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El Color de la Nada 22

La esencia del ser es la estupidez, sin eso su existencia no sería ni siquiera concebible, pues indudablemente se mataría tan pronto comenzara a ser consciente de la horrible y abrumadora situación en la que se suspende su miserable y nefanda existencia. Cabe resaltar, además, que, sin la fabulosa habilidad de cegarse y autoengañarse, cualquiera enloquecería mucho antes de lo que se piensa.

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Al fin y al cabo, nuestra existencia es tan insignificante que cualquier sueño, anhelo o reflexión se torna sumamente ridícula. Y lo mejor, así pues, es dejar de existir de inmediato. Estamos más que condenados y hundidos en el absurdo, desprovistos de cualquier sublime ideal y en espera de que un día, ojalá muy pronto, no volvamos saber nada de este mundo ni de nosotros mismos nunca más.

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Tan solo somos marionetas existenciales, condenados a vivir y morir sin saber por qué o para qué. Divagamos en el sinsentido sin ningún rumbo ni destino, preñados de una ignorancia bestial y de una blasfema soberbia. Lo peor, sin embargo, es que sentimos que lo somos todo cuando no podría ser la verdad más opuesta: somos nada.

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Estar triste era ya normal para mí, ya que había tantas cosas que odiaba en la vida y que me abrumaban tanto que no sabía cómo demonios podía llegar alguna vez a experimentar de nuevo un mínimo ápice de esa supuesta felicidad humana de la que hablaban sin parar algunos infelices a mi alrededor.

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Sabía bien que lo único que me restaba por hacer era colgarme, pero había demasiada confusión en mí, pues no tenía certeza alguna de que la muerte fuera lo mejor; al menos, mejor que esta existencia tan estúpida y aberrante.

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Tal vez el simple hecho de vivir implica ya en sí una mera contradicción, una absoluta ausencia de libre albedrío y una inminente necesidad de muerte.

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El Color de la Nada


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