Tú serás, por siempre, la única pintura que contemple al rememorar lo más bonito en mi trágica existencia. Serás el más bello poema que ha susurrado un melifluo inmortal en un ser absurdo y funesto, pero que, en su megalomanía, ha adorado cualquier imagen tuya y ha agradecido todas tus sonrisas y gesticulaciones acendradas. Sí, solamente tú: la poseedora de esa habilidad innata para desfragmentar tan mágicamente mi inmanente tristeza. Pues, cuando te miro, sé que existe una mínima esperanza, aunque sea solo por esta noche, de permanecer vivo un día más, de no atravesar la puerta sublime, de no abandonar esta funesta realidad todavía. Y no puede ser bueno, pero seguro estoy de que tus manos deben ser lo más cercano a cualquier paraíso, ya que, cuando con ellas me obsequias, no puedo sino sentir mi espíritu vibrando en la misma sintonía que el más divino universo. Debo estar demasiado loco o drogado para decirte todo esto, pero no podía contenerme por más tiempo.
¡Qué misterio y qué agonía! Saber que en este mundo eres tú la única razón que evita mi necesaria partida. Y ¡te necesito tanto! Y ¡te extraño demasiado! Pero no estás aquí ya, tal vez nunca lo estuviste… ¡Quién sabe si esta noche vendrás para abrazarme una vez más! Y, si no es así, ¿qué seguridad tengo de no refugiarme en las dulces entrañas del suicidio? Porque nada queda realmente, no hay nada que pueda importarme menos en esta existencia miserable que continuar existiendo. La muerte, lo sé bien, es lo mejor; es mi única arma en contra de esta demente sensación provocada por la crueldad de los sueños desgarrados. Pero también quiero soñar contigo, y quiero creer que, en efecto, no será tu ausencia la que esta noche me susurre pensamientos destructivos. El pesimismo me invade, veo que el reloj avanza, pero tu silueta no aparece por ningún rincón de esta decadente habitación. No quiero tomar la navaja aún, pues conservo la ridícula esperanza de volverte a besar mientras el humo se esparce.
Mi divino universo, ese que solo experimento al estar cobijado por tus tiernos brazos, al ser besado por tus exquisitos y místicos labios, al naufragar como un loco en el inmenso y bello mar que en tu mirada se esconde. Y es que ni siquiera juntando todas las galaxias, podría existir algo más cósmico que las sensaciones que me provocas cuando a mí te acercas. Tu belleza supera con creces la de cualquier entidad, incluso la del suicidio. Y tu sonrisa es aún más hermosa que la de la muerte, aún más hermosa que la poesía del mejor poeta. Y tú eres ese algo misterioso que no quiero dejar de observar, que no puedo dejar de sentir, que no sé ya cómo adorar, y que, probablemente, nunca podré tener. Pero no, esta deprimente tarde de verano, lluviosa y absurda, no debe incrementar la insondable melancolía que me representa. No, ya no quiero atormentarme más con tales ideas y especulaciones, aunque, en el fondo, sé muy bien que tú ya no volverás jamás.
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Anhelo Fulgurante