La cuestión era así de simple: ¿por qué no me mataba de una buena vez? No sé, era complicado responder eso. Era tal vez que había algo en la vida, dentro de todo este torbellino de absurdas contradicciones, que siempre me impulsaba a despertar un día más y no ceder ante la soga. Era una fuerza misteriosa, pero muy poderosa. Era como sentir que este doloroso viaje debía prolongarse un poco más, al menos hasta que fuera digno de mi muerte, hasta que fuera un poco menos humano, un poco menos yo.
.
No sé cómo pueden los humanos vivir tan tranquilamente siendo tan dominados por la estupidez y la monotonía. Supongo que algún día estarán libres de esa animal fantasía en la que se revuelcan hasta ahogar su llanto y esconder su hipocresía. Y ese día no podrá ser otro que cuando la muerte al fin apague la antorcha de falsedad que siempre guio sus miserables vidas.
.
La sangre que escurre de mis venas seguirá invadiendo los áridos recovecos de la sincera introspección, y el único motivo para tolerar un poco más esta ridícula existencia nunca será otro sino el maravilloso sueño de la eterna extinción.
.
La auténtica tortura de la que no puedo librarme es saber que ya existí en este mundo miserable y que, a pesar de todo, aunque me cuelgue esta noche, quedará el ominoso recuerdo de lo que se supone fue mi asquerosa humanidad.
.
Si tan solo pudiera borrarme de la mente de todos, entonces eso sí que sería un buen acto de rebeldía existencial.
.
Las cuestiones políticas, religiosas y económicas realmente no me interesan, puesto que son los temas de los cuáles la gran mayoría cree saberlo todo sin sospechar cuánto alimentan lo que más detestan.
.
Libro: El Halo de la Desesperación