Viles criaturas cuyos placeres se hallaban entre los más bajos y pestilentes. ¿Para esto es que el humano había vivido durante todos estos siglos? ¿Esto era, concluyentemente, lo mejor que una supuesta divinidad podía formar? ¿No sería acaso más sensato asumir, incluso por simple sentido común, que la humanidad era únicamente un asqueroso error encasquetado caóticamente en esta realidad infame?
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¡Cuántas batallas libré para soportar la existencia! Y todo sin percatarme jamás de la dulzura con que la muerte me esperaba para hacerme suyo por la eternidad.
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Si realmente existiese una entidad divina, dudo mucho que quisiera darse a conocer sabiendo el oneroso error cometido al dar nacimiento a tan fútil y aciaga raza como la humanidad.
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Pareciera que dios estaba aburrido cuando supuestamente llevó a cabo la creación, pues difícil es hallar un solo humano cuya vida difiera del tedio general y de la rutinaria falsedad. Dios, de existir, lo cual dudo bastante, es más un gran conglomerado de trastornos mentales que una entidad divina.
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El humano es la criatura cuyo potencial jamás llegará a fulgurar dadas las cadenas que él mismo se coloca al conformarse con el mundo terrenal y los placeres superfluos que en este halla y que tanto lo regocijan.
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El Halo de la Desesperación
