En las cumbres de la más insana desesperación, más allá de los reinos de la locura, es donde finalmente la muerte nos confiere al fin un poco de sosiego en medio de este vasto mar de infinito desasosiego existencial que es la vida.
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Nuestra insignificancia, tanto individual como en conjunto, no tiene comparación alguna. Nuestra errónea y divagante existencia tan solo se sostiene de fútiles y absurdas creencias esparcidas por otros más ingenuos tal vez que nosotros. Entonces ¿no valdría la pena cuestionarse para qué seguir adelante si finalmente nuestra muerte también terminará por carecer de todo sentido? ¿Cómo podría no ser así cuando nuestra vida, que le precede, tiene como principal característica dicho estado?
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Esperamos respuestas en la muerte o nos hacemos miles de ilusiones con ella, millones de autoengaños sin ningún fundamento. Todo esto como si la muerte nos debiera algo, como si no fuera suficiente lo que nos otorga con poner fin a nuestra recalcitrante miseria existencial.
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Por las noches, solo un pensamiento rondaba en mi cabeza; una taladrante y poderosa interrogante que casi me desquiciaba en la psicosis más caótica: ¿sería al fin este día el último?
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En las ensangrentadas olas de tus gritos, mientras consumía tu interior con mi instrumento, encontré el regocijo perfecto para purificar mi sombría esencia y, con ello, escapar de esta triste realidad por la eternidad.
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Manifiesto Pesimista
