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Manifiesto Pesimista 39

Antes me enojaba la estupidez que esparcían las personas, ahora ya solo me divierte; prefiero asumir que la humanidad, más que algo mínimamente importante, es tan solo una tragicómica aberración cuya insignificancia ni siquiera vale la pena considerar. Pronto, en un pestañeo del universo, esta ridícula raza de monos parlantes habrá cesado su funesto parloteo para siempre.

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Si algún día, por la más irónica casualidad, el ser pudiera percatarse de todas las mentiras que se ha tragado y que ha creído durante su patética existencia, apuesto a que enfermaría mentalmente de gravedad y no dejaría de vomitar hasta que la muerte pusiera fin a su infinita miseria. Y es que es tal el sinsentido que abunda en la sociedad que quién sabe si exista forma alguna de darle la contra o siquiera imponerse un poco ante su gloriosa monstruosidad.

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Odiarse a uno mismo es tan solo el principio de la verdadera catarsis, el comienzo de ese largo y sinuoso camino de autodestrucción existencial que debe irremediablemente culminar con el suicidio. Padecer la tormentosa desesperación de saberse prisionero de la pseudorealidad y todas sus estratagemas será la auténtica muerte en vida, la catarsis de destrucción que debe superarse si se quiere abrazar la muerte con dicha y orgullo.

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Cuando realmente comencemos a conocernos a nosotros mismos y tras habernos desprendido del cúmulo casi infinito de autoengaños que tanto abundan en el exterior, la única sensación que imperará en nuestro interior será la de matarnos tan pronto como sea posible. No podría ser de otro modo, de hecho. La verdad siempre exige la muerte, así como también lo hace la libertad.

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Tal vez mi problema era que simplemente no había sido hecho para un mundo como este, pues había algo en mí que me hacía odiarlo todo y a todos. Más aún, acaso ni siquiera había sido hecho para ser yo, pues había algo que odiaba por encima de todo y de todos: a mí mismo.

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¡Qué horrible y vomitiva debe ser esta realidad que, en infinidad de ocasiones, nuestro único consuelo es tan solo dormir para soñar con una realidad diferente! Y ¡qué mejor si durmiéramos para ya no despertar jamás! ¿No sería tal suceso sumamente hermoso y magnificente?

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Manifiesto Pesimista


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