Dejar que la fragancia del suicidio se apoderase de los pocos instantes de vida que me quedaban era la manera adecuada para saborear la tenue distorsión de lúgubre calidez y de tristeza desmesurada en la que me hallaba enclaustrado desde que tuve consciencia de ser yo.
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Aquella noche nuestras emociones se encontraron bajo la crepuscular silueta de la luna. Nos devoramos la boca y nos arrancamos la piel estando bestialmente ebrios, con el corazón totalmente desprovisto de sentimientos, con el interior tan apesadumbrado y carcomido por las máscaras de los aburridos principios morales que estábamos ya hartos de respetar. No podíamos seguir fingiendo por más tiempo: amábamos nuestra perversa infidelidad.
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Sabíamos a la perfección que no estábamos destinados a estar juntos, que entre ambos existía un abismo comparable solo al sinsentido de nuestra humana existencia. Pero nada fue suficiente para evitar el brutal intercambio y la dulzura que impregnaste en mi ser ha marcado, desde entonces, todos estos violentos cambios. Tus labios solo ocasionalmente han vuelto a posarse sobre los míos, pero no importa, porque contigo descubrí que el amor de tu vida puede no ser siempre lo que más bienestar trae a ella.
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Hoy sé que no fuiste solo mi amante de una noche, sino el amor de toda mi vida. Sí, de una vida que nunca tuve ni tendré; porque esta patética historia entre tú y yo termina manchada de sangre… Nos condenamos para siempre el día en que decidimos abandonar las sombras y abrazar la luz. Nuestro prohibido desvarío fue siempre lo que tanto nos atormentó y lo que hoy ha ocasionado nuestro eterno y mortal adiós.
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Me encanta tu calidez, ese espacio en el cual me consuelas de una vida sin sentido, de un mundo tan extraño y absurdo como para desear permanecer en él. Tú, princesa de besos robados y tatuada con tétricas caricias ajenas. No sé si llorar, reír o simplemente dormir, pues al despertar odiaré saber que te has marchado hacia tu cueva y que yo me quedaré en este infierno para pudrirme hasta el fin.
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Obsesión Homicida