Quizá si no fuéramos obligados a existir, si se nos diera a elegir si realmente queremos o no vivir sabiendo de antemano todo lo que implica, podríamos tomar una decisión más acertada. Así, las personas que estén dispuestas a tolerar todo este sufrimiento, aburrimiento y miseria serían las que vivirían. Por otro lado, aquellas que no, sencillamente no existirían jamás. Sería entonces un buen y justo sistema existencial, aunque tal cosa es solo una fantasía de mi mente ilusa y demasiado humana. Y es que, a mi parecer, hay solo una cosa en la que deberíamos enforcarnos durante el trayecto de nuestra extraña existencia: ¿para qué seguir en ella?
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Así es la naturaleza del ser humano: vil, pusilánime y corrupta. Negará frente a otros e incluso condenará aquello que, en soledad, a las sombras y en el interior, amaría poder hacer. Los impulsos que se retuercen en la oscuridad de nuestras almas son más fuertes de lo que podríamos imaginar; tanto que pensar en darles la contra parecería el más insensato de todos los desvaríos. Nos entregamos a diferentes creencias con tal de engañarnos lo más posible y de fingir que no somos tan ignorantes, pero el sol no puede ocultarse por siempre sin importar cuántas nubes se arremolinen a su alrededor.
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Amamos a aquellos que nos lastiman y rechazamos a aquellos que nos aman porque en el fondo somos masoquistas emocionales. No buscamos a alguien que nos proteja de nosotros mismos, sino todo lo contrario: a alguien que nos flagele con más intensidad que la propia. Así es la naturaleza del ser y así será por siempre: contradicción absoluta y arrogancia enmascarada de irónica tristeza. La humanidad, con toda seguridad, debe ser la creación de un bufón cósmico o, a lo mucho, de un dios a quien la ironía le corona la cabeza. Quizás incluso deberíamos reírnos nosotros también de nuestra miseria, pues, reflexionándolo seriamente, ¿es que podríamos hacer algo más?
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Cuando pienso en mi yo actual, no puedo evitar pensar en suicidarme. Y, cuando pienso en mi yo de antes, no puedo evitar un profundo deseo de jamás haber nacido.
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De hecho, todo aquel que salve o perpetúe una vida es un auténtico demonio. Así pues, los médicos, paramédicos, enfermeras y similares serían los auténticos enemigos de la razón. ¡Ay, esos pillos quienes prolongan aquello que más bien deberían repugnar y buscar exterminar! Mas en este mundo todo está al revés, principalmente conceptos tan ridículamente definidos como la moral, el amor o la felicidad.
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Manifiesto Pesimista