Me disociaba mentalmente de esta patética realidad tan solo para olvidar, al menos por unas horas, cuán intrascendente era continuar viviendo, para aquietar los demonios que pululaban ansiosamente buscando apoderarse de mi interior, para apartar de mi visión las alucinantes deformidades que, en mi amarga soledad, había creído más reales que mi miseria existencial.
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Me gustaban esas noches de desconexión mental, pues así el aburrimiento de existir era más tolerable, así la tormenta de pesimismo disminuía considerablemente y me podía escurrir por los obsequiosos recovecos donde deliraba con la dulce fragancia del suicidio.
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Hacía todo lo posible por ser yo mismo y, a pesar de ello, me sentía cada día más deprimido en este mundo de contradicciones absurdas y aberraciones humanas. Quizá, pensaba, la única manera de tolerar esta nauseabunda existencia era siendo solo una vil marioneta más, tal y como todos los demás a mi alrededor.
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Quería probar el sabor de tu boca porque pretendía, por un escueto periodo, saber cómo sería si realmente tus besos fuesen solo míos, pero sé que eso es más que imposible.
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Me trastornaban las prostitutas porque eran endiabladamente hermosas y sinceras. Y, sobre todo, me excitaba más todavía el saber que habían estado con tantos hombres en tan poco tiempo. De hecho, mientras más folladas habían sido, mayor era la excitación que experimentaba.
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Quien mata a alguien no debería de ser considero un criminal, sino más bien una especie de mesías.
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Encanto Suicida