Entonces llega un punto en la existencia donde ya no nos importa hablar ni relacionarnos con nadie, ni siquiera con nosotros mismos. Es ahí donde, si no fuéramos tan miserablemente necios y cobardes, tendríamos que matarnos irremediablemente. Pero no, preferimos prolongar, aunque sea solo por tan efímero y absurdo periodo, nuestra vomitiva existencia.
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Estar en este mundo y padecer sus vicisitudes es como hallarse inmerso en una inmensa y casi infinita bolsa de basura donde siempre encontraremos un desperdicio tras otro y cada uno con peor olor, aspecto y naturaleza que el anterior.
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Si me dieran a elegir entre la nada y yo, es obvio que no existiría nada de mí y que ni siquiera habría existido nunca… ¡Jamás existir en ningún universo, mundo, realidad o dimensión!
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El infinito más bello que puedo concebir es un estado infinito de suicidio/muerte. Sí, un continuo de hermoso colapso donde, tras haberme suicidado de determinada manera, inmediatamente pueda volver a matarme de otra. Tan rápidamente sería una defunción de la otra que ni siquiera existiría esa aberración llamada vida/existencia. Este continuo espacio-tiempo suicida sería lo más cercano al paraíso para mí.
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De hecho, no suicidarse es también un fracaso más en la vida; especialmente cuando se odia la vida.
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Manifiesto Pesimista