura y sombrío resplandor. Sí, la contradicción en sí misma es solamente un término demasiado humano para resaltar las limitaciones de la carne y la razón. Al final, fracasé en mis vanos intentos por amar; sobre todo, por amarme a mí mismo de una manera superior. Ahora solamente resta incrustar una bala en mi cabeza y permitir que la muerte recoja mi espíritu atormentado y devastado por el caos del absurdo. Fui demasiado débil para imponerme y mi frágil voluntad se vio quebrada con la nostalgia del pasado más demente, cuya sangre infectó mis nulas esperanzas en esta pesadilla de recalcitrante intrascendencia. Me hubiese gustado haber luchado un poco más, haber abrazado tus divinas alas en aquellas madrugadas donde la psicosis y la soledad me devoraban sin compasión y sin final. Este mundo está condenado y la humanidad es solo una creación fallida de un dios muy aburrido; ¿vale la pena entonces continuar? ¡Qué más da! Seguir o no se torna indiferente cuando tu sonrisa se ha borrado por completo y tu corazón se ha roto en pedazos más veces que las estrellas del firmamento en cuyo enloquecedor brillo ahogo ahora mis últimos lamentos de amargura y siniestro dolor.

*

Irritantes son las noches donde la agónica pesadilla de suicidarme no se consuma, pero continúo firme en mi propósito; puesto que la insensata marea de la existencia no me acerca ya a ninguna isla donde poder reposar hasta apaciguar este tremebundo malestar. Y es que no sé si eso es verdaderamente lo que quiero, porque se trataría de otro insulso paliativo solamente. Sí, de otro temporal refugio que más tarde se convertirá en una aberrante tormenta y luego en un cósmico huracán. La barca donde ahora viajo ya casi está destrozada y los mares braman por sangre y carne putrefacta cuando los cielos se inviertan en el día fatal. Los apaciguo como nadie pudo nunca apaciguarme a mí, como si yo mismo fuera lumbre celestial o eternidad encarnada. Mas bien sé que soy un ser atormentado por los desvaríos de los dioses y condenado a pasar sus días navegando hacia ningún lugar, completamente a la deriva de cualquier perspectiva en el infinito donde la locura y la razón pierden toda diferencia. El atroz mono parlante, empero, no está listo para ello; es todavía demasiado ignorante y se esclaviza a sí mismo porque tiene demasiado miedo de descubrir su parte más oscura y repugnante. ¿Qué más somos sino funestos peones del tiempo, el «diablo» y la oscuridad? Jamás la luz podrá equilibrarse en nuestro interior ni fusionarse con la esfera de sempiternos cromatismos de la que proviene la consciencia divina. En esta era en particular, las cosas del espíritu están anuladas y casi que asesinadas por lo más banal y humano. Quizás estaba escrito que así tenía que ser, que la supuesta salvación pregonada por tantos ridículos creyentes no era sino una fábula más para mantener a las masas entretenidas con algo. La obsesión por la mentira ha sido, después de todo, el irrevocable símbolo ante el cual los frágiles corderos alucinan con ser liberados de los sórdidos depredadores que los acosan día y noche. Pero el dilema yace en el diseñador mismo del juego, en el acertijo parapetado detrás de los recovecos más sombríos. Nada parece tener sentido y no tendría por qué, ¿por qué entonces nos atormentamos tanto y nos afligimos tan inútilmente al reconocer la ausencia de amor, de Dios y de verdad?

***

La Execrable Esencia Humana


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Encanto Suicida 56

Obsesión Homicida 56

Next