A través de prolongados periodos de feroz aislamiento y melancólica soledad es como se puede llegar a comprender lo inútil de la compañía de otras personas, lo tremendamente aberrante que resulta relacionarse con otros en grado alguno. Apenas y podemos con nuestro propio yo y a veces ni eso, ya que a veces somos dominados por nuestros impulsos y emociones de un modo ridículamente asombroso. ¿Qué puede entonces esperarse de la compañía de otros sino añadir todavía más tribulación y desconcierto a nuestra ya de antemano confundida y caótica esencia? ¿Por qué nos toma tanto tiempo y esfuerzo comprender y poner esto en práctica? ¿Es que nos amamos tan poco y nos odiamos tanto que requerimos de otros para experimentar deleite alguno? Hasta ahora, creo que muy pocos han sido capaces de desprenderse de todos estos ridículos y anómalos atavíos sociales… Pues aquel que aspire a ser un verdadero poeta-filósofo del caos y a desfragmentarse en infinitas perspectivas hasta conquistar el infinito mismo, tal individuo, así pues, deberá necesariamente rechazar y romper de tajo todo vínculo con la humanidad, el mundo y los placeres más mundanos.
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El mejor remedio siempre será suicidarse, eso no se cuestiona. No solo nos despojamos de todas las absurdas situaciones y estúpidas personas que nos rodean; sino que, sobre todo, nos desprendemos de nosotros mismos. Y eso, según me parece, resultaría mucho más agradable que cualquier otra cosa, situación o momento. Morirán todos los sentimientos tan intensos que alguna vez por ti experimenté, que alguna vez me hicieron venirte a buscar hasta este lugar en el que todas las alucinaciones se volvieron realidad y en donde tu celestial presencia terminó de enamorar a mi tonta humanidad. ¡Qué increíblemente mágico fue haberte amado así, haber pensando en ti como lo más sagrado en mi existencia! En tu rostro observar aquella belleza que posiblemente solo puede pertenecer en su totalidad a un Dios, pero que en tu forma humana había sido encapsulada en todo su esplendor. ¡Ay, en qué estado me encontraba yo esa última y trágica noche! Sabía que era aquel el final, que no habría marcha atrás… Quería besarte hasta la eternidad, hasta que la muerte me obligase a separarme de tus acendrados labios. ¡Quería absorber hasta la última pizca de tu sempiterna y centelleante silueta, de tu rostro divino y sublime, de tu voz inmaculada y sibilina, de tu alma en donde se unificaban la luz y la oscuridad! Te amaría por siempre, aunque ya jamás mis manos volverían a tocarte ni mi melancólica mirada volvería, ni siquiera por milagro, a contemplarte. Tú fuiste el amor de mi vida, ese espejo donde podía reflejar todas las tristezas y alegrías de mi interior; yo por ti me habría matado sin reflexionarlo y sin que nada más me hubiera importado.
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En todas mis noches de insomnio, es el pensamiento del suicidio el que impera en mi cabeza. No hay ya recuerdos de un amor, de lugares que haya visitado ni de momentos que haya vivido… ¡No, ya no! Ahora simplemente está el deseo de abandonar este cuerpo y esta realidad para siempre, y es tan fuerte que realmente no sé si incluso después de escribir esto vaya al fin a pegarme un tiro o a cortarme las venas. Lo que sea es bueno, siempre y cuando signifique no permanecer en este mundo ni un segundo más… Finalmente conoceré la inexistencia o, cuando menos, aprenderé lo que es la muerte. ¡Tanto mejor, pues me siento sumamente asqueado de mi vida irrelevante y patética! No sé si estoy listo para ello, pero ¿acaso importa? Todo es resulta quizás indiferente a mis humanos deseos, a mi recalcitrante estupidez que por defecto suele apoderarse de mis sentidos y me sugiere ir a buscarte… Aunque no tendría ningún caso, lo mejor es seguir fingiendo que ya no te extraño. Se esfuman mis anhelos entre tus besos de fuego, entre tus pestañas escurriendo esperma y tus pezones batidos de veneno. Te extrañaré mucho más cuando haya muerto, si es que aún tal cosa es posible. Porque lo imposible para mí es seguir existiendo, es seguir adelante cuando a cada milésima de segundo lo que añora mi interior es estar muerto.
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La tristeza y la melancolía siempre fueron mis mejores amigas, las únicas que siempre estuvieron ahí para mí… Las únicas que siempre me escucharon, me abrigaron y me entendieron. Luego conocí a la muerte y me percaté de que su elevada esencia era justo lo que necesitaba para consagrar mi acongojado espíritu, para sentirme finalmente feliz lejos de este mundo horrible y corrupto. ¡Oh, insondable alegría que invadía mi ser entero! Quizá tanta como cuando alucinaba yo entre tus brazos y me consumía entre tus piernas… Quizá tanta como el día en que te conocí y mi destino cambió para siempre. Pero ahora ya nada de eso resta, ahora todo son solo fúnebres recuerdos y memorias pisoteadas por el tiempo. Luego de todo lo que pasó entre nosotros, ya ningún otro ser podría volver a cautivarme. Luego de habernos separado, ¿qué o quién más podría consolarme sino precisamente la muerte? ¡Qué frágil me han tornado los delirios en los que me pierdo cuando intento olvidarte! Y ¡qué imposible e insoportable nostalgia se apodera de mi mente cuando, al despertar, tu aroma se desvanece al igual que mis más amados y profundos ensueños!
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El mundo es un lugar aterrador, absurdo y nauseabundo; sin embargo, el ser y todo lo que se oculta en su sombría y retorcida mente lo supera por mucho. Sí, nada se puede comparar la dual naturaleza del ser y que casi siempre tiende a inclinarse hacia la oscuridad. Quizá nuestra vida es solo un fugaz intento por acercarnos a la luz, por diluir nuestros demonios más aciagos en aquella vorágine divina de la cual nunca hemos sentido formar parte, pero de la que tal vez provenimos en cuanto a espíritu se refiere. ¡Oh, cuánto nos envilecemos en esta humana experiencia! ¡Cuántas tragedias, miserias y tristezas debemos soportar en tan efímero lapso! Y los mensajeros que a veces se hacen latentes y empujan nuestra consciencia hacia ese paso final no pueden ahora ser más oportunos. Quisiera creer que ya no existen dudas al respecto, que todo lo que me ha guiado hasta este preciso y sagrado momento es aquello que ha surgido y que morirá en mis adentros, en mi alma atormentada y anhelante de algo que supere por mucho mi actual e intrascendente naturaleza.
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Lamentos de Amargura