¡Qué triste y nauseabundo es este mundo para que el suicidio sea ya nuestra única opción! ¡Y cuán rotos y solos debemos estar para que sea la muerte nuestro único anhelo ya!
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Corramos muy lejos de esta espantosa pseudorealidad; larguémonos allá donde nunca nada ni nadie más pueda volver a encontrarnos, ni siquiera la vida.
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Si pudiera conocer a mi yo de hace algún tiempo, sin duda alguna lo mataría. ¡Oh, aquel pobre ingenuo repleto de sueños y esperanzas que únicamente culminarían en decepción, hastío y blasfemo sufrimiento!
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Aquellos largos periodos de soledad eran lo más hermoso que alguna vez experimenté en la vida; en contraste, aquellos efímeros periodos donde me hallaba en compañía de otros me parecieron siempre los más agónicos y horribles. No tanto en sí por el hecho de soportar sus vomitivas presencias, sino por los ingentes esfuerzos que debía hacer para contenerme a mí mismo y no incrustar un hacha en sus cabezas.
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Amar demasiado a otro ser es equivalente a odiarse lo suficiente a uno mismo como para cometer tal equivocación y hacernos tanto daño. El amor al yo es lo único que, así pues, siempre deberíamos procurar por encima de cualquier otra cosa o persona; puesto que es el único que, al fin y al cabo, parece ser más real que todo lo externo.
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Y curiosamente pasa que, entre menos estúpidos somos, más estúpido nos parece todo; sobre todo esta humana existencia y los nefandos rebaños que día con día hacen su mejor esfuerzo para hacerlo todo aún más absurdo de lo que ya en sí mismo es.
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Manifiesto Pesimista