Cada vez me resultaba más difícil contener y controlar el asco que sentía hacia las personas. No solo el asco, también el odio. Necesitaba aislarme lo más que pudiera de cualquier esencia humana, pues la simple compañía de cualquiera me resultaba más que molesta y vomitiva; sobre todo la mía, por eso necesitaba matarme cuanto antes.
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¡Qué horrible es el amor! Tal vez yo no estaba del todo equivocado, pues ¿quién en su sano juicio podría amar algo tan imperfecto e indeseable como el ser humano?
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¿Casarme? ¡No, gracias! Ya suficiente tengo con odiarme y soportarme a mí mismo como para añadirle más leña a un fuego que arde como el del infierno.
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La muerte es la única salvación para seres como nosotros que no hacen otra cosa más que vivir absurda y vilmente. Aunque nuestra existencia es tan patética e irrelevante que quizá ni siquiera la muerte quiera salvarnos.
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Cuando comencé a dudar de todo, ya no hubo vuelta atrás. La incertidumbre creció dentro de mí hasta límites incalculables y tornó cada suceso en una quimera. Al final, ya no pude diferenciar lo que era real de lo que no y mucho menos sabía si aún estaba vivo o ya no.
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No sé qué es el amor y no creo que exista, pero tan solo te diré que prefiero existir una milésima de segundo a tu lado que disfrutar una eternidad sin ti.
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Manifiesto Pesimista
