Enamorarse de alguien que nos guste tanto que nos haga olvidar por unos instantes lo miserable que es todo (la humanidad, la vida y el mundo) es acaso la única forma de amor puro y real. Aunque, claro está, se tratará tan solo de un autoengaño más que fungirá como un magnífico paliativo existencial.
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Entre enamorarse y suicidarse, es mejor pensar bien qué método usaremos para dejar de existir.
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Al menos sé que en el suicidio hallaré consuelo, no como en ti. Pues la muerte, espero, sí será eterna, y no como el falso y humano amor que tanto me prometías. Al fin y al cabo, todo lo que me decías resultó ser una pantomima y, como mi vida entera, se derrumbó en cuanto los primeros rayos de luz dispersaron las tinieblas de lo absurdo.
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Y ahí va el trágico ser humano a enamorarse como un imbécil, como si no fuera su existencia lo suficientemente desconcertante y ridícula por sí sola, como si no tuviera ya suficientes problemas de todo tipo para ahora encima lidiar con la temporal atracción hacia alguien que, seguramente, no lo amará.
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Sin importar cuantas veces lo debata en mi interior, jamás entenderé de qué manera es que las personas consiguen amar a otras. Pues todo ese repugnante parloteo e inútil teatro me parecen más bien solo una vil artimaña de la naturaleza para perpetuar lo que no debe ser: la supervivencia de esta estúpida raza.
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Y, en un ataque psicótico inusualmente fuerte, le saqué el corazón y me lo comí para que así su amor solo me perteneciera a mí por siempre.
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Manifiesto Pesimista