Te vi caminando bajo el resplandor de la luna llena, ebria y melancólica, y entonces me gustaste como nadie más me había gustado antes. No podría decir si me enamoré de ti como un completo demente, si aquel colapso sepulcral en el que sumergiste mi espíritu era la inequívoca prueba de que nuestro destino sería destruirnos y matarnos juntos, pero sabía que lo único que desde entonces querría sería tan solo fusionar mi tristeza con la sensualidad de tu vampírica silueta para luego eclipsar cada parte de mi ser dentro de la incandescente supernova de tu alma.
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El contradictorio animal que habitaba en mi interior se perdía en las penumbras de otro melodramático anochecer, buscando absurdos placeres entre piernas fáciles, bebidas embriagantes y rostros afligidos. Sería una noche más de decadencia desbordada, de ínfimo deleite orgiástico y de sentimientos desgarrados. Al fin y al cabo, cuando todo finalizara, volvería nuevamente a estar con mi único amor: mi maldita y sagrada soledad.
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Mi curiosidad fue inquebrantable y me condujo hacia una búsqueda sin sentido donde descubrí que yo, pese a todo, había sido siempre mi propio asesino. Yo mismo había dado muerte a cada uno de mis sueños y había lastimado a cada una de las personas que creía haber amado… Y era yo mismo quien ahora contemplaba sus propias manos manchadas de sangre, esperma y mierda; era yo aquel obsesivo homicida quien ya no podía experimentar ningún otro placer que no tuviera que ver con la locura o la muerte. No solo mis manos ensangrentadas me lo indicaban, sino los constantes ataques que realizaba en contra de mi propio bienestar. ¿Era yo un demente? ¿Acaso el extraño mental me dominaba en aquellos momentos de paradójica disociación donde sentía no ser más yo?
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El peor enemigo de la verdad no es la mentira, sino la hipocresía. Todo el tiempo pretendemos ser alguien que no somos tan solo por encajar en el absurdo contexto que nos hallamos o por agradar a las patéticas personas que nos rodean. Así pues, tales acciones únicamente denotan cuán dispuestos estamos a renunciar a nuestra esencia (ya execrable de por sí) con tal de encajar en la grotesca y onerosa realidad en la que por desgracia habitamos.
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Acaso lo más hermoso de este mundo sea también lo que más reprimimos en nuestro interior: esos sombríos deseos que tanto negamos y a los que siempre terminamos por entregarnos cuando, en muy escasos momentos y bajo determinadas circunstancias, nos atrevemos a ser nosotros mismos haciendo a un lado todos los prejuicios, dogmas y creencias que tanto nos han adoctrinado… En esos sublimes momentos de completa e inhumana iluminación, así pues, descubrimos que Dios y el Diablo pueden llegar a unificarse de un modo completamente perfecto.
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Ciertamente, la existencia de algo tan execrable como el ser debería haber sido prohibida desde el comienzo, pero ahora ya nada se puede hacer sino esperar que la muerte venga y purifique esta recalcitrante suciedad. Todo en este mundo debe fenecer sin remordimiento, pues solo así la purificación será real. Mientras un solo mono continue ensuciando este plano, el sacrilegio no cesará y la miseria ensombrecerá cualquier atisbo de un luminiscente mañana.
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Obsesión Homicida