Las religiones juegan un papel fundamental en coordinación con los gobiernos y demás organizaciones, pues, aunque se supone que hace tiempo fungen como organismos independientes, en realidad ambos no tienen otro propósito sino asegurar, cada uno con sus respectivos y funestos encantos, la manipulación y sumisión absoluta de las mentes para consolidar el nuevo orden mundial. Esto es así de repugnante, aunque, al fin y al cabo, estos organismos solo sean, a su vez, las marionetas del poder que tanto pregonan.
*
El ojo que todo lo ve sabe de lo que hablo en mis meditaciones más suicidas, pues puede atravesar mi carne y mi alma en todo momento. Sin embargo, hay en todo esto una parte positiva: morir tras haber doblegado a la iluminación y tras haber extirpado de mi sombra todo rastro de humanidad.
*
Jamás, ni siquiera por equivocación, debe creerse que los gobiernos y las religiones, así como demás organizaciones que no son sino títeres del nuevo orden, buscan, ante todo, el bienestar del ser o de la sociedad. Estas aberraciones del poder siempre buscarán su propio beneficio y tendrán intereses perversos cobijados en supuestas obras benéficas. Lo mejor que podría hacerse, aunque sea solo un sueño, sería acabar con ellas y proclamar la auténtica libertad.
*
Mientras existan estructuras de poder que manipulen la verdad y cuyos únicos intereses sean el dinero y el materialismo, no se podrá hablar de evolución, libertad ni sublimidad. De ahí que la humanidad esté encadenada a una absurda repetición de hechos propiciados para enriquecer a quienes ostentan desde hace eones este terrenal poder.
*
¿Qué me impediría matar a otro ser? Es obvio que nada, realmente nada. Lo único que se necesita es mandar al demonio todos esos ridículos atavismos y conceptos implantados sobre el bien y el mal. La moral de la humanidad entonces ya no me afectará y podré matar a placer sin necesidad de sentir remordimiento ni pesar, pues entonces seré ya no un humano más, sino el superhombre ante el cual todo mortal deberá fenecer.
***
El Halo de la Desesperación